La gran ocultadora, como se llamaba a sí misma Frida Kahlo, buscaba el objetivo del fotógrafo para ser retratada en las más variadas poses, trajes y actividades, con las que fraguaría la leyenda de su persona y de su personaje. La fotografía fue un elemento fundamental en la vida de Frida Kahlo, especialmente en sus años de formación. Nieta e hija de fotógrafos, Frida aprendió de niña a posar, convirtiéndose precozmente en una modelo consumada.
La distendida relación de Frida con la cámara fotográfica se refleja en los primeros retratos familiares, tempranos testimonios de una personalidad intensa y polifacética. La sucesión cronológica de las imágenes demuestra cómo el juego teatral de los comienzos se convierte en un proceso sistemático de construcción iconográfica. Si el gran proyecto vital y artístico de Frida Kahlo fue la creación de un universo autorreferencial, la fotografía fue su primer medio de expresión.
Por la vida de Frida Kahlo pasaron un sinfín de fotógrafos, atraídos tanto por la artista como por el personaje: Edward Weston, Imogen Cunningham, Manuel Álvarez Bravo, Martin Munkacsi, Gisèle Freund, Bernard Silberstein, Fritz Henle y Nickolas Muray, entre otros. Los más allegados supieron captar a Frida en la intimidad de su hogar y desprovista de fachadas, siendo éstos los retratos más originales, precisamente por su sencillez. Sin embargo, nunca resulta fácil discernir dónde termina la mujer y empieza la actitud.
Los retratos tejen un hilo narrativo que abarca toda la vida de la artista mexicana, desde su niñez hasta el lecho de muerte.
En este recorrido vital, lleno de experiencias de dramática intensidad, pero también marcado por un idealismo sin límites, fue probablemente la relación con Diego Rivera la que en gran medida favoreció el cruce de caminos entre Frida Kahlo y multitud de artistas, intelectuales y fotógrafos que nutrirían su existencia, dotándola del cosmopolitismo latente en este legado gráfico.
Cuando la fama de Frida ya era internacional, fotoperiodistas reputados como Silberstein o Freund se acercaron a la Casa Azul para inmortalizar a la enigmática pintora. La última fotografía fue tomada por Lola Álvarez Bravo después de vestir personalmente el cadáver de Frida Kahlo. Siguiendo sus instrucciones, le puso su huipil blanco con las borlas ceremoniales y una falda larga. Le trenzó el pelo con lazos y flores y le puso sus collares de coral y jade. Le pintó las uñas de rojo y adornó todos sus dedos con anillos. Esta fotografía póstuma es el retrato totémico de una personalidad fraguada con gran esfuerzo. Su mejor autorretrato.
Quién era Frida
Hija del fotógrafo judio alemán Guillermo Kahlo, Frida Kahlo Calderón nació en Coyoacán, al sur de Ciudad de México, el 6 de julio de 1907. A los 16 años, cuando era estudiante en la Escuela Nacional Preparatoria de esta ciudad, resultó gravemente herida en un accidente de coche. Entre septiembre de 1925 y 1927 Frida debió permanecer largos periodos recogida en su casa, la Casa Azul. Cubierta de yeso y confinada a un aparato ortopédico, Frida comenzó a pintar sus primeras obras.
Frida fue a buscar a Diego Rivera a la Secretaría de Educación Pública, donde éste pintaba murales, le mostró algunas de sus obras y lo invitó a que visitara la Casa Azul para ver el resto de sus pinturas. Fue así como Diego empezó a frecuentar la Casa Azul para cortejarla.
Frida y Diego se casaron el 21 de agosto de 1929. Influida por la obra de su marido, adoptó el empleo de zonas de color amplias y sencillas plasmadas en un estilo deliberadamente ingenuo. Al igual que Rivera, quería que su obra fuera una afirmación de su identidad mexicana y por ello recurría con frecuencia a técnicas y temas extraídos del folklore y del arte popular de su país. Más adelante, la inclusión de elementos fantásticos, claramente introspectivos, la libre utilización del espacio pictórico y la yuxtaposición de objetos incongruentes realzaron el impacto de su obra, que llegó a ser relacionada con el movimiento surrealista.
Entre 1930 y 1933 la pareja vivió en Estados Unidos, donde Diego pintó murales en San Francisco, Detroit y Nueva York. A su regreso a México la pareja se instaló en una casa en San Ángel.
En 1934, molesta por las infidelidades de Diego, Frida se muda a un departamento en Insurgentes y un año más tarde viaja a Nueva York. A pesar de sus cortas visitas a la Casa Azul, el inmueble permanecía en el corazón de la pintora como lo muestra el óleo fechado en 1936: “Mis abuelos, mis padres y yo”, también llamado “Arbol genealógico”.
El matrimonio Kahlo-Rivera fue miembro del Partido Comunista Mexicano. En enero de 1937 León Trotsky, héroe de la Revolución de Octubre exiliado del régimen stalinista soviético, consiguió asilo político en México gracias a las gestiones de Diego Rivera. A su llegada, le ofrecieron vivir en la Casa Azul, entonces deshabitada. Allí residiría hasta mayo de 1939, cuando se produjo la ruptura entre Rivera y Trostky por divergencias políticas.
Las desavenencias de Frida con su marido hicieron que la pareja se divorciara a finales de 1939. A pesar de todo, Diego y Frida siguieron en contacto. En septiembre de 1940 Frida fue internada en el hospital Saint Luke de San Francisco, mientras Diego permanecía atento a su estado de salud.
El 8 de diciembre de 1940, Diego y Frida se reconciliaron y contrajeron nupcias por segunda vez. A principios de 1941, poco antes de la muerte de Guillermo Kahlo, padre de Frida, el matrimonio Rivera regresó a México y se estableció en la Casa Azul.
Frida expuso en tres ocasiones. Organizó las exposiciones de Nueva York de 1938 y de París de 1939 a través de sus contactos con el poeta y ensayista surrealista francés André Breton. En abril de 1953 expuso por primera vez en la Galería de Arte Contemporáneo de Ciudad de México.
Tras más de 15 años de triunfos creativos y fracasos sentimentales entre Nueva York, París y Coyoacán, tres abortos espontáneos, curas psicológicas, fiestas, muertes y bebida, Frida Kahlo llega a los 50 débil e insegura. Una de sus últimas obras es la visionaria “Sandías con leyenda: Viva la vida”. El 13 de julio de 1954, una semana después de su 47 cumpleaños, una bronconeumonía truncó su vida.
En 1958 la Casa Azul se transformó en museo, en homenaje a la vida y obra de Frida Kahlo.