André Schiffrin contra la censura del mercado
Al igual que ya ha sucedido en la prensa, el cine y la televisión, los grandes grupos internacionales de comunicación han irrumpido en el mundo editorial. La progresiva adquisición de editoriales en Estados Unidos y Europa está provocando una drástica transformación que afecta tanto a la configuración de las empresas editoriales como al contenido de los libros que se publican. André Schiffrin ha dado una voz de alarma en La edición sin editores (1), donde mantiene que el libro se está abandonando a las leyes inexorables del mercado, en detrimento de la calidad. ¿Clarividente? ¿Catastrofista? En cualquier caso, un necesario debate cultural.
André Schiffrin es uno de los más importantes editores de Estados Unidos. En la actualidad dirige la editorial independiente The New Press y durante más de treinta años estuvo vinculado a Pantheon Books. Esta editorial había sido fundada por su padre, Jacques Schiffrin, conocido editor y fundador en Francia de La Pléiade, años antes de que en 1941 viajara a Estados Unidos huyendo de los nazis. Pantheon Books fue comprada por Random House, que posteriormente fue adquirida por RCA, potente grupo de electrónica y de industria del ocio. Más adelante RCA vendió Random House a uno de los magnates de los medios de comunicación, S.I. Newhouse.
Drásticos cambios en la edición
Cuando quedaron claros los planes del nuevo propietario, André Schiffrin y todo su equipo editorial presentaron la dimisión. A partir de aquel momento, «los libros que trataban de problemas sociales y los textos de alto nivel intelectual fueron los primeros en desaparecer. En el otoño de 1998, el libro-faro publicado con el sello de Pantheon era una obra sobre fotografías de las muñecas Barbie». Poco tiempo después, Schiffrin fundó The New Press.
Al hilo del relato de sus experiencias personales, André Schiffrin reflexiona crudamente sobre los drásticos cambios en el sector editorial, que le llevan a afirmar «que la edición mundial ha cambiado más en el curso de los últimos diez años que durante el siglo anterior». Antes de esta revolución, «la edición era esencialmente una actividad artesanal, a menudo familiar, a pequeña escala, que se contentaba con modestos beneficios procedentes de un trabajo que todavía guardaba relación con la vida intelectual del país».
Schiffrin idealiza especialmente los años sesenta y setenta, cuando todavía era posible encontrar una gran masa de lectores para libros exigentes, puestos en el mercado por un puñado de editores, que contribuyeron «a crear una opinión pública de izquierdas extremadamente bien informada». Quizá el prejuicio ideológico de que la cultura es de izquierdas influye también en su añoranza de la edición «a la antigua».
En cualquier caso, es un hecho que la irrupción de los grandes grupos de comunicación ha acabado por alterar este panorama, lo mismo que ha sucedido en otros ámbitos de la cultura de masas (cine, televisión, etc.). Schiffrin centra su análisis en lo que está sucediendo en el mundo anglosajón. Pero considera que estos cambios determinarán también el futuro de la edición en todo el mundo, como de hecho ya está sucediendo en Francia, los países nórdicos y España (en este sentido, merecen citarse las memorias del editor español Mario Muchnik: Lo peor no son los autores, ver servicio 176/99).
Criterios de rentabilidad
La irrupción de estos grandes propietarios ha introducido nuevos criterios en la edición de libros: «Los nuevos propietarios de las editoriales absorbidas por los grupos -escribe Schiffrin- exigen que la rentabilidad de la edición de libros sea idéntica a la de sus otros sectores de actividad, periódicos, televisión, cine, etc., todos ellos notoriamente lucrativos».
Este es el argumento central de su libro: «La causa profunda de la transformación de la edición tal y como la hemos conocido es el paso de una rentabilidad del 3 ó 4%, que era la norma tanto en Estados Unidos como en Francia, a exigencias del 15% e incluso más».
Para alcanzar este margen de beneficio, «lo que se busca es el autor conocido, el tema de éxito», es decir, el best seller, libros prefabricados para el consumo masivo. Estos autores, de ventas multimillonarias, imponen una serie de anticipos que las editoriales deben recuperar a toda costa. Pero Schiffrin describe cómo el dar millonarios anticipos para asegurarse best sellers a cualquier precio ha hecho perder a algunas editoriales sumas sin precedentes.
La técnica del best seller se extiende también a otro tipo de libros escritos por personajes con gancho en el mundo mediático. Esta característica es muy evidente, por ejemplo, en el mercado español, donde ya es habitual que presentadores y famosos del cine y la televisión escriban libros de encargo sobre temas muy variados y también novelas.
La tiranía del «marketing»
Schiffrin se queja de que la decisión de editar un libro ya no es del editor, sino de un «comité editorial, donde el papel principal lo desempeñan los responsables financieros y los comerciales», quienes aplican sus criterios de marketing también en la línea editorial.
