Las elecciones generales del 28 de abril en España confirman una tendencia de fondo que viene de antes y se da en otros países de Europa. Desde la crisis que comenzó en 2008, el centro político mengua o se divide, y se alargan los extremos.
La principal novedad de los recientes comicios españoles es el descalabro del Partido Popular (PP), que nunca había obtenido tan pocos votos y diputados. La segunda es la entrada de Vox en el Congreso, con el 10,3% de los sufragios, lo que no está nada mal para empezar. También Podemos tuvo un brillante estreno en las Cortes en 2015, con casi el 13%, pero esta vez ha sufrido un descenso importante con respecto a los comicios anteriores en 2016, repetición de los de 2015.
No es menos notable la subida de Ciudadanos, que también entró en el Parlamento en 2015, en su caso como segundo partido de centroderecha: ha quedado tercero, muy cerca del PP, y le disputa la primacía en esta zona del espectro político.
La fragmentación de los parlamentos refleja la de la opinión pública y hay polarización de posturas tanto en los hemiciclos como en la calle
Pero lo más decisivo ha sido la recuperación del Partido Socialista (PSOE), que de su mínimo histórico de 2016 (22,6%) ha pasado a ganar las elecciones con el 28,7%. Su líder, Pedro Sánchez, primer ministro desde el año pasado gracias a una moción de censura a su predecesor del PP, Mariano Rajoy, podrá formar gobierno con el voto de Podemos o la abstención de otros grupos. Ahora bien, esta relativa comodidad no es comparable a la de los ganadores de otros tiempos. Sánchez será presidente con el segundo menor número de diputados propios, 123 de 350, de la democracia española, récord que solo ha batido él mismo, en la pasada legislatura (85).
El empuje de los populismos
Estos resultados electorales son muestra de un fenómeno que se ha hecho bastante común en Europa: el encogimiento del centro político, tras décadas de hegemonía, en general por el empuje de los llamados populismos (término discutido y en el que no suelen reconocerse aquellos a los que se aplica). Un partido socialdemócrata y otro democristiano –o semejantes– se repartían el espacio central mayoritario sin rivales considerables a sus respectivos lados.
En España, el PP y el PSOE sumaban entre los dos al menos dos tercios de los votos, y la mayoría de las veces, en torno a tres cuartos, y unos 300 diputados. En 2015, cuando Podemos y Ciudadanos llegaron al Parlamento, por primera vez ningún partido alcanzó el 30%. En las elecciones de 2019 se ha registrado otro hecho inédito: los votos totales de socialistas y populares, aunque siguen siendo los primeros, no han llegado a la mitad (se han quedado en el 45,4%).
En correspondencia, los extremos se dilatan. En un lado, a una Izquierda Unida siempre lejos del 10% de los votos, le ha sucedido el populista Podemos, nacido de la protesta del 15-M (2011), que ha sobrepasado con holgura aquel techo. En la derecha, España no tenía, a diferencia de otros países vecinos, un populismo de derechas en el Parlamento; pero ahora tiene Vox.
El antiguo centro hegemónico
Hay que ser cauto antes de identificar leyes en los vaivenes electorales: lo que parece una tendencia puede no ser más que un episodio. Pero en otros países ha ocurrido algo similar, y antes. En Alemania, la alternancia entre centroderecha (CDU/CSU) y centroizquierda (SPD) surcaba los comicios con la estabilidad de un trasatlántico, cosechando cada cuatro años el 75-80% de los votos (¡el 88% en 1983!). Hasta 2005, cuando bajó del 70%. En las últimas elecciones, en 2017, tuvo su mínimo (53%), mientras por primera vez, un partido populista, de derecha, Alternativa para Alemania (AfD), se alzaba tercero con el 12,6%.
Algunos populismos de derecha o izquierda están incitando a los partidos de centro a desplazarse hacia los extremos
El mismo reciente hito del PSOE y el PP en España registraron los dos principales partidos suecos el año pasado. El Socialdemócrata, que ha gobernado casi siempre desde 1917, y el Moderado (centroderecha), no llegaron al 50% de los votos entre los dos. En cambio, el partido populista de derechas, los Demócratas Suecos (fundado en 1988 y con representación parlamentaria desde 2010), volvió a ser tercero y logró más votos que nunca.
En Finlandia, los grandes partidos tradicionales (Socialdemócrata, Coalición Nacional [centroderecha] y Partido del Centro [liberal]) solían sacar cada uno más del 20% hasta 2007. En las últimas elecciones, el 14 de abril, ninguno ha alcanzado ese porcentaje y entre los tres suman menos del 50%. La diferencia se debe al Partido de los Finlandeses (PS), populista de derecha creado en 1995, que ha pasado del tercer al segundo puesto, aunque por debajo de su máximo (19% en 2011).
Oscilaciones
Se podrían citar otros casos de contracción del centro, como el de los Países Bajos, con el reciente ascenso del PVV de Geert Wilders, el partido populista antinmigración. Pero no se debe llevar la generalización demasiado lejos, pues también hay contraejemplos. El mismo PVV subió en 2017 después de bajar en 2012, y no ha recuperado su máximo de 2010 (15,4%), por no mencionar el 17% de su predecesor, el partido del asesinado Pim Fortuyn, en 2002.
Peor aun cuadra el caso de Austria, que tiene sus populistas de derecha, el FPÖ, desde los años 1950. Con Jörg Haider, el FPÖ logró el 27% en 1999 y entró en un gobierno de coalición con los democristianos del ÖVP, que no completó la legislatura. Cayó al 10% en 2002 y desde entonces se ha ido recuperando, y de nuevo está en el poder con el ÖVP. En todo caso, democristianos y socialdemócratas siempre han sumado más del 50%, y en los últimos comicios han subido.
