«Hace 100.000 años en África…»
Las teorías sobre la evolución humana son sacudidas periódicamente por descubrimientos paleontológicos inesperados. En 1995 hubo varios de este tipo. Fósiles de homínidos cuya antigüedad demuestra una migración mucho más rápida de lo que se creía. O fósiles descubiertos en regiones donde las teorías los descartaban. En medio de la provisionalidad de estos conocimientos, los estudios sobre la variabilidad genética de las poblaciones actuales van precisando el árbol genealógico de la humanidad.
En los últimos meses se han realizado varios descubrimientos paleontológicos que, para algunos científicos y divulgadores, resultan inesperados y sorprendentes.
Ya en 1994 se había encontrado en Java un fósil similar al Homo erectus, de una antigüedad de 1,8 millones de años, es decir, sólo 100.000 años posterior a los más antiguos encontrados en África. La mayoría de los paleontólogos jamás se habrían imaginado que una migración tan rápida fuera posible.
Más sorprendente aún fue el hallazgo en 1995, por el equipo de Russell Ciochon, paleontólogo de la Universidad de Iowa, de unos restos de hace 1,9 millones de años cerca del río Yangtze, en China. Según estos investigadores, estos fósiles -los más antiguos de homínido encontrados hasta ahora fuera de África- son muy similares a los del Homo habilis africano, el primero que fabricó instrumentos de piedra, y del que se pensaba que no había salido de África. En palabras de Ciochon, «es tan antiguo, tan primitivo y tan inesperado que bien podría derribar muchas teorías acerca de la evolución humana en Asia».
Fósiles inesperados
Pero también en África ha habido sorpresas, en este caso no por la antigüedad de los restos, sino por la latitud en que se encuentran. Se trata de un fósil de Australopiteco, descubierto en el Chad, de hace tres millones de años, contemporáneo de Lucy pero separado de ella por la cordillera del Rift del Este de África, y a 2.500 Km al Oeste. Según se cree, los cambios tectónicos ocurridos allí hace unos cinco millones de años dieron lugar a que el valle al Este de la cordillera se despoblara paulatinamente de árboles. Este hecho favoreció la evolución del antecesor común al hombre y al chimpancé hacia la marcha bípeda, dando lugar a las distintas especies de australopitecos, bípedos. En cambio, al Oeste se habrían mantenido los tipos de vida arborícolas que evolucionarían hacia las actuales especies de chimpancé. Lo que sorprende, pues, es que hubiera hace tres millones de años australopitecos tan lejos de su origen, y en una zona arborícola.
Pero, para el que no esté familiarizado con el mundo de los paleontólogos, estos casos pueden no parecer tan problemáticos. En efecto, en todos ellos, los individuos que vivieron tan lejanos de su origen han dispuesto de cientos de miles de años para llegar hasta allí. En el caso normal de la mayoría de las especies animales, que están adaptadas a un solo tipo de ambiente, esto sí sería sorprendente. Pero, precisamente, lo característico de los homínidos es su progresiva desadaptación. Lo propio de ellos es poder sobrevivir en distintos hábitats no adaptando su cuerpo a las necesidades del ambiente, sino sirviéndose de medios externos para adaptar el ambiente a sus necesidades. De ahí, por ejemplo, la capacidad de fabricar instrumentos. Teniendo esto en cuenta ¿son tan pocos 100.000 años para avanzar 1.000 Km? No parece tan difícil.
La cuestión es que estos datos son solamente problemáticos para supuestas teorías científicas que intentan dar una explicación pormenorizada de lo ocurrido durante millones de años, a partir de un número de hallazgos que a veces se pueden contar con los dedos de una mano.
Cuando las teorías son comprobables
Se ha llegado a decir que la teoría darwinista de la evolución es tan perfecta que casi no es una teoría sino una especie de explicación total. Y, en efecto, no es una teoría si estamos hablado de ciencia experimental. La teoría neodarwinista no se ha podido cuantificar, aunque se ha intentado acudiendo a estudios estadísticos de genética de poblaciones, muy útiles para la mejora artificial de especies domésticas, pero que no aportan nada sobre la posible importancia del azar y la selección natural como motores de la evolución.
Sin embargo, muchos autores, presuponiendo cierta la teoría y, por tanto, un lento y uniforme gradualismo en todo lo relacionado con la evolución, han ideado todo tipo de fórmulas matemáticas para analizar distintas situaciones. Pero la elección de las variables que hay que considerar significativas, de entre las innumerables que se pueden incluir en estas fórmulas, es necesariamente subjetiva.