Los grandes grupos de comunicación están poco a poco provocando la concentración editorial (en Estados Unidos, el 5% de las editoriales publican el 80% de los libros; en Francia, dos grandes grupos -Hachette y Vivendi/Havas- publican el 60%); esta situación arrincona la edición independiente, que todavía sigue funcionando con otros parámetros empresariales. Los grandes grupos han impuesto, como ya sucede en otros campos, «la ideología del beneficio», que acaba consagrando «la censura del mercado»: sólo se editan aquellos libros que «producirán mayores beneficios y no los que corresponden a la misión tradicional del editor».
Solo ideas ligeras
Schiffrin considera que los cambios en el mundo de la edición muestran los efectos perversos de la doctrina liberal del mercado sobre la difusión de la cultura; en este contexto, los libros se convierten en «un mero apéndice del imperio de los medios, ofreciendo diversión ligera, viejas ideas, y la seguridad de que todo es lo mejor en el mejor de los mundos». Con esta manera de actuar, en la que ve la mano de la «extrema derecha» norteamericana, se está modificando la naturaleza misma del trabajo del editor.
Aunque aparentemente los grandes grupos se muestran ideológicamente asépticos, por lo general transmiten una uniforme manera de entender la cultura, en la que el público es como «una masa cuyo mal gusto tuviera que ser halagado». Por eso, no hay límites éticos para una gestión editorial en un mercado que solo busca la máxima audiencia. Antes, «aunque se intuyera un best seller, había un límite para la demagogia que impedía publicar pornografía o libros degradantes para el espíritu humano, como los que hoy inundan el mercado». Con esta idea, afirma Schiffrin, «no solo se subestima a las minorías: en general se acepta que no existe un verdadero público para los libros que exigen un esfuerzo intelectual».
La influencia de las grandes superficies
El análisis de Schiffrin se extiende también al papel que ocupan las grandes superficies en el comercio del libro. Mientras que en Europa todavía las librerías independientes llevan el peso de la venta de los libros, en Estados Unidos las grandes cadenas ya venden «más del 50% de los libros disponibles en el comercio», cifra que se incrementa todos los años. Además, la vinculación entre la proliferación de best sellers y grandes superficies es muy evidente: «Gestionadas en su mayoría por ejecutivos que proceden de otras ramas comerciales y que no tienen interés particular por los libros, las cadenas estadounidenses se focalizan en el número de dólares recogidos por centímetro cuadrado de superficie útil».
Esta táctica acaba por corromper el mercado, pues en este tipo de tiendas «los que se ponen delante son los libros de mayor tirada y se invita a los editores a que paguen fuertes sumas en publicidad en los lugares de venta, si quieren estar seguros de que sus títulos están bien colocados».
El mensaje de Schiffrin es pesimista, pues considera que «la publicación de un libro no orientado hacia un beneficio inmediato es ya prácticamente imposible en los grandes grupos». Para él, lo que está en juego es el futuro de la cultura independiente: «El verdadero problema no es la americanización. Es una cuestión más vasta, es la comercialización de las ideas, la industrialización de la edición y el control de la cultura por los grandes grupos internacionales que exigen una rentabilidad sin parangón en las normas de la edición».
Desde su nuevo puesto en The New Press, Schiffrin intenta recuperar aquel estilo que valoraba los libros por su contribución al mundo de la cultura, es decir, recuperar que los «libros se acepten por sus méritos y no por su contribución en la última línea de la cuenta de resultados».
Modelo americano, en manos de europeos
Cuando se publicó en Francia, el libro de Schiffrin suscitó una polémica en las páginas de Le Monde. Francia, ardiente defensora de la «excepción cultural», es un terreno abonado para la polémica sobre el «modelo americano de edición». Pero, ¿es realmente un modelo americano?
Florence Noiville (Le Monde, 25-IX-99) advierte que sectores enteros de la edición de EE.UU. han sido vendidos en los últimos años a grupos europeos (a los alemanes Holzbrinck y Berstelmann, al británico Pearson, al francés Hachette, al anglo-holandés Reed Elsevier). Los conglomerados americanos se han desprendido de ellos porque no les parecían suficientemente rentables. Mientras que la estrategia de los grupos de comunicación americanos se ha centrado en el cine, la televisión, la radio y la música, los europeos no han desdeñado la edición. Noiville recuerda que si en el grupo norteamericano Viacom la edición no pesa más que un 3%, en Bertelsmann es un 53%.
El propio Schiffrin advierte en su libro que de las cinco empresas que controlan el 80% del mercado estadounidense, tres están en manos de grupos europeos. Bertelsmann controla más del 30% de las ventas de libros en Estados Unidos, y los grupos británicos Pearson y Murdoch reinan también en sectores importantes de la edición norteamericana.
Hoy día son los europeos los que disponen de los fondos editoriales y de los copyrights, que son la verdadera riqueza de las editoriales. Son ellos los que pueden hacer prevalecer una u otra cultura de empresa editorial, dedicarse al fast book o diversificar su producción. El problema no es modelo europeo frente a modelo americano, sino, según Schiffrin, «el control de la cultura por los grandes grupos internacionales que exigen una rentabilidad sin parangón en el sector de la edición».
