En la bula de convocatoria del Año Jubilar extraordinario, dedicado a la misericordia divina, el Papa Francisco invita a mirar el rostro de Cristo, que revela de forma concreta el modo de ser de Dios. La misericordia del Padre se convierte en criterio de actuación para los hijos. Por eso, durante este año de gracia, la Iglesia está llamada a renovar su misión de testimoniar el amor misericordioso de Dios.
La misericordia divina no es algo abstracto, sino que se hace visible en el rostro de Jesucristo. De ahí el título de la bula, Misericordiae vultus (“El rostro de la misericordia”). Contemplar ese rostro es introducirse de lleno en la esencia del misterio divino y, por eso, “es fuente de alegría, de serenidad y de paz”. La misericordia, sintetiza el Papa, “es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado” (n. 2).
Un tiempo extraordinario de gracia
Francisco destaca la importancia de la fecha de apertura del Año Santo, que tendrá lugar el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. “Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios”, quien “no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr. Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón” (n. 3).
El Papa también ha escogido esa fecha, 50º aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, “por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia”. Los Padres conciliares vieron que “había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo”. Francisco quiere “mantener vivo” ese espíritu con el testimonio de la misericordia divina (n. 4).
El Papa recuerda las palabras que san Juan XXIII pronunció en la apertura del Concilio: “En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad”. Y recupera otras del beato Pablo VI, quien condensó la espiritualidad del Vaticano II en la historia del samaritano: “El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo, en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores; en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza”.
“Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio”
El Año Jubilar concluirá en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. “En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia” (n. 5).
La fuerza que lo vence todo
La misericordia revela el ser mismo de Dios: no es un signo de debilidad, sino expresión de su omnipotencia. Y su ser misericordioso se concreta en acciones de salvación con las que “revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor ‘visceral’. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (n. 6).
En los puntos siguientes (nn. 7-9), el Papa se detiene a explicar que en la vida de Jesucristo “todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión”. Con ese amor compasivo, Jesús “leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales” (n. 8).
Particular importancia tienen las parábolas dedicadas a la misericordia, en las que “Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón” (n. 9).
Las mismas parábolas enseñan que “la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos”. Así pues, los cristianos están llamados a imitar esa actitud, conscientes de que “el perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso” (n. 9). De ahí que, más adelante, escoja como lema del Año Santo las palabras: “Misericordiosos como el Padre” (nn. 13-14).
“Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia”
La Iglesia, oasis de misericordia
En los puntos 10 a 12, el Papa dice por dónde ha de caminar la Iglesia: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia (…) Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (n. 10).
Francisco repasa dos pasajes de la encíclica Dives in misericordia, la segunda de san Juan Pablo II, y afirma que “es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (n. 11).
“La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo”, que no excluye a nadie. “Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia” (n. 12).
Abrir el corazón a las miserias del mundo
Un rasgo peculiar del Año Santo es el sentido de “peregrinación”, que el Papa quiere que se viva en todas las diócesis del mundo. Se trata de un camino interior que cada cual ha de recorrer “para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar”, y que “requiere compromiso y sacrificio” (n. 14). Una de las etapas de esa peregrinación es “no juzgar y no condenar”, que “significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona” (n. 14).
El Año Santo también es un llamamiento a “abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales”, y a no caer “en la indiferencia que humilla”. “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio” (n. 15).
“Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón”
En este contexto, el Papa pide “que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos” (n. 15).
Confesiones acogedoras
Otro aspecto central del Año Santo es “el sacramento de la Reconciliación”, que “permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia”. “Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo aunque haya dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado” (n. 17).
Como medidas concretas, Francisco ha previsto incrementar en más diócesis la iniciativa “24 horas para el Señor”, una jornada penitencial prevista para el viernes y sábado anteriores al IV domingo de Cuaresma (n. 17). Y enviará a las diócesis, también durante la Cuaresma del Año Santo, “misioneros de la misericordia”; es decir, sacerdotes a los que el Papa dará “la autoridad de perdonar también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica” (n. 18).
En el Año Santo de la misericordia, la indulgencia –una gracia típica de los jubileos– adquiere una relevancia particular. Así lo explica el Papa: “En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados tienen en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto” (n. 22).
Justicia y misericordia
El Papa dirige una llamada especial “a los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal” y “a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción”. “¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón (…) El Papa os tiende la mano. Está dispuesto a escucharos. Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia” (n. 19).
De ahí Francisco pasa a reflexionar sobre la relación entre justicia y misericordia. “La justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil” (n. 20). Pero “si Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser Dios; sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley”. Así pues, “la misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer” (n. 21).
El Papa confía en que el Año Santo favorezca el acercamiento entre las tradiciones religiosas, y menciona en particular al judaísmo y al islam, que consideran la misericordia como “uno de los atributos más calificativos de Dios” (n. 23). Y concluye la bula pidiendo la intercesión de la Virgen María, testigo al pie de la cruz, junto a san Juan, “de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús”, y de “la grande apóstol de la misericordia, santa Faustina Kowalska”.