El experimento consistía en modificar una parte del ADN de embriones triploides (resultado de un ovocito fecundado por dos espermatozoides) para hacerlos inmunes a una enfermedad hereditaria, la beta talasemia, que afecta a la hemoglobina reduciendo la oxigenación de los tejidos y produce frecuentemente cuadros de anemia aguda, potencialmente mortal.
Editar el genoma en embriones humanos utilizando estas tecnologías puede producir efectos impredecibles en las futuras generaciones
La técnica utilizada para modificar el gen que, al mutar, provoca la enfermedad es conocida como CRISPR-Cas9. Básicamente, consiste en aprovecharse de un sistema autoinmune presente en las bacterias para inhabilitar un fragmento del ADN que pueda resultar dañino. Ha demostrado ser más eficaz que otros métodos diseñados para el mismo fin.
Sin embargo, los autores del experimento reconocen que, aunque han conseguido modificar el ADN, los efectos colaterales en los 84 embriones “retocados” han acabado por provocar su muerte o por hacer ineficaz la mutación. Entre estos efectos ha habido alteraciones genéticas imprevistas, y eso que –como reconoce el propio equipo investigador– no han rastreado todo el ADN después del proceso.
Intervenciones sobre células germinales
Los científicos chinos han defendido la moralidad de su experimento alegando que no tenía fines reproductivos: para que nadie pensara que querían crear un bebé genéticamente modificado han utilizado embriones triploides, que por sus características de formación no pueden desarrollarse hasta dar lugar a un individuo viable.
Un primer debate ético se refiere al estatuto de estos embriones fallidos. ¿Justifica el hecho de que no sean viables (en el sentido de que no pueden desarrollarse completamente) cualquier tipo de experimentación con ellos? ¿Merecen la misma consideración bioética que los que sí son viables? Para el equipo de investigadores chinos, la respuesta a esta última pregunta parece ser un rotundo “no”.
Sin embargo, el principal debate ético suscitado por el estudio tiene que ver con la finalidad del experimento (eugenésica para algunos, aunque los científicos chinos lo niegan) y sobre todo con la consideración deontológica de utilizar en humanos una técnica aún no estudiada en profundidad. Este es uno de los principales motivos que llevaron a un grupo de científicos a pedir una moratoria para este tipo de técnicas (cfr. Aceprensa, 1/04/2015). Uno de los firmantes, Edward Lanphier, señalaba en The New York Times que “en nuestra opinión, modificar el genoma en embriones humanos utilizando estas tecnologías puede producir efectos impredecibles en las futuras generaciones”.
Este riesgo es más real cuando, como en este caso, se actúa sobre células germinales. Un análisis de El Mundo explicaba, poco después de la publicación del estudio, que “el Convenio de Oviedo, un documento internacional sobre los derechos humanos y biomedicina –firmado por 21 países entre los que se incluye España– condiciona las intervenciones en el genoma humano a que no se modifique el genoma de la descendencia”. Aunque el experimento de los científicos chinos no podía producir tal efecto, porque los embriones no eran viables, muchos investigadores creen que este peligro podría darse si la técnica CRISPR mejora sus resultados. Según César Nombela, catedrático de Microbiología y miembro del Comité de Bioética de España, el ejemplo chino muestra “cómo la falta de controles éticos está conduciendo a intentos similares a los que se hicieron con la clonación humana perpetrados por investigadores coreanos”.
El gobierno chino está ofreciendo incentivos a los investigadores para que tomen la delantera en la “carrera genética”
Una cuestión de Estado
La revista china en que se publicaron los resultados del experimento (Protein & Cell) incluía en esa misma edición un editorial explicando las razones para hacerlo. En concreto, aclaraba que “la decisión no debe ser entendida como una aceptación de estas prácticas, ni una invitación a replicarlas, sino como una alarma que llame la atención sobre la urgente necesidad de frenar la aplicación de estas tecnologías (modificación genética), sobre todo en células germinales o embriones, hasta que se llegue a un consenso sobre nuevas reglas”.
Sin embargo, las autoridades chinas no parecen tener tanta paciencia. Como explica Didi Kirsten Tatlow, el gobierno está ofreciendo suculentos incentivos a los investigadores para que tomen la delantera en la “carrera genética”, algo muy tentador para el depauperado gremio de científicos. En concreto, premia a los que consiguen publicar en revistas de prestigio internacional. Aunque Science y Nature se negaron a publicar el estudio en cuestión, hay quien teme que la espectacularidad y el carácter transgresor acaben por seducir a estas grandes marcas.
Parte de la comunidad científica china justifica la vulneración de los preceptos bioéticos aludiendo al orgullo nacional y a la diferencia de culturas. Los investigadores chinos, dicen, no pueden guiarse por criterios occidentales.
Hasta ahora, esos criterios han sido claros, al menos en lo que se refiere a la finalidad eugenésica o a los requisitos técnicos para aplicar determinadas técnicas a embriones humanos (no tanto en cuánto a su estatuto legal y su dignidad); queda por ver si “el interés de la especie” o de la sociedad no termina, también en Occidente, llevándose por medio al del ser humano concreto.