La clonación humana abre un amplio debate ético

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.

Entre el anatema, la moratoria y las ansias de investigar
El provocativo anuncio hecho por el científico de Chicago Richard Seed, que asegura estar preparado para clonar seres humanos, ha sido acogido con escepticismo por parte de la comunidad científica y ha suscitado el rechazo de la sociedad. Sin embargo, está abierto el debate sobre las implicaciones éticas de esta nueva técnica y la respuesta legal que conviene darle: ¿establecer una moratoria, prohibirla por ley, confiar en la responsabilidad de los científicos?

Profesionales de distintas ciencias coinciden en la necesidad de contar cuanto antes con unas normas éticas básicas que orienten los experimentos genéticos en la especie humana. Para el bioquímico José María Mato, catedrático de la Universidad de Navarra y ex presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, «no se puede dejar a la decisión exclusiva del científico lo que es o no experimentable en el campo de la biología de la reproducción humana». Pero «también es evidente que ninguna regulación represiva de la investigación o de sus aplicaciones tiene futuro a largo plazo». Según Mato, que intervino en enero junto con otros científicos en la jornada «Ciencia y ética de la clonación» organizada en Madrid por el Instituto de Bioética, en la experimentación sobre clonación es preciso «conseguir unas normas bioéticas concretas para el conjunto de la humanidad» en las que, además de los puntos de vista de los científicos, se incluyan las consideraciones de otros sectores de la sociedad, puesto que se trata de ámbitos que repercuten directamente en el futuro de la humanidad.

Un embrión humano no es un medio

Los aspectos éticos de la clonación plantean una cuestión previa sobre la ética de la investigación con embriones humanos. Esta investigación puede proporcionar nuevos conocimientos sobre el control de la gestación, el desarrollo embrionario, la detección de enfermedades genéticas y su curación. Pero la ética de estos experimentos es muy controvertida, pues la consideración del embrión dista mucho de ser única.

Para los que mantienen que hay un ser humano desde el momento de la fecundación del óvulo, «el embrión es una entidad evolutiva y, por tanto, es artificial establecer un momento anterior al cual todo está permitido», asegura José María Mato. Por eso, las investigaciones que supongan la destrucción del embrión o su generación con fines distintos a la procreación deberían estar prohibidas.

Para los que consideran que el huevo fertilizado no puede llamarse un ser humano, estas investigaciones son susceptibles de regularse por ley. De hecho, la situación legal en Europa varía desde la prohibición total de investigación con embriones en Alemania y Noruega hasta la autorización para investigar en los 14 días después de la fertilización como en Gran Bretaña.

El Prof. Mato advierte que, a diferencia de otros experimentos donde el objetivo es ayudar a un paciente concreto, «en la investigación con embriones el objetivo es beneficiar a los embriones en general, o a la especie humana, mediante la destrucción del embrión empleado. No hay duda de que la investigación con embriones puede ser importante para futuros embriones, pero también es evidente que no lo es para aquel embrión en particular que se usa para experimentar. Y, desde un punto de vista puramente existencial, todos los embriones tienen el mismo status». Ante este dilema, el criterio ético, en opinión de Mato, es que «un embrión humano no podrá jamás convertirse en simple medio para alcanzar estos objetivos. Tendrá que seguir siendo siempre el objetivo último, un ser humano».

Tres criterios

José María Mato no cree que la eventual clonación vaya a cambiar mucho el proceso de la evolución humana, la cual depende no sólo de los factores genéticos sino también de los ambientales (sociales, políticos, económicos). «Recordemos que no hay dos seres humanos idénticos, y que los gemelos univitelinos, aunque tienen el mismo genoma y se educan en el mismo ambiente, merced a la conciencia y a la experiencia individual, no son iguales cuando analizamos características que tienen que ver con su inteligencia, personalidad, etc.».

