El Rosario, oración contemplativa y compendio del Evangelio

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Juan Pablo II sigue mostrándose rico en iniciativas. A sus 82 años, al comenzar el vigésimo quinto de su pontificado, ha proclamado para toda la Iglesia un Año del Rosario. En su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (16-X-2002) hace una sonora llamada a la práctica asidua de esta oración. No es, ni mucho menos, el primer Papa que exhorta a rezar el Rosario; pero él lo hace a su modo característico, con una convocatoria concreta, apropiada para suscitar una respuesta activa. Y, para renovar esta devoción, la completa con cinco «misterios de luz», que se añaden a los quince tradicionales. El Papa hace, así, una movilización general, sobre todo interior y silenciosa. Pero está convencido de que la plegaria continua del Rosario traerá frutos palpables: la promoción de la paz y la salud de las familias.

El Rosario, señala el Papa al comienzo de la carta, es una «oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad». Su fuerza estriba en que, no obstante su carácter mariano, «es una oración centrada en la cristología», que «concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio». Rezando el Rosario, «el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor». Lo prueba «la multitud innumerable de santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación»; entre ellos la carta cita a S. Luis María Grignion de Monfort, al P. Pío de Pietrelcina y al beato Bartolomé Longo.

Por eso, en el pasado muchos Papas recomendaron esta oración. Entre los de tiempos recientes, la carta recuerda en especial a Pablo VI, que trató detenidamente del significado y valor del Rosario en la exhortación apostólica Marialis cultus (1974). Y «yo mismo -añade Juan Pablo II-, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario». Al inicio de su pontificado, el 29-X-1978, dedicó al Rosario su segunda alocución dominical a la hora del Angelus: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. (…) Con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo». El Papa, además, ofrece en la carta su experiencia personal: «El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación».

Ahora que la carta apostólica Novo millennio ineunte (6-I-2001) ha señalado, como orientación básica para recorrer el milenio recién comenzado, mirar a Cristo y encontrarlo en la oración, el Papa entiende esta reflexión sobre el Rosario como la «coronación mariana» de aquel documento programático. Pues «recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo». Para que esta práctica contemplativa se difunda más entre los fieles, Juan Pablo II proclama un Año del Rosario, desde el presente octubre hasta el mismo mes de 2003. «Confío -dice- que sea acogida con prontitud y generosidad» esta indicación pastoral.

Plegaria por la paz y por la familia

¿Por qué proponer de nuevo ahora el Rosario? El Papa señala varios motivos. Uno es «la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oración», que «corre el riesgo de ser infravalorada injustamente» y «poco propuesta a las nuevas generaciones».

Pero la razón principal consiste en que el Rosario es «un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia ‘pedagogía de la santidad’: «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración»».

Además, el Rosario es desde sus orígenes una plegaria a la que el pueblo cristiano ha recurrido para implorar de Dios los dones más importantes. También ahora es preciso continuar la súplica. «Hoy -declara Juan Pablo II- deseo confiar a la eficacia de esta oración la causa de la paz en el mundo y la de la familia». El Rosario, que ha sido siempre una manifestación principal de «oración por la paz», es particularmente necesario «al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001». Y cuando la familia se ve «amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras», «fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual».

Oración contemplativa

Considerado superficialmente, el Rosario parece un mero rezo vocal, repetitivo y sin espontaneidad. Por el contrario, afirma el Papa, en realidad «el Rosario es una oración marcadamente contemplativa». La Virgen sirve de guía al que lo reza: «Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la ‘escuela’ de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje». De este modo, el fiel va siendo llevado a identificarse con aquel a quien contempla. «En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo -en compañía de María-, este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir ‘amistosa’. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como ‘respirar’ sus sentimientos».

En el Rosario, la contemplación se centra en los «misterios», que son escenas principales de la vida de Cristo. La sucesión de avemarías solo resulta mecánica y aburrida si a la vez no se contemplan los misterios. Pero sin contemplación no hay verdadero Rosario. «El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición». Es una manera adecuada a la condición humana, que necesita palabras y signos sensibles para manifestar la vida del espíritu. Como otras prácticas propias del hombre, el Rosario es «expresión del amor que no se cansa de dirigirse hacia a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira». La repetición es típica de la oración bíblica -basta reparar en los Salmos- y ha sido siempre muy apreciada por la tradición cristiana, especialmente la oriental.

