La noticia sobre la primera clonación experimental de embriones humanos ha suscitado un coro de reacciones críticas. Por primera vez se utiliza una técnica que hasta ahora todos los códigos éticos mencionaban como mera hipótesis y excluían taxativamente. Al margen de las reacciones emotivas, algunas voces advierten que es el momento de replantear el rumbo emprendido con las técnicas de procreación artificial.
Esta es la tesis defendida por Elio Sgreccia en un artículo que ha publicado L’Osservatore Romano (27-X-93). Su primera reflexión es que ahora estamos viendo las consecuencias de un camino erróneo emprendido con la fecundación in vitro. El científico debe tener cuidado al emprender una determinada línea de investigación, ya que, como el viajero que sube a un tren, luego no podrá bajarse en marcha o detenerlo a voluntad. Así, «una vez emprendida la senda de la disociación entre procreación y acto de amor conyugal, no es concebible poder detener la serie de aplicaciones que de ahí se derivan. Por eso es extremadamente difícil impedir que se haga de la procreación y del ser humano así producido lo que parezca más conveniente o que se actúe a capricho».
Ante las objeciones que hizo la Iglesia católica al comienzo de este proceso se dijo que el abuso no impide el uso. «Pero el hecho es que ya el primer paso era un abuso y de tal alcance que hacía posibles todos los otros sucesivos abusos». Así se ha puesto en práctica la experimentación con los embriones supernumerarios, la congelación y posterior empleo de los embriones sobrantes, la producción de embriones directamente destinados a servir de material biológico experimental, y después el uso de embriones para trasplante de tejidos, el diagnóstico pre-implantatorio con fines selectivos, la elección del sexo y ahora la clonación. Si se quiere rectificar esta deriva, «hay que volver al punto de partida y restablecer el recorrido natural, es decir, la inseparable unidad de amor y vida, de unión conyugal y procreación».
La segunda consideración de Sgreccia es que la procreación artificial se está convirtiendo en un instrumento del eugenismo. Cita a este respecto la afirmación del científico francés Jacques Testart: «La intrusión biomédica en la procreación implica el mejor control posible de la calidad del producto. Con una ingenuidad perversa, lleva en sí una concepción eugenésica del mundo que se impone al margen del debate oficial».
En tercer lugar, advierte que estas prácticas suponen otro hecho negativo de orden ético y antropológico: la negación de la dignidad plenamente humana del ser humano desde el momento de la fecundación. Por razones pseudocientíficas, «para tener manos libres sobre el embrión humano, se le ha definido como pre-embrión en las primeras fases de su desarrollo». Una de las razones que se han aducido es que como un embrión puede dividirse para dar lugar a dos gemelos, se ve que no está aún individualizado. Pero, se pregunta Sgreccia, «¿cómo se produciría esta individuación en los dos gemelos si no existiera esta fuerza individualizante en las células ‘totipotentes’ y en el embrión desde el primer momento?».
Sgreccia señala igualmente que esta creciente manipulación del embrión humano se debe a que las leyes han dejado sin una protección eficaz la vida prenatal. «Después de que las leyes nacionales consienten el aborto, ¿cómo haremos para detener el curso de la eugenesia y de la biocracia? Hace falta coherencia tanto en el derecho como en las personas». Para que exista tal coherencia, «el punto de apoyo debe ser el reconocimiento de la plena dignidad humana del nasciturus».