El problema ético de estas investigaciones está, más bien, en que «antes la biología era una disciplina dedicada al estudio pasivo de la vida mientras que ahora puede alterarla casi a capricho». Pero el hacer ciencia de calidad no justifica cualquier procedimiento u objetivo. Mato sugiere tres criterios básicos para elaborar unas normas éticas en este campo. «En primer lugar, que las aplicaciones del progreso científico no creen más problemas que soluciones. En segundo lugar, el interés de la sociedad debe prevalecer sobre el interés del individuo, siempre que se garantice la dignidad de la persona y los derechos humanos. Y, en tercer lugar, que la enfermedad o condición a la que se apliquen estos conocimientos biológicos sea importante». Por ejemplo, la fibrosis quística o la distrofia muscular son importantes porque quienes las padecen ven acortadas sus expectativas de vida. En cambio, no lo es la clonación de un individuo para perpetuar su linaje cuando la procreación es imposible. Después de todo, advierte Mato, «una de las características distintivas de todas las formas de vida es que ningún linaje biológico se crea para perpetuarse».

Este tercer criterio es importante también para clarificar la oportunidad de dedicar recursos a una aplicación científica -clonar un ser humano para dar continuidad a un apellido o recurrir a esas técnicas para disponer de tejidos que puedan transplantarse-, cuando podrían justificarse con más peso inversiones para erradicar enfermedades infecciosas como la malaria, que afectan a millones de personas.

Con pocas excepciones, los científicos afirman que las técnicas utlizadas para crear a Dolly, la primera oveja clónica, aún no son aplicables a los seres humanos. Sin embargo, es muy posible que en un futuro próximo sea técnicamente factible. Y lo que se preguntan numerosos comités de bioética en todo el mundo es si existe alguna justificación médica para crear clones humanos. Generalmente se discuten dos áreas de posible aplicación: la reproducción, cuando la procreación es imposible; y los transplantes, pues la utilización de células genéticamente, y por lo tanto inmunológicamente, idénticas a las del receptor eliminaría el riesgo de rechazo.

¿Hay razón para hacerlo?

En el primer caso, muchos consideran que no es éticamente aceptable la reproducción a toda costa. El debate ético será más vivo en la aplicación de las técnicas de clonaje al transplante. La idea se basa en la observación de que células embrionarias pueden dar lugar a cualquier tipo de tejido u órgano cuando se inyectan en embriones más viejos. En principio, explica Mato, podrían obtenerse grandes cantidades de células para el transplante de médula o para el tratamiento de la enfermedad de Parkinson. «Para conseguirlo habría que crear un embrión utilizando un óvulo receptor y un núcleo de una célula somática proveniente de la persona enferma. A continuación este embrión podría ser cultivado ex vivo y, al cabo de algún tiempo, se establecería un cultivo de células en donde la diferenciación sería inducida y serían así utilizadas para el transplante. Las técnicas que permiten el establecimiento y diferenciación ex vivo de cultivos de células embrionarias aún no son técnicamente posibles en humanos, pero ya han comenzado a desarrollarse en ratones».

Pero también esta aplicación médica o terapéutica plantea interrogantes éticos, pues el logro por clonación de estos tejidos inmunológicamente óptimos para el transplante supone aceptar de antemano la producción de embriones humanos con fines distintos de la generación, es decir, exige utilizar para ese fin óvulos humanos y cultivarlos, y ése es el quid del problema.

Para salir al paso de este problema, Mato propone estudiar las implicaciones éticas antes de que las técnicas estén disponibles; e investigar «cómo preparar clones de células aptas para el transplante sin necesidad de trabajar con embriones humanos; lo que incluye tanto los trabajos sobre clonación de células somáticas humanas, como las investigaciones sobre xenotransplantes» (del animal al hombre).

Adelantarse a la ciencia

Cuando se habla de regular en una ley los problemas éticos, muchos científicos responden que no se pueden poner cortapisas al avance de la ciencia. Pero lo que hay que ver es si toda posibilidad técnica comporta un avance humano.

Mato propugna «una ética de la responsabilidad, en el sentido propuesto por Max Weber, que tiene en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción, frente a la ética del éxito, tan de moda en nuestros días, que sólo se preocupa de los resultados, considera buena cualquier intervención biológica que proporcione beneficios, y elude el hecho de que para conseguir fines ‘buenos’ haya que utilizar medios moralmente dudosos».

