En pleno éxito de Harry Potter y la piedra filosofal (ver servicio 166/01), se estrena la primera parte de la trilogía El Señor de los Anillos rodada por el neozelandés Peter Jackson a partir de las novelas de J.R.R. Tolkien, de las que ya se han vendido 100 millones de ejemplares en 25 idiomas. Fiel al original y de alta calidad artística, la película ofrece una buena ocasión para reflexionar sobre la fantasía, y sobre su discutido tratamiento de la magia y la religión.
En 1978, el iconoclasta Ralph Bakshi dirigió una tétrica adaptación en dibujos animados de los primeros dos libros de El Señor de los Anillos. De ahí que muchos entusiastas de J.R.R. Tolkien miraran con prevención la ambiciosa versión en tres películas que estaba preparando Peter Jackson. No en vano, en sus principales películas –Mal gusto, Braindead, Criaturas celestiales, Agárrame esos fantasmas-, el cineasta neozelandés ha adoptado una visión del hombre bastante alejada de la del católico filólogo inglés. Sin embargo, a la hora de la verdad, Jackson ha realizado una espléndida versión del primer libro de la trilogía heroica, fiel a su letra y a su espíritu.
Los secretos de la fantasía
Esta fidelidad era un gran reto. En primer lugar, porque no era fácil resumir la trama del largo viaje del hobbit Frodo y de una representación de las principales razas de la Tierra Media, con el objetivo de destruir un maligno anillo mágico. Y, después, porque ese relato es el culmen de la doctrina de Tolkien sobre la subcreación, que entronca su obra con los grandes mitos, desde la Odisea a Harry Potter, pasando por las eddas y el ciclo artúrico.
Esta doctrina la sistematizó Tolkien en su importante conferencia Sobre los cuentos de hadas, publicada en España por Minotauro en el volumen Los monstruos y los críticos y otros ensayos. En ella, el autor inglés considera la fantasía como la cumbre de «la actividad más humana y a la vez más divina: la creación artística». Pues, según él, «hacemos a nuestra medida y a nuestra manera derivativa porque nos hacen; y no sólo nos hacen, sino que nos hacen a imagen y semejanza de un Hacedor».
Además de esta dignidad filosófica de los mitos, Tolkien les atribuye una alta dignidad literaria, pues, si son buenos, ofrecen al lector «fantasía, renovación, evasión y consuelo». La fantasía es esa creación imaginativa de todo un universo propio, realista en sí. Además, sin necesidad de caer en la alegoría, los buenos mitos ofrecen renovación, es decir, una visión clara del ser humano, de su dignidad y de las leyes morales que rigen su mundo. Y de aquí se derivan la evasión y el consuelo.
Por evasión entendía Tolkien la huida de las preocupaciones cotidianas, para vivir la misma aventura -el tan manido viaje iniciático- que vive el protagonista del relato. Y esa evasión es siempre consoladora, es decir, acaba en un final feliz, entendiendo como tal la consolidación del propio héroe que, tras su fatigosa aventura, ha de haber crecido en autoconocimiento y en virtudes. Es lo que Tolkien denomina el gozo tras la eucatástrofe, que puede llegar a ser «un lejano destello, un eco del evangelium en el mundo real». Pues, para él, «el Evangelio no ha desterrado las leyendas; las ha santificado, en particular el final feliz».
Tres caras
Asentado en este sólido cimiento, Tolkien resuelve sin problemas la supuesta confusión de magia y religión. Según Tolkien, los relatos fantásticos tienen tres caras: «la Mística, que mira hacia lo Sobrenatural; la Mágica, hacia la Naturaleza; y el Espejo de desdén y piedad, que mira hacia el Hombre». Para él, la cara esencial de Fantasía es la segunda, la Mágica, y no cabe confundirla con las otras. Por eso, por muchos hechizos y portentos que hace Gandalf a lo largo de El Señor de los Anillos, siempre se presentan dentro de un ámbito natural, mucho más cercano a la ciencia y a la tecnología que a la religión.
Tolkien sintetiza esta idea con especial lucidez: «Sobrenatural es una palabra peligrosa y ardua en cualquiera de sus sentidos, ya sea estricto o impreciso, y es difícil aplicarla a las hadas, a menos que sobre se tome meramente como prefijo superlativo. Porque es el hombre quien, en contraste con las hadas, es sobrenatural (y a menudo de talla reducida), mientras que ellas son naturales, muchísimo más naturales que él. Tal es su sino».
Espectáculo y reflexión
Consciente de toda la riqueza literaria y antropológica de la obra de Tolkien, Peter Jackson se muestra siempre muy cuidadoso en su recreación de hechos, tipos y paisajes. Así, resuelve con impactante vigor, a lo Braveheart, las brutales escenas de guerra; pero las monta de modo que no resulten excesivamente morbosas. Por otra parte, da tiempo para que cada personaje despliegue su drama; pero oxigena los momentos trágicos con otros líricos, oníricos o cómicos. Además, en todo momento logra que sus excelentes actores vivan realmente sus personajes. Y todo ello, otorgando a los paisajes y ambientes un importante papel dramático, y sin abusar casi nunca de la música, ni de la fotografía, ni de los efectos especiales.
De todos modos, el primer acierto de la película es su guión, que sintetiza muy bien la novela, sacrificando solo el complejo capítulo de Tom Bombadil. Cabe elogiar sobre todo su cautivador tono mágico, piedra clave de Tolkien por convertir la historia de la Tierra Media primero en leyenda y después en mito. «Mi desafío era crear un mundo fantástico a gran escala, pero en el contexto de un fuerte realismo -ha señalado Jackson-. Y abordar tres temas básicos: la lucha del Bien contra el Mal, la naturaleza contra las máquinas, y la amistad vencedora de la corrupción». Ha logrado todos esos objetivos.
De este modo, sin violar nunca las reglas propias de ese mundo secundario, los hechos épicos se enriquecen con conflictos morales de hondo calado y expuestos desde la nítida antropología cristiana de la que parte Tolkien, sobre todo en lo referente al sentido redentor del sacrificio, al valor de la solidaridad frente al materialismo egoísta y a la conjunción de acción humana y providencia divina. En este sentido, la película incluye sutiles elementos icónicos de carácter religioso -el porte demoniaco de Saurón y los orcos, la actitud maternal de Galadriel, los signos y ritos funerarios de Aragorn…- que permiten superar una reducción de la obra de Tolkien a parámetros políticos, ecológicos o New Age, como algunos hicieron en los años 60 y 70. En fin, que esta primera parte hace justicia a su modelo. Ojalá las dos que quedan mantengan este nivel e incluso lo superen.
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El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring)
Director: Peter Jackson. Guión: Peter Jackson, Fran Walsh y Philippa Boyens. Intérpretes: Elijah Wood, Ian McKellen, Viggo Mortensen, Sean Astin, Liv Tyler, Ian Holm, Christopher Lee, Cate Blanchett, Sean Bean, John Rhys-Davies, Hugo Weaving. 165 min. Jóvenes.