En Francia se sigue discutiendo el proyecto de «Pacto civil de solidaridad» (PACS) con el que se pretende conceder a las parejas de hecho, heterosexuales u homosexuales, beneficios previstos para el matrimonio. Chantal Delsol, profesora de filosofía en la Universidad de Marne-la-Vallée, escribe en Le Monde (16-II-99) que a la sociedad le interesa favorecer las uniones basadas en el compromiso a largo plazo.
En este tema, lo que se discute no tiene que ver con derechos- libertades ni con la tolerancia. (…) Se trata, más bien, del derecho a ventajas financieras y de legitimidad simbólica. Una pareja de hecho disfrutará de las ventajas fiscales del matrimonio y, sobre todo, de un status, al obtener por parte de la sociedad un sello de legitimidad. Pero no suscribirá, como contrapartida, ninguna de las obligaciones y responsabilidades a largo plazo inherentes al matrimonio. Esta es la única diferencia entre el PACS y el matrimonio: asumir los propios actos a largo plazo. (…)
Recordemos que, en el marco del matrimonio, las ventajas financieras y fiscales no tienen como fin sancionar los comportamientos de una moral tradicional, sino hacer viable, desde el punto de vista material, el compromiso a largo plazo, conferirle posibilidades materiales de realización. Pretender extender estas ventajas a las parejas de hecho -es decir, libres de compromiso a largo plazo- vendría a significar que el compromiso cara a los hijos y al otro miembro de la pareja no tendría más significado que el no-compromiso. Significaría asimismo reducir la cuestión a una elección subjetiva en la que la sociedad no tendría por qué preferir una opción a la otra. Esto es lo que rechazo. En la aventura -seria y arriesgada- que representa la constitución de una familia, sostengo que la sociedad debe privilegiar a aquellos que se comprometen a responder de sus actos respecto a los que prefieren conservar íntegra su libertad de romper, abandonar y repudiar en cualquier momento. La religión no tiene nada que ver en esto: más bien un elemental sentido moral corroborado por la simple experiencia.
Sabemos, con las cifras en la mano, que la delincuencia -convertida hoy en día en un terrible problema social- está íntimamente ligada a la desestructuración familiar, en especial a la ausencia del padre. Los hijos sufren en la inestabilidad; su equilibrio precisa un compromiso adquirido en consideración a ellos y construido en el tiempo (…). Cada uno puede, si lo desea, fundar una familia sin ningún tipo de compromiso y nadie tratará de impedírselo. Pero la sociedad no tiene por qué subvencionar ni legitimar la negativa al compromiso. Por el contrario, las leyes serían más justas legitimando y estimulando los comportamientos que permiten el equilibrio y la felicidad de los hijos.
¿Cómo comprender una sociedad en la que se desarrollan continuamente discursos sobre la ética y el respeto y en la que se silencia la infelicidad causada a los niños, sólo porque este infortunio es la contrapartida de la complaciente desenvoltura de los adultos? ¿No debemos preguntarnos si no hay en ello una turbia hipocresía? ¿De qué sirve defender por todas partes el principio de responsabilidad frente a la naturaleza, a la Historia, a los más desfavorecidos y a los pueblos del Tercer Mundo, reclamar leyes e instituciones para garantizarlo, si este principio no sirve para nuestros propios hijos? Lo que quieren los defensores del PACS al reclamar un status fuera del matrimonio es que no parezca que la sociedad, privilegiando el matrimonio, se decanta por un modelo de vida, por un comportamiento familiar mejor que otros. Yo mantengo que, si el equilibrio de los hijos está en juego de manera tan evidente, los niños deben pasar por encima del bienestar simbólico de los adultos.
(…) Entonces, se dirá, si los motivos de los detractores no son religiosos, ¿por qué los católicos presionan con su asistencia masiva a las manifestaciones contra el PACS? ¿Por qué las otras religiones, protestante, musulmana, se alían en este combate? Porque, en la mayor parte de los casos y la mayor parte de las veces, las religiones intentan erigir unos principios morales basados en el equilibrio y la felicidad de los hombres. Y la experiencia viene a corroborar sus principios. Así ocurre en este caso.