No es que el Norte esté más avanzado que el Sur. Más bien parecen evolucionar en sentido contrario. El hemisferio Norte, unificado por la caída del comunismo y la adopción de la economía de mercado, es el nuevo imperio. Del otro lado, el hemisferio Sur, agitado por todo tipo de convulsiones. En medio, un «limes», una zona de estabilidad y un límite ideológico que separa ambas partes. Una situación muy similar a la que vivió el Imperio romano frente a los bárbaros. Éste es el enfoque adoptado por Jean-Christophe Rufin en un brillante ensayo (1) para explicar el actual estado de las relaciones Norte-Sur.
El inicio de los años noventa apareció marcado por el advenimiento de lo que se vino en llamar el nuevo orden mundial. El bloque soviético se había derrumbado y la derrota de Irak en la guerra del Golfo fue presentada como una victoria de las Naciones Unidas frente a las violaciones del Derecho Internacional. Pero el paso del tiempo parece empeñado en demostrarnos que ese nuevo orden mundial no es más que un entramado de apariencias y buenas intenciones.
Jean-Christophe Rufin, que cuenta con una dilatada experiencia de cooperación internacional en países del Tercer Mundo, nos propone sumergirnos en la historia de Roma como método de reflexión que nos ayude a comprender un mundo que se está polarizando en la oposición Norte-Sur del mismo modo que Roma se opuso a los bárbaros. Según el historiador Polibio, Escipión lloró ante el espectáculo de Cartago en llamas, y no precisamente por compasión, sino por un sentimiento de miedo al vacío creado por la desaparición de un sistema que se había basado en el equilibrio de dos grandes potencias.
De la confrontación al abandono
Durante varias décadas, el Tercer Mundo fue en muchas ocasiones escenario de la confrontación entre Occidente y la URSS. Una vez desaparecida ésta, afirma Rufin, la nueva estrategia de Occidente va encaminada a consolidar una barrera divisoria, similar al limes romano, entre el Norte y el Sur.
El Norte establece frente al Sur un limes cuyos «Estados tapones» se sitúan en México, el Magreb, el Oriente Próximo o China. Éstos son los puntos calientes de unas fronteras cuyo desbordamiento debe evitarse a cualquier precio.
Inversiones, facilidades comerciales e incluso la posibilidad de intervenciones militares limitadas son las respuestas del Norte ante una amenaza que proviene más de la demografía que del enfrentamiento armado. Esto supone el abandono definitivo de consideraciones acerca de si un régimen o una guerrilla eran pro-occidentales. Y el resultado, según Rufin, no puede ser otro que la constitución de un apartheid mundial cuyo objetivo prioritario es mantener la seguridad del Norte.
Tales planteamientos están alejados de la ética y son toda una paradoja para un Norte que dice defender los valores de la democracia y los derechos humanos en todo el mundo. El autor llega incluso a aludir al personaje de Fausto, símbolo del Norte, que compra su inmortalidad -entiéndase seguridad- al precio del bienestar del Sur, hasta considerar como una utopía la búsqueda de un orden mundial justo.
La ilusoria seguridad
Liberia, Angola, Sudán o Argelia son ejemplos de países en conflicto contemplados por el Norte con no excesivo interés. Pero Rufin insiste en que una elección en beneficio de la seguridad siempre es engañosa: la Historia nos enseña que el limes no es una frontera libre de fisuras y que tarde o temprano acaba rompiéndose por algún sitio. Pero el statu quo parece justificarlo todo. Seguridad, equilibrio, libertad de comercio… He aquí las palabras mágicas que permiten volver la vista hacia otro lado.
Lo cierto es que unas relaciones Norte-Sur al margen de la ética nunca lograrán tan ansiada estabilidad. ¿Considera realmente el Norte que son una amenaza para su seguridad, por ejemplo, los seres que se apiñan en los barrios pobres de megápolis como México, Caracas, El Cairo o Calcuta? Si el respeto a la dignidad de la persona sigue siendo un valor universal, los años noventa ofrecen más que nunca ocasión de demostrarlo.
El libro de Rufin es una llamada a superar la nueva ideología de la separación que está sustituyendo a la del desarrollo. «El mito del desarrollo era universalista», afirma. «Más allá del enfrentamiento Este-Oeste, existía un consenso generalizado sobre la existencia de un único mundo y la superación de los retrasos en la carrera del desarrollo. Por el contrario, la ideología que enfrenta hoy al Norte y a los nuevos bárbaros asume y agrava las divisiones existentes». Ahora bien, en los últimos tiempos se ha ido acuñando el concepto de «injerencia humanitaria» para legitimar intervenciones exigidas por la justicia. Lo cual parece indicar que Occidente no se siente tan ajeno a los problemas del Sur como da a entender Rufin.
Antonio R. Rubio
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(1) Jean-Christophe Rufin. El Imperio y los nuevos bárbaros. Rialp. Madrid (1993). 225 págs. 2.000 ptas. (L’Empire et les nouveaux barbares, Jean-Claude Lattès, París, 1991).Tendencias de las migraciones internacionales
Ver segunda parte del servicio: «Saltar la frontera».
Para pensar el racismo
Ver reseña de El espacio del racismo.