Un ejemplo es la antigua conclusión, siguiendo estos métodos y después de considerar «suficientes» variables, de que el linaje del hombre y el del chimpancé habrían debido separarse hace al menos 15 millones de años. Cuando las comparaciones moleculares, que sí pertenecen de lleno a la ciencia experimental, demostraron que el suceso habría tenido lugar hace unos 5 millones de años, tiempo excesivamente corto para el lento gradualismo del que antes hablábamos, muchos paleontólogos pusieron el grito en el cielo. Posteriormente se fueron rindiendo a la evidencia de estos estudios verdaderamente cuantificables, como son los del porcentaje de parecido genético.
En la misma línea se han hecho predicciones de la capacidad de migración en Km/año de una especie, de poblaciones humanas, etc. En el caso de nuestros ejemplos. esas predicciones han resultado excesivas, de ahí el estupor causado en personas que han prejuzgado como una ciencia exacta algo que sólo era una suposición.
La Eva negra
Algo parecido ha ocurrido con el caso de la famosa «Eva mitocondrial». El tiempo de divergencia de dos especies distintas se puede extrapolar directamente del porcentaje de diferencia entre su ADN nuclear, porque no hay flujo genético -transferencia de genes- entre ellas. Entre las distintas razas de una misma especie sí hay flujo genético cuando hay contacto geográfico entre ellas, como ocurre en el caso del hombre.
Por eso surgió la idea de estudiar el tiempo de separación entre razas humanas comparando su ADN mitocondrial, que se transmite por vía exclusivamente materna y no se mezcla en cada cruce. Según este estudio, los ADNs mitocondriales de todas las razas humanas confluyen en África hace algo más de 100.000 años, es decir, todas las mitocondrias de las actuales células humanas procederían de una mujer africana de aquélla época. Esta mujer fue llamada la «Eva negra».
Inmediatamente surgieron protestas de los partidarios de un origen simultáneo y multirregional de los seres humanos actuales. El solo hecho de que se usara el nombre bíblico de Eva produjo un gran rechazo de estos estudios por la supuesta identificación de la llamada «Eva negra» con la Eva del Génesis, cosa que nadie había hecho. La denominación era simplemente popular, de la misma manera que se ha llamado «Abel» al australopiteco recientemente descubierto en el Chad. Los mismos autores de los trabajos con ADN mitocondrial fueron los primeros que dijeron que la mujer portadora de aquella mitocondria no tenía por qué ser la primera mujer, ni la única que existiera en aquella época. Otras mitocondrias de otras mujeres existentes se podrían haber perdido en el transcurso de las generaciones de la misma manera que se puede perder un apellido.
Es más, ellos mismos realizaron unos estudios estadísticos para ver cuál podría ser el tamaño de la población en aquella época (aunque hay que tener en cuenta que éste es el tipo de trabajo en que la elección de las variables resulta subjetiva, por lo que sus resultados deben cotejarse con otros para que puedan ser aceptables). El resultado fue que la famosa «Eva mitocondrial» podría pertenecer a una población de hasta 10.000 individuos. Muchos científicos han tergiversado ligeramente esta conclusión suponiendo demostrada la existencia de 10.000 individuos en aquella época, o tomando este límite superior como un límite inferior.
Cabe aquí preguntarse: ¿Por qué si ningún científico ha intentado utilizar la ciencia para demostrar el monogenismo, sin embargo hay tantos que se esfuerzan, como si en ello les fuera la vida, en utilizar la ciencia para negarlo? ¿Por qué no se limitan a exponer sus resultados sin acritud como hacen los otros?
¿Cien mil antepasados?
Recientemente, el investigador de origen español Francisco Ayala ha publicado un artículo en la revista Science (29-XII-95), en el que afirma que las poblaciones humanas y sus ancestros debieron tener un mínimo de 100.000 individuos en cada generación. Lo que significaría que las poblaciones de las que desciende el hombre han sido de más de 100.000 individuos desde hace millones de años. Esta afirmación ha llevado, de nuevo, a ciertos divulgadores a atacar los estudios de los científicos supuestamente defensores de una sola primera pareja.
Los estudios de Ayala se basan en los genes llamados DRB1, relacionados con la respuesta del sistema inmunológico. Las diferentes formas en que un gen puede existir se llaman alelos (por ejemplo, alelo para ojos azules y alelo para ojos castaños). Ayala se apoya en el concepto de la coalescencia, según la cual estos alelos descienden de un gen ancestral, y, basándose en una fórmula matemática, concluye que la coalescencia de los genes DRB1 humanos es de una antigüedad de unos 60 millones de años. Con estos presupuestos, la extrapolación de que el hombre y sus antepasados debieron tener un mínimo de 100.000 individuos se desprende de una simulación por ordenador. Pero una simulación por ordenador puede distar mucho de la realidad, a no ser que se demuestre que los parámetros utilizados son correctos, por ejemplo, por su concordancia con los resultados de otros estudios.
