Kevorkian, una patológica obsesión por la muerte

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El doctor Jack Kevorkian ha sido condenado por un tribunal de Michigan a una pena de entre 10 y 25 años de cárcel por el homicidio de Thomas Youk, a quien inyectó una sustancia letal en septiembre de 1998.

Kevorkian, patólogo de 70 años, dice haber practicado 130 eutanasias. Ya se había sentado en el banquillo cuatro veces, pero fue absuelto. En este juicio, se defendió a sí mismo para reiterar su alegato pro-eutanasia. Pero en este juicio no ha sido condenado por sus ideas, sino por desafiar la prohibición de matar. El debate lleva años en la prensa. Algunos medios de comunicación han rastreado el perfil de Kevorkian, tratando de averiguar de dónde arranca su cruzada.

Según The Economist (31-V-97), no proviene tanto de su compasión por el enfermo, como de una patológica obsesión por la muerte. En 1997, Resist Records editó el disco «Gran naturaleza muerta: la suite de Kevorkian», donde interpreta melodías propias. La portada, pintada por él, muestra una calavera con una mueca torcida en su mandíbula. Después, una galería de Detroit exponía este y otros doce cuadros de Kevorkian: había cabezas separadas, cadáveres en putrefacción, etc.

Además de la música y la pintura macabra, Kevorkian siente fascinación por la formas de aplicar la pena capital. Por ejemplo, ha estudiado las investigaciones de unos estudiantes de medicina franceses del siglo XIX que gritaban a los recién guillotinados: «¿puedes oírme?».

La revista Newsweek (6-XII-93) explica que durante unas prácticas en el hospital de la Universidad de Michigan en 1950, fotografiaba los ojos de los pacientes agonizantes. Afirmaba que «aunque no tenía ninguna aplicación, sentía curiosidad».

Antes de su campaña en favor del suicidio asistido, defendió lo que llamaba «experimentación en humanos terminales». En 1958 propuso a la American Association for the Advancement of Science que favoreciera la experimentación «sin dolor» en los condenados a muerte -mientras estuvieran vivos- que dieran su consentimiento, advirtiéndoles que podrían no despertar.

El «Doctor Muerte», como se autodenomina, siguió refinando la idea en artículos posteriores. En «Medical Research and the Death Penalty» afirmó que estos experimentos aportarían más que los practicados en animales, y que no experimentar en los condenados era un gasto inútil de cuerpos.

Aún fue más lejos. En un panfleto alemán propuso hacer experimentos en condenados, pero sin anestesia. Y amplió el espectro de candidatos: enfermos en coma; personas con lesiones cerebrales irreversibles o muerte cerebral; bebés y niños discapacitados menores de cierta edad (sin concretar); fetos que van a ser abortados, etc.

Aunque Kevorkian no ha precisado qué beneficios comportarían los experimentos, en su libro Prescripción: Medicidio, publicado en 1991, volvió a insistir en la idea de «avanzar en el conocimiento de la esencia de la muerte humana». Por esta razón, en sus páginas declara que los experimentos de los médicos nazis durante la Segunda Guerra Mundial «no fueron absolutamente negativos».

Kevorkian tiene también ciertas megalomanías. Durante la vista del juicio de 1990, comparó su defensa del suicidio asistido con el nacimiento del cristianismo. Y en 1992 escribió que se consideraba el heredero intelectual de Einstein, Thoreau, Gandhi, Martin Luther King, Susan B. Anthony y Margaret Sanger, pionera del control de la natalidad.

Aunque la figura de Kevorkian se ha rodeado de partidarios y adversarios, según The New York Times (16-IV-99), su peculiar cruzada y su condena a prisión no han hecho sino perjudicar al movimiento pro-eutanasia.

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