Italia tiene un gobierno populista, una coalición de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas (M5S). Pero no es el primero, a no ser que neguemos el título a Silvio Berlusconi, presidente del Consejo de Ministros en tres ocasiones en la década de 1990 y la siguiente. Tampoco la fragmentación del Parlamento es en Italia novedad sino tradición, al menos desde los tiempos del pentapartito en los ochenta, y no digamos tras la desaparición de la Democracia Cristiana en 1994. Qué porcentaje de votos tiene el centro italiano no es fácil de calcular en ese potaje de siglas y alianzas cambiantes; pero las agrupaciones usuales le suelen atribuir más de la mitad. Ahora bien, no se puede negar que el M5S, fundado en 2009 y con casi el 33% del voto en las últimas elecciones, ha cambiado el panorama.
En Europa se ha extendido la desconfianza hacia los grandes partidos tradicionales, mientras más de 40 nuevos han entrado en los distintos parlamentos
Y aunque nuevas fuerzas centrífugas por la izquierda y por la derecha han aparecido también en otros países, su efecto político es poco perceptible donde hay sistema electoral mayoritario. Y en ese caso están el Reino Unido y Francia, las dos naciones más grandes de la UE después de Alemania. El UKIP resultó efímero y la Agrupación Nacional (antes Frente Nacional) francesa nunca llega muy arriba en las fases altas de sus oscilaciones.
Deseo de cambio
Aunque el encogimiento del centro no sea una ley europea universal, se ha extendido la desconfianza hacia los grandes partidos tradicionales, mientras más de 40 nuevos han entrado en los distintos parlamentos. Hace un año, el Eurobarómetro sobre el Parlamento Europeo mostraba un 56% favorable a la opinión de que es necesario un cambio y solo los nuevos movimientos o partidos pueden traerlo. En buena parte, es el descontento con los que gobernaban cuando llegó la crisis de 2008 y los que aplicaron los duros recortes que siguieron, y también la inquietud provocada por los fuertes flujos de inmigrantes.
Sin embargo, esa mayoría de opinión no ha pasado por ahora a los votos, aunque es previsible que se note más en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, en las que muchos electores se atreven con opciones no convencionales. ¿Qué han conseguido entonces los nuevos partidos, populistas o no?
Pocos han llegado a gobernar, aparte de Syriza en Grecia o el M5S y la Liga en Italia, o como socios minoritarios de partidos tradicionales en Finlandia y en Austria. Fuera de esos casos, no han podido evitar que sigan gobernando los de siempre, solo que, a veces, en minoría o en coalición, y no con ellos. Pero han complicado la formación de gobiernos en Alemania, España, Suecia.
De todas formas, algunos han logrado desplazar a los centristas hacia los extremos. No en Finlandia, donde la participación del Partido de los Finlandeses (PS) en el gobierno con centroderecha y liberales (2015-2019) no supuso gran cambio. El PS acabó abandonando la coalición, salvo un grupo de moderados que siguieron apoyándola y crearon un nuevo partido (que se ha quedado fuera del Parlamento en las recientes elecciones).
En Austria, en cambio, algunas tesis del FPÖ han sido adoptadas por el gobierno del democristiano Sebastian Kurz, que ha endurecido la política –y sobre todo la retórica– de inmigración.
Polarización del debate
En otros casos, los nuevos partidos han influido desde fuera del gobierno. El mismo giro de Kurz lo ha dado en Alemania la CSU, los democristianos bávaros, que a su vez lo han impuesto hasta cierto punto al gobierno federal de su correligionaria de la CDU Angela Merkel. En España, el empuje de Vox ha provocado que el PP intentara conservar los votos amenazados inclinándose a la derecha; pero la estrategia no ha resultado, también porque Ciudadanos le disputaba su espacio.
En España, Suecia y Finlandia, los partidos antes hegemónicos ya no suman en conjunto ni la mitad de los votos
Cabe esperar que los socialdemócratas, por su parte, se escoren a la izquierda para recuperar electores que se pasaron a los populistas de su lado. Así lo ha hecho el PSOE, que en efecto este año ha ganado votos que le había quitado Podemos. Sin embargo, en Europa, el populismo de izquierdas es menos fuerte y apenas hay más ejemplos de tal corrimiento inducido.
En otros países, los socialistas ciertamente se desplazan a la izquierda, pero más por contrarrestar su descenso general mediante una vuelta a las esencias que por la competencia de los populistas. Los laboristas con Corbyn, el SPD alemán, el Partido Democrático italiano, y hasta los demócratas de EE.UU. han tomado esta opción.
Finalmente, la contracción del centro puede tener una consecuencia social: tiende a exacerbar el debate público, no solo entre los políticos. La fragmentación de los parlamentos refleja la de la opinión pública y hay polarización de posturas tanto en los hemiciclos como en la calle. Los partidos pueden acabar llegando a un arreglo por necesidad, para que no haya que repetir las elecciones. Pero este muro de contención no suele funcionar tan bien en los medios, en los actos políticos, en las redes sociales. Nos gusta pensar que las divergencias fuertes son saludables, y más interesantes que el consenso anodino de gente sin ideales; pero no si caemos en el radicalismo cerril, en deslegitimar al contrario, en dejar de escucharnos y convertir el diálogo en una competición de gritos.