El método del Rosario, añade el Papa, se corresponde también con la lógica de la encarnación, por la que Dios se ha hecho visible en la historia. Mediante las escenas que muestran los misterios del Rosario, mientras la voz se dirige a Dios, la mente y los afectos se introducen en la contemplación. En fin, «para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor».

Misterios de luz

Los tradicionales quince misterios del Rosario compendian la encarnación y la vida oculta de Jesús (misterios gozosos), su pasión y muerte (misterios dolorosos) y su resurrección y triunfo (misterios gloriosos). Originalmente se escogió esta estructura para que el número total de avemarías (150) fuera igual al de los Salmos.

Con su carta apostólica, Juan Pablo II introduce una novedad: «Para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5)». Así pues, el Papa escoge cinco «misterios de luz»: 1) el bautismo de Jesús en el Jordán; 2) su autorrevelación con el primer milagro en las bodas de Caná; 3) su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4) la Transfiguración; 5) la institución de la Eucaristía en la Última Cena.

La adición requiere buscar un momento para la contemplación y rezo de los nuevos misterios de luz. Como puede no ser fácil recitar a diario todos los misterios, tradicionalmente se han distribuido en distintos días de la semana: el lunes y el jueves, los misterios gozosos; el martes y el viernes, los dolorosos, y el miércoles, el sábado y el domingo, los gloriosos. El Papa sugiere trasladar la segunda meditación de los misterios gozosos al sábado, el día mariano de la semana, pues en ellos la presencia de la Virgen es más destacada. Así también se evita que los misterios gloriosos se contemplen en dos días seguidos. El jueves, entonces, es el día reservado a los misterios de luz.

La incorporación de nuevos misterios, precisa el Papa, se orienta a que el Rosario sea vivido «con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria». En efecto, «los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico».

Para rezar mejor

Tras explicar el sentido del Rosario, el Papa dedica una sección de la carta a sugerencias para rezar con fruto esta oración.

El enunciado del misterio, acompañado quizá de la mirada a una imagen que lo represente, ha de servir para «abrir un escenario en el cual concentrar la atención». Conviene además que «al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico correspondiente». El Papa aconseja también que «después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado». A continuación, en el padrenuestro, el ánimo se eleva hacia el Padre. Tras señalar que «el centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús», Juan Pablo II recomienda la costumbre, común en algunos lugares y ya alabada por Pablo VI, de «realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando» Recitadas las diez avemarías, «es importante que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien resaltado en el Rosario». Finalmente, el Papa sugiere que la jaculatoria final que sigue al Gloria sea «una oración dirigida a alcanzar los frutos específicos de la meditación del misterio».

Las invocaciones que preceden y siguen al Rosario son muy variables, según las regiones. Juan Pablo II comenta algunas de las prácticas más difundidas, como la recitación de las letanías lauretanas, y recomienda la costumbre de terminar con una plegaria por las intenciones del Papa.

El Rosario en familia

Al final de la carta, Juan Pablo II vuelve a insistir en el rezo del Rosario por la paz y por la familia. «Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro». El Rosario, «por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una ‘batalla’ tan difícil como la de la paz».

También es enérgica la llamada a difundir el rezo del Rosario en familia, padres e hijos juntos. «Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamente más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima». Y no se debe pensar que esta oración no tendrá aceptación entre los hijos. «Una pastoral juvenil no derrotista, apasionada y creativa -¡las Jornadas Mundiales de la Juventud han dado buena prueba de ello!- es capaz de dar, con la ayuda de Dios, pasos verdaderamente significativos. Si el Rosario se presenta bien, estoy seguro de que los jóvenes mismos serán capaces de sorprender una vez más a los adultos, haciendo propia esta oración y recitándola con el entusiasmo típico de su edad». Por eso, subraya el Papa: «Pido a cuantos se dedican a la pastoral de las familias que recomienden con convicción el rezo del Rosario».

La carta concluye con una invitación alentadora a todos los fieles: «Tomad con confianza entre las manos el rosario». «Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana».


