El Nobel de Literatura suele tener en cuenta la importancia social de las lenguas, países o corrientes literarias. Este año, puede que Elfriede Jelinek fuera la única persona que reunía las características requeridas para que hubiera más diversidad entre los galardonados. Se ha elegido a una escritora de lengua alemana, de Austria -país donde hasta ahora no había «caído» el Nobel-, y feminista radical. El problema es que Jelinek, dramaturga nihilista, no representa a Austria (donde en 1996 prohibió que se representaran sus obras) ni probablemente a muchas mujeres, y ni siquiera a sí misma, porque considera indecente la publicidad, y se niega a viajar a Estocolmo para recoger el premio.
En la diversidad está el gusto, siempre que no se disguste a todos. Y, por no gustar, el Nobel no parece gustar ni a Jelinek, que asegura que debía haber sido premiado el norteamericano Thomas Pynchon o, puestos a elegir en Austria, Peter Handke. Ambos habrían podido disfrutar el premio, si bien Jelinek dice que 1,1 millones de euros al menos le permitirán escribir sosegadamente. Pero no quiere que se considere como un premio a Austria, y ni siquiera a sí misma, pues el yo (el suyo) no es nada, y sólo vale en cuanto parte de una «casta» oprimida, pues así es como ella ve a las mujeres. Afortunadamente en esa casta hay ejemplares más sociables. Aunque nació en Estiria, no se considera de allí, sino vienesa, y quizá no sea del todo extraño que declarara a «Frankfurter Allgemeine Zeitung» (11-10-2004) que «lo único que de verdad deseo es vivir apartada y que me dejen en paz», y que «uno debería suicidarse a tiempo».
Jelinek se describe a sí misma como obscena, blasfema, vulgar y burlesca, en un país donde guardar las formas importa mucho. Militó en el Partido Comunista -que nunca obtuvo un solo diputado en Austria- hasta después de la caída del Telón de Acero, alabó al dictador germano oriental Honecker, vituperó a los serbios asegurando que había que someter a ese país a una dictadura que lo reeducara. No puede decirse que represente a una minoría actualmente bien situada en Austria, los judíos, pero asegura que lo que le movió a escribir fue vengar a su padre, judío -que trabajó en la industria bélica y sobrevivió a la guerra-, atacando al país en el que nació -al que no duda en calificar de «Hitlerland»- por haberse dejado invadir, sin lucha, por los nazis.
La decisión de premiar a Jelinek fue criticada por «L’Osservatore Romano» (12-10-2004), que resalta el «nihilismo absoluto» de la autora, y afirma que las escenas de ruda sexualidad que incluye en sus obras no son fruto de la emancipación de la mujer sino de una asociación de «sexo, patología, poder y violencia», que no deja entrever «la dignidad del alma o de las intenciones».
Santiago Mata