Sin embargo, se pueden poner algunas objeciones a estos trabajos. La fórmula que se utiliza sería válida para todos los genes si la tasa de mutación de todos los genes fuera la misma, pero esto no es así: es conocido desde hace mucho tiempo que la frecuencia de mutación puede variar enormemente de un gen a otro. Si se toma una frecuencia media de mutación y se aplica a cualquier gen, los resultados pueden distar mucho de la realidad. Además, la mayoría de los genes están preparados para mutar lo menos posible: cada mutación se puede considerar como un accidente.
En cambio, en todos los genes relacionados con la respuesta inmunológica, como son los DRB1, ocurre precisamente lo contrario, ya que una de sus funciones específicas es la de poder mutar rápidamente para hacer frente a cualquier nuevo agente extraño al organismo.
Esto se acentúa más, precisamente, en el caso del ser humano, única especie que ha tenido que hacer frente a todos los agentes extraños de todos los ambientes. Por tanto, para aceptar estos resultados, habría que hacer estudios similares con otros genes de nuestra especie y con los mismos genes de otras especies y ver si concuerdan. Mientras tanto podemos decir que no parecen concordar con el resto de estudios genéticos y moleculares realizados hasta ahora.
El más amplio estudio genético
Baste citar la reciente publicación de un inmenso estudio multidisciplinar (1) en el que se ha utilizado todo tipo de información genética acumulada durante los últimos cincuenta años, por ejemplo 110 genes diferentes de más de 1.800 poblaciones distintas de todas las razas. Pues bien, por el simple porcentaje de parecido entre los genes y entre el ADN nuclear global, todas ellas parecen confluir hace algo más de 100.000 años en África. Muchas de las cifras, que en este caso sí concuerdan, se desprenden de los datos por simples reglas de tres, sin necesidad de utilizar complicadas fórmulas para su estudio.
Además, estos datos confluyen y concuerdan con estudios geográficos, ecológicos, arqueológicos, de antropología física y de lingüística, aportados por expertos en cada una de esas ciencias que han colaborado en la misma obra. Por ejemplo, el estudio del origen de las relaciones de todas las lenguas actuales ha experimentado un gran avance gracias a su asociación con el estudio de las relaciones genéticas de las poblaciones que las hablan. Y algunos expertos, como la doctora Johanna Nicols, de la Universidad de California en Berkeley, han llegado a la conclusión de que ya se puede afirmar que todas las lenguas actuales confluyen en una única ancestral que existió hace unos 100.000 años en África.
Para concluir vamos a hacer una simple observación. A pesar de la controversia que ha suscitado la historia de la «Eva mitocondrial», el dato de que todas las mitocondrias proceden de una mitocondria ancestral que existió hace algo más de 100.000 años en África es incontestable, aunque, como hemos apuntado, la mujer a la que pertenecía no tiene por qué ser la primera. Si la conclusión de Ayala fuera cierta, sería una casualidad que su antigüedad concuerde con todos los estudios que hemos citado.
Se puede realizar un estudio semejante al de las mitocondrias, aunque más complicado, con el cromosoma Y, que sólo se transmite por vía paterna. Pues bien, ese estudio se realizó posteriormente por investigadores de Harvard, del Imperial College, de Yale y del MIT, entre otros, y sus resultados apuntan a que ese cromosoma Y originario existió precisamente hace algo más de 100.000 años en África.
«Algo más de 100.000 años en África», es una frase que no hemos tenido más remedio que repetir a lo largo de estas líneas; y, queda claro, no ha sido por casualidad. Perece que la ciencia experimental nunca podrá decir con absoluta seguridad que procedemos de una sola pareja, o lo contrario. Pero todos los estudios moleculares actuales, excepto el de los genes DRB1, apuntan a una población muy restringida en nuestro origen. Por tanto, el origen a partir de una sola pareja es científicamente posible, a menos que tengamos tanta fe en el azar como muestran algunos darwinistas (2).
Mariano Delgado_________________________(1) Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozzi y Alberto Piazza. The History and Geography of Human Genes. Princeton University Press. (1995). 1.059 págs.(2) Para ver un breve estudio teológico y científico sobre el monogenismo, cfr. Mariano Delgado, Adán y Eva y el hombre prehistórico, folletos MC, n.º 604, 36 págs.