Pero la generalización de una ética preventiva, que «preceda al desarrollo de las técnicas de la clonación humana», como propone Mato, no parece una tarea sencilla, en un ámbito en el que a menudo se cruzan argumentos emocionales. Además de institucionalizar los comités de bioética, se requiere «hacer hincapié en lo que une a las tradiciones éticas de las distintas religiones y culturas», de manera que los resultados puedan tener una aplicación global y no limitada al mundo occidental.

¿Es posible? ¿Es deseable?

La presentación de la oveja clónica Dolly, obtenida en el Instituto Roslin de Escocia a comienzos de 1997 (ver servicio 49/97) y ha sido firmado por veintidós de los cuarenta países miembros. Un protocolo adicional, firmado el 12 de enero de 1998 y al que se ha adherido otra veintena de países, prohíbe la clonación humana, incluida la manipulación del embrión, con independencia de su finalidad. Pero hay otros países en los que se admiten investigaciones en embriones humanos en los primeros catorce días de desarrollo o se da vía libre al uso de los sobrantes de la fecundación in vitro. Nada impide, por tanto, desplazarse a un país con vacío legal o con un control menos estricto de la investigación.

Todas estas prácticas en las que la libertad individual se distancia del significado natural de la reproducción humana desembocan en una situación compleja ética y legalmente, como ya advertía la declaración de la Academia Pontificia para la Vida (ver servicio 111/97). Los representantes de una decena de clínicas españolas de reproducción asistida, que cuentan con centenares de embriones humanos congelados, se han dirigido al Gobierno para solicitar que resuelva el vacío legal que se produce una vez superado el plazo de cinco años previsto por ley para su conservación. Otras autoridades, a instancias de los médicos, se plantean la oportunidad de que los embriones sobrantes sean adoptados por parejas estériles.

Las salidas para los embriones humanos inutilizados no son muy esperanzadoras. En opinión de Mato, caben tres opciones básicas: «Su conservación indefinida, su destrucción o su utilización en investigación. Y las tres posibilidades son perturbadoras, porque son incompatibles con el respeto que debe mostrarse a un embrión humano».

El poder de una célula reprogramada

El experimento que dio lugar a la oveja Dolly fue realizado en el Instituto Roslin de Edimburgo por un equipo de investigadores, dirigido por Ian Wilmut. La técnica fue calificada de innovadora, ya que por primera vez se demostraba que también se podía producir un animal viable a partir del núcleo de una célula diferenciada. Los científicos escoceses tomaron una célula de la ubre de un mamífero, le extrajeron el núcleo -que contiene la información genética que se pretende traspasar- y lo implantaron en un óvulo enucleado. En este proceso, el núcleo transferido sufrió lo que se denomina reprogramación, es decir, recuperó toda su potencialidad genética inicial y la capacidad de dar lugar a un organismo completo. En cuanto el desarrollo del óvulo permitió su viabilidad, fue implantado en una «madre de alquiler», que culminó la gestación hasta el nacimiento de una oveja clónica, es decir, de un animal con las mismas características genéticas que aquél del que procedía la primera célula.

La técnica de transferencia nuclear abre las puertas a nuevas investigaciones sobre el material genético y su reprogramación, de manera que en adelante podrán combatirse algunas enfermedades de animales o producir animales transgénicos con unas condiciones particularmente útiles para el hombre, por ejemplo, mamíferos cuya leche contenga proteínas humanas de interés clínico. La Facultad de Veterinaria de la Universidad de Tufts (Boston) ha reemplazado genes porcinos por otros humanos con el fin de producir cerdos transgénicos clónicos que presenten en su leche inmunoglobinas, factores de coagulación o fibronectina. Otras utilidades pueden ser la replicación de animales a los que se han transferido genes humanos, cuyos órganos podrían trasplantarse posteriormente a humanos -aunque tomando suficientes garantías para evitar infecciones u otras alteraciones-; la clonación de animales simplemente para preservar una especie en peligro de extinción, o la producción en serie de animales de granja de alto precio con destino al consumo humano.

Una segunda técnica de clonación, aunque de aplicaciones más limitadas, es la denominada de separación embrionaria. En este caso, se separan las células o blastómeros de un embrión multicelular antes de que se inicie la diferenciación. Pero, de momento, el número de células que pueden ser apartadas antes de que comience la diferenciación es reducido.

M. Ángeles Burguera

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.