En Norteamérica proliferan iniciativas para enseñar a los jóvenes a resistir la presión ambiental
En Estados Unidos, todo lo que sonara a castidad estaba mal visto en los medios que sustentan las opiniones dominantes. Declarar públicamente que las relaciones sexuales han de reservarse para el matrimonio y que los jóvenes deben aprender el dominio de sí, más bien que los prospectos de los anticonceptivos, era exponerse a recibir el sambenito de retrógrado moralista. Pero, ante la epidemia de embarazos de adolescentes y el temor al SIDA, el ambiente está cambiando. Cada vez más programas de educación sexual ponen el acento en la continencia, también los impartidos por grupos sin ningún tinte confesional.
El propio Bill Clinton ha defendido el mensaje contra las relaciones sexuales prematuras en recientes visitas a escuelas de barrios problemáticos, donde la mayoría de los alumnos son hijos ilegítimos que suelen convertirse en madres o padres solteros. Ahora que un demócrata habita la Casa Blanca, algunos políticos están perdiendo la timidez para hablar de valores morales y familiares, proclamando, en relación con el aumento de embarazos entre adolescentes, el diagnóstico que se decía en voz baja.
Sobre todo, ha surgido una multitud de iniciativas para enseñar a los jóvenes a decir no. Hasta en vallas publicitarias se pueden leer mensajes que proclaman cuál es la verdadera prevención del SIDA: «No te dejes engañar: el único ‘sexo seguro’ es la continencia antes del matrimonio y la fidelidad en el matrimonio». Semejantes campañas no son sólo obra de la «derecha religiosa», como hasta ahora se las habría tildado automáticamente. Intervienen muchos grupos sin carácter confesional, incluidos algunos dedicados a la planificación familiar y organizaciones cívicas claramente de izquierda. Y lo más significativo es que actúan sin complejos y con respaldo público. Este fenómeno ha merecido la primera página del New York Times (16-I-94), en una crónica sin comentarios desfavorables: toda una novedad.
Aprender a resistir
El diario señala que cada vez más adolescentes norteamericanos -180.000 sólo en California- reciben cursillos que les animan a la continencia. Uno de los puntos principales del programa que desarrolla la Urban League y otras 27 organizaciones en escuelas públicas californianas consiste en ayudar a los chicos a resistir la presión ambiental. Algunos de los profesores que imparten el curso son jóvenes un poco mayores que conocen bien el asunto y, por ejemplo, enseñan a las alumnas cómo despachar a los seductores. Les dan clases prácticas en las que se emplean los argumentos y el lenguaje corrientes en la calle. Y explican por qué es mejor no tener relaciones prematuras, que acaban siendo experiencias amargas que fácilmente arruinan la vida de un adolescente.
En este y otros programas la enseñanza fundamental no es tanto la castidad propiamente dicha cuanto la mera continencia. La finalidad no es expresamente moral, sino detener la espiral de desintegración familiar, pobreza y fracaso escolar que la epidemia de sexo desencadena en los barrios deprimidos. Pero algo tienen estos cursos de educación en la virtud, pues se dirigen a la voluntad, a diferencia de la sexología con propaganda anticonceptiva que ha prevalecido en los últimos decenios.
Como anota el Times, hasta ayer semejante enfoque habría sido objeto de censura unánime. Era doctrina común de expertos en temas sociales y medios de comunicación que los adolescentes tendrán relaciones sexuales, nos guste o no; por tanto, había que dejar de echarles sermones y darles anticonceptivos. Pero muchos que están en la calle han acabado por comprender que el sermoneo viene de otra parte: de un ambiente artificialmente sexualizado que incita a comportamientos destructivos.
Con los métodos anteriores, en efecto, los problemas no han hecho sino agravarse. Han aumentado constantemente los embarazos de adolescentes (hoy son más de un millón anuales, o sea que afectan a una de cada nueve chicas menores de 19 años), así como los casos de enfermedades de transmisión sexual, los jóvenes que abandonan los estudios y la factura de los subsidios sociales a madres solteras.
