En Francia, el Comité Nacional de Ética, órgano asesor del gobierno, publicó el 3 de marzo un informe en que recomienda admitir la eutanasia en casos excepcionales, sujetos a autorización judicial. Seleccionamos algunos comentarios que ha provocado este dictamen.
En 1991, el mismo Comité se opuso formalmente a legalizar cualquier forma de eutanasia. Entonces dijo que incluir el dar la muerte en la misión de los médicos atraería la sospecha sobre ellos y sería una causa de angustia para los enfermos y sus familiares. Ahora, el órgano asesor, a la vista de «situaciones nuevas» como el aumento de la longevidad o la agonía de los enfermos de SIDA, aconseja admitir excepciones, que de lo contrario dan lugar a la práctica clandestina de la eutanasia. Es decir, como señala Dominique Quinio en La Croix (7 marzo 2000): «Para evitar desviaciones, más valdría recordar la norma y limitar las excepciones».
«Es difícil -continúa Quinio- no ver la semejanza con el aborto. De una ley, muy limitada, pensada para sacar el aborto de la clandestinidad, porque se planteaban verdaderas y graves cuestiones de salud pública, se ha pasado, en la opinión pública, a la idea de ‘derecho a’… El número de abortos se ha estabilizado, pero no ha disminuido. Y algunos piden que se amplíen los casos de aborto legal». Por eso se pregunta el comentarista: «¿Estas eutanasias excepcionales no serán la brecha por la que se precipitarán los que, en nombre de la libertad personal, piensan que todo individuo tiene derecho de vida y de muerte sobre sí mismo? ¿Darán pretextos a quienes juzgan que los cuidados paliativos y el acompañamiento a los moribundos exigen mucho tiempo, mucha compasión y demasiado dinero?».
También Jean-Yves Nau (Le Monde, 7 marzo 2000) advierte contra el peligro de las excepciones. El dictamen del Comité, dice, «entraña el riesgo de trastornar el desarrollo actual de los cuidados paliativos y, bajo capa de que la persona ‘se reapropie de su muerte’, de facilitar la práctica de la cooperación al suicidio».
El Comité, explica Nau, justifica su recomendación como la mejor síntesis posible, a la vista de la evolución de las costumbres, entre la corriente que rechaza toda forma de eutanasia y la que la considera la única manera de garantizar la muerte digna. Sin embargo, para los que se dedican a los cuidados paliativos, esta síntesis, lejos de ser equilibrada, se inclina peligrosamente en su contra. «Modificar la ley en vigor para introducir este nuevo concepto no sería, según ellos, más que la primera etapa de un proceso que llevaría, cualesquiera que fueran las precauciones que se tomaran, a una trivialización de la eutanasia y, finalmente, a su despenalización».
Otro comentario al informe corresponde al médico Bernard Debré, ex ministro y ex miembro del Comité Nacional de Ética. Debré señala que los partidarios de la eutanasia emplean argumentos emotivos. La presentan como solución al sufrimiento de los enfermos gravemente deteriorados. Debré reconoce que las respuestas a las cuestiones que plantea el sufrimiento de esas personas son difíciles. «Pero dar la muerte no es la buena respuesta. Es demasiado simplista. ¿No es más bien una respuesta que los sanos nos damos a nosotros mismos, para evitarnos mirar cara a cara el espectáculo de la muerte de los otros, tranquilizando así nuestra conciencia?».
Lo que ocurre, añade Debré, es que rehusamos mirar la muerte y el sufrimiento próximos. Toleramos la lejana hambruna en Sudán, pero no soportamos la muerte y el deterioro de las personas cercanas. En realidad, la legalización de la eutanasia, «reclamada en nombre de los que quieren morir con dignidad, es a menudo una excusa para no ser perturbados por nuestros próximos que se marchan demasiado lentamente. Si aceptamos una ley de eutanasia, ¿por qué mantener en vida a los retrasados mentales, a los viejos con alzheimer?».
Si el problema es el dolor, prosigue Debré, la medicina cuenta hoy con medios para controlarlo. Pero es cierto que algunos fármacos que eliminan el dolor pueden, indirectamente, adelantar la muerte. Es inevitable. Ahora bien, «en esta frontera invisible entre la lucha contra el sufrimiento y lo que entraña el riesgo de acelerar la muerte está la grandeza y la complejidad del acto médico. Es imposible confiarla a la ley».
Pero, sobre todo, hay que combatir la soledad de los que mueren. Es preciso evitar que las personas experimenten una muerte medicalizada en el hospital, en vez de morir rodeadas de los suyos. Y para eso es imprescindible multiplicar las unidades de cuidados paliativos que atiendan a los enfermos terminales a domicilio.
Por su parte, Jean-Louis Bruguès, miembro del Comité Nacional de Ética, que no se sumó a la decisión de la mayoría, en una entrevista para La Croix (6 marzo 2000) subraya una cuestión de fondo: la idea sobre la misión del médico. «¿El médico es el representante del cuerpo social ante el enfermo y debe hacer valer el bien de la persona, aun cuando ella misma no esté de acuerdo? Esta concepción es la que ha prevalecido tradicionalmente. Pero hoy en día es combatida por otra, que consiste en poner al médico al servicio del deseo de la persona. Es la concepción que ya impera en la procreación asistida, que ha encadenado a los médicos al deseo de quienes reclaman un hijo, y un hijo ‘perfecto’. La misma concepción se ve en la eutanasia. Por mi parte, estimo que semejante vuelco de la misión del médico puede causar un tremendo perjuicio a la calidad del tejido social».