Si repasamos la lista de películas nominadas a los Oscar 2007, encontramos una serie de títulos que representan una tendencia creciente en los últimos años: convertir a la familia media convencional americana en el objeto de crítica o en protagonista de desmedidos dramas afectivo-sexuales. Películas como «Juegos secretos» («Little Children»), por la que están nominados Kate Winslet y Jackie Earle Haley, o «Diario de un escándalo» («Notes on a Scandal»), por la que se nomina a Judi Dench y Cate Blanchett, entroncan con una tradición que tiene en «American Beauty» uno de sus mejores ejemplos. El leitmotiv de estas películas consiste en afirmar que bajo la apariencia de la familia feliz americana se esconden un sinfín de disfunciones y patologías que hacen poco recomendable el matrimonio tradicional. A «American Beauty» habría que añadir significativos títulos de la última década, como «La tormenta de hielo», «Hapiness» o más recientemente «Recortes de mi vida».
Volviendo a las candidaturas de los Oscar, nos encontramos con que incluso amables películas como «En busca de la felicidad» («The Pursuit of Happyness»), que le ha valido una nominación a Will Smith, también nos hablan de familias que dejan de ser felices. Por otro lado, «Pequeña Miss Sunshine», simpática cinta que nos presenta una familia claramente disfuncional, también le ha supuesto una nominación a Abigail Breslin. Y para familia que tiene mucho que esconder, la de «Volver», de Almodóvar, por la que está nominada Penélope Cruz.
Puede que no sea más que una casualidad, pero en los últimos años también florecieron entre las películas nominadas algunos títulos que suponían un duro juicio de fondo contra la familia «clásica»: «Junebug», «Transamerica», «Yo soy Sam», «En la habitación», «Monster’s Ball», «Iris», «Las horas», «Lost in Translation», «Thirteen», «Closer» son sólo algunos ejemplos, muy variados en fondo y forma, pero en los que subyace una sorda sospecha acerca de la bonanza de dicha institución. A nadie se le oculta que en la vivencia de la propia familia están las raíces de muchas conductas negativas. Pero eso, que es un dato de la experiencia, adquiere un tinte ideológico en muchos de estos films. Un tinte que viene a subrayar que el origen de muchas situaciones problemáticas -disfunciones sexuales, racismo, violencia, inadaptación, - está precisamente en la institución familar como tal, considerada por muchos fruto acabado de una terrible combinación de cristianismo, machismo y normativismo.
Curiosamente, algunas de estas películas dejan ver que la cuestión radica no en la naturaleza de la familia, sino en la «traición» a su vocación, y muchos personajes tratan a tientas de recuperar dimensiones esenciales de la familia, aunque sea de forma parcial. Así encontramos familias monoparentales, «familias» no biológicas, madres solteras, Recordemos el paralelismo que se establece entre Michele Pfeifer y Sean Penn en «Yo soy Sam», una sin marido y otro sin mujer, y que tratan de recomponer su vida con los pedazos que quedan. Las películas menos realistas -y más ideológicas- proponen la «liberalización» de lo instintivo, y la «desontologización» de los afectos y del sexo como la panacea de la salud mental. Así, el marido de «Iris» debe aceptar con moderna deportividad que su mujer se acueste con otros hombres, porque el sexo, para ella, no es más que una intrascendente y divertida forma de comunicarse. Pero estas películas cuentan con un poderoso enemigo: la propia experiencia humana.
Juan Orellana