Cambio de táctica
Esto es lo que comprobó la profesora de ginecología Marion Howard, de la Universidad Emory (Atlanta), creadora del programa que se imparte en California. A mediados de los 70, ella y su equipo comenzaron a dar educación sexual a la antigua usanza en las escuelas públicas de la ciudad. Sus clases versaban fundamentalmente sobre métodos de control de la natalidad y enfermedades de transmisión sexual. Al cabo de varios años, observaron que sus esfuerzos no servían para que los adolescentes disminuyeran su actividad sexual ni el uso de anticonceptivos. Así que en 1985 decidieron cambiar de táctica: añadieron al programa un capítulo para enseñar a los chicos a resistir las incitaciones a tener relaciones prematuras.
El nuevo cursillo de Howard, ahora considerado con respeto, se ganó al principio la mofa de los colegas de la planificación familiar. Pero ha demostrado su eficacia: retrasa el comienzo de la actividad sexual en los adolescentes que no la han tenido y logra que los demás disminuyan la frecuencia de relaciones. En la actualidad, 4.000 escolares de 14 años de Atlanta siguen el programa cada curso.
Otro lugar donde se alienta a los jóvenes a la continencia es Maryland. Allí, el esfuerzo es sobre todo publicitario, con carteles que animan a los padres a enseñar a sus hijos que virgen «no es una palabra sucia». Trece anuncios que se emiten por televisión dirigen, con argumentos diversos, el mismo mensaje a los adolescentes. Las autoridades del Estado aseguran que, gracias a esta publicidad, los embarazos de adolescentes han descendido un 10% en dos años. Maryland ha gastado hasta ahora 5 millones de dólares en la campaña, que ha vendido a otros Estados.
Continente, y a mucha honra
También varios grupos religiosos han emprendido iniciativas de este tipo. La más importante es la de la Convención Baptista del Sur, con el lema «El amor verdadero sabe esperar». Esta campaña culminará el verano próximo en un magno festival en Washington, al que se espera que asistan cientos de miles de adolescentes de distintos credos. Allí los jóvenes escucharán a conjuntos de rap como DC Talk, que en sus letras, en vez de glorificar la brutalidad, propone «esperar a la pareja que Dios ha previsto para ti». Los asistentes, al final, proclamarán públicamente su propósito de ser continentes hasta el matrimonio. Un acto similar se celebrará, hacia las mismas fechas, en Ottawa, convocado por la Evangelical Fellowship of Canada, que ha adoptado la idea de los baptistas estadounidenses. En ambos países ya ha habido declaraciones públicas de continencia, en reuniones menos numerosas: la más reciente tuvo lugar en Edmonton (Canadá), con asistencia de 1.800 jóvenes.
Precisamente esta falta de complejos para proclamar el valor de la continencia es uno de los síntomas más claros del cambio de clima. Lejos de sentirse acorralados, cada vez más jóvenes manifiestan esta convicción y contrarrestan la influencia del ambiente. Así, empieza a ser común que escolares y hasta universitarios formen clubs para chicos y chicas que comparten estas ideas, con objeto de cultivar amistades normales, sin que nadie se sienta presionado a llegar al punto que algunos consideran inevitable en estos casos.
También se presentan a los jóvenes nuevos modelos que imitar. Un grupo de famosos deportistas profesionales que se declaran continentes visitan escuelas para hablar con los alumnos y mostrarles un vídeo que ensalza esa conducta. El cambio ha llegado incluso a la televisión. En series de gran audiencia como Beverly Hills 90210 (Sensación de vivir) o L.A. Law (La ley de Los Ángeles) comienzan a aparecer personajes que practican la continencia y se muestran orgullosos de ello.
Estas iniciativas son en buena parte una reacción ante los males, bien tangibles, que ha provocado la «revolución sexual», aunque no pocas incluyen también motivaciones más altas. El caso es que en Norteamérica la castidad ya no tiene tan mala prensa. Un tabú menos.
Rafael Serrano