La historia del Rosario

El origen del Rosario es difícil de precisar. Se ha dicho que su creador fue santo Domingo de Guzmán (1170-1221). Sin embargo, la costumbre del Rosario puede ser más antigua, aunque Santo Domingo fue quien en su época más ayudó a su propagación, si bien en una forma más flexible y diferente a la actual.

A principios del siglo XII comenzó a extenderse en Occidente el rezo del avemaría. Quienes no sabían recitar el Oficio Divino, podían sustituirlo por 150 avemarías, y para llevar la cuenta se servían de nudos hechos en una cuerda o de granos enhebrados por decenas. Sin embargo, en un primer momento sólo se recitaba la primera parte del avemaría, hasta la bendición de Isabel. La fórmula actual procede de finales del siglo XV, cuando se introdujo el nombre de Jesús y la segunda parte («Santa María…»).

Domingo de Prusia, un cartujo de Colonia, a comienzos del XV propuso un salterio mariano en el que se rezaban 50 avemarías, completado al final con algunas alusiones a pasajes evangélicos. Esta práctica tuvo éxito y durante todo el siglo proliferaron muchos salterios similares. Pero quien dio al Rosario una estructura similar a la de hoy fue el dominico Alano de la Roche (1428-1478), a través del rezo de diferentes misterios con diez avemarías cada uno. Fue entonces cuando esta plegaria comenzó a llamarse «Rosario», en alusión al título de Rosa, símbolo de la alegría, con el que desde el inicio de la Edad Media se saludaba a la Virgen.

A comienzos del siglo XVI, en 1521, el Rosario fue simplificado por el dominico Alberto da Castello, que concretó los 15 pasajes del Evangelio relacionados con los hechos centrales de la vida de Jesús a los que se referían los distintos misterios.

A partir de entonces la práctica del Rosario se generaliza en el pueblo cristiano, gracias a la difusión de las cofradías del Santo Rosario y a las aprobaciones pontificias, especialmente de san Pío V (1566-1572). Su sucesor, Gregorio XIII, instauró una nueva advocación de la Virgen con el nombre de Nuestra Señora del Rosario y estableció la celebración de su fiesta el 7 de octubre, en recuerdo de la victoria sobre los turcos en Lepanto (1571). La devoción al Rosario ha sido promovida en la Iglesia por los Papas y recomendada por los santos. Han contribuido de manera especial a la fundamentación y propagación de esta devoción mariana las apariciones de la Virgen en Lourdes y en Fátima, donde pidió que se rezara el Rosario.


Guías para rezar el Rosario

El Rosario vuelve a ser popular, y la tendencia es perceptible en Estados Unidos, según explicaba hace algún tiempo el periodista Michael Paulson en The Boston Globe (2-II-2000). El artículo señalaba dos síntomas de esta recuperación: crecen las ventas de rosarios y muchas personas piden «manuales de instrucciones» para rezarlo.

De lo primero dan fe los fabricantes de rosarios, como George Malhame. Su empresa, Malhame & Co., vio decaer las ventas a partir de los sesenta. «Durante años -decía- tuvimos un almacén lleno de rosarios. Ahora tenemos un mercado muy vibrante». La recuperación no se debe solo a la clientela tradicional; también se han extendido las ventas a «dos mercados relativamente sin explotar: los hombres y los protestantes», anota el periodista. Y además de los clásicos rosarios de cuentas, hoy se venden casetes con el rezo del Rosario grabado.

El nuevo aprecio por el Rosario es una reacción contra la pérdida de las devociones personales, dice el sacerdote Johann Roten, director de Marian Library/International Marian Research Institute (Universidad de Dayton, en Ohio). En los sesenta, la moda del momento consideraba anticuadas las prácticas tradicionales de piedad. «Pero esto acabó resultando marchito o empobrecedor para muchos, y la gente echaba de menos algo que enganchara el corazón, algo más inspirador, más tangible, como el Rosario».

El renovado interés por el Rosario se nota también en Internet. «Los operadores de dos sitios católicos en la World Wide Web -decía el Boston Globe- dicen que les llegan cada vez más preguntas de personas que quieren saber cómo se reza el Rosario». Desde entonces la tendencia ha continuado, pero ya no es necesario preguntar: las guías para rezar el Rosario se cuentan por decenas en Internet.

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