Para Noiville, la diferencia clave entre la edición francesa y la americana es que en Francia, al igual que en otros países europeos, existe el precio único del libro. En EE.UU. la batalla de los descuentos hace que en la distribución reinen las grandes cadenas de librerías, que se han hecho tan poderosas que pueden influir en la oferta editorial. En cambio, en Francia son los editores los que marcan el compás.
Pero no todas las «amenazas» provienen de la mercantilización del libro. Son los cambios tecnológicos, la edición digital, el libro electrónico… los que van a convulsionar el sector.
La creación y las finanzas
Si creemos a André Schiffrin, las políticas de concentración editorial están llevando privilegiar los best sellers y libros fáciles, mientras se descarta la edición de obras arriesgadas. Monique Nemer, editora en Hachette-Livre, replica (Le Monde, 30-IX-99) que ni el volumen de la editorial ni el hecho de pertenecer o no a un grupo cambian un elemento básico: «la lógica de la creación y la lógica financiera están obligadas a coexistir».
Mientras Schiffrin habla de una «censura del mercado» que estaría reduciendo la oferta de títulos, Nemer encuentra una tendencia justamente contraria: una inflación del número de títulos, que inunda unas librerías desbordadas. ¿Será que la «censura» es, no cuantitativa, sino cualitativa? ¿Faltan los libros «serios» que se editaban antes? Es verdad, reconoce Nemer, que han pasado los tiempos de la explosión editorial de las ciencias humanas; en cambio, «obras de biólogos, de botánicos o de geofísicos tienen un importante éxito, en campos que, a priori, no tienen que ver con la diversión».
Y, ya que hablamos de censura de los grandes grupos, no deja de ser significativo que la traducción española del libro de Schiffrin haya sido editada por Destino, uno de los sellos editoriales del grupo Planeta, peso pesado de la edición en español.
También Noiville constata que los criterios editoriales del modelo angloamericano no han impedido que se abra camino una de las generaciones más excitantes de escritores de talento.
El mercado no tiene por qué impedir la edición de calidad. «Lo que supera la contradicción potencial entre las necesidades económicas -que exigen la adhesión del mayor número posible- y la voluntad de descubrimiento -acogedora con la singularidad- es una política editorial». En esa política una táctica financiera está al servicio de una estrategia que se preocupa tanto de la calidad de lo que se publica como de asegurar la continuidad de la empresa. Según Schiffrin, lo que hoy resulta imposible en Estados Unidos es desplegar una política editorial más allá del corto plazo.
El mercado editorial español
España sigue siendo el tercer país de Europa y el quinto del mundo en producción de libros. Su industria editorial está cada vez más presente en el mundo hispanoamericano (en 1998, las ventas se incrementaron un 33,6%) y en Estados Unidos. Las editoriales españolas más potentes están ampliando sus negocios en Portugal e Hispanoamérica, además de tomar posiciones en la creación de nuevas colecciones de bolsillo (con alianzas entre Bertelsmann y Planeta) y en la venta de libros a través de Internet.
El número de títulos editados continúa aumentando en España, a pesar de que las tiradas siguen disminuyendo (ver servicio 86/00).
De los libros editados, el 77,3% de la producción pertenece a las editoriales privadas, el 14,5% a organismos públicos (porcentaje que va en retroceso) y el 8,2% a instituciones privadas sin ánimo de lucro o por los autores editores, fenómeno relativamente nuevo en el mercado español. Madrid y Barcelona siguen dominando la producción editorial, con un porcentaje en torno al 70%.
Con datos recogidos en la revista Delibros (enero 2000), las editoriales españolas pueden dividirse en grandes, medianas y pequeñas. Las grandes editoriales serían aquellas con un volumen de negocio superior a 3.500 millones de pesetas; representan el 5% del total de empresas editoras y publicaron más del 50% del total de libros; las medianas serían las que facturan entre 100 y 3.500 millones, representan el 35% y editaron el 31,8%; las pequeñas facturan entre un millón y 100 millones, son el 60% de las editoriales y editaron el 16,9%.
Círculo de Lectores y Plaza & Janés forman parte del grupo Bertelsmann, quien también es la propietaria de Debate, Lumen y Galaxia Gutenberg.
Planeta, Planeta Agostini, Club Internacional del Libro y Espasa Calpe son editoriales del grupo Planeta, al igual que Seix Barral, Destino, Crítica, Ariel, Martínez Roca y Temas de Hoy.
Por su parte, Santillana es la propietaria también de Alfaguara, Aguilar y Taurus.
Anaya, Alianza, Siruela, Cátedra y Tecnos pertenece al grupo francés Havas.
Ediciones B es del grupo Zeta.
Entre las grandes editoriales figuran también Salvat, Océano, SM, Aranzadi, Ediciones del Prado y Altaya.
Las editoriales medianas más importantes son Edebé, Grijalbo-Mondadori, Vicens-Vives, Folio, Everest, Susaeta, Edelvives, RBA, Alianza, Anagrama, Harlequín, Palabra…
Las pequeñas editoriales de más nombre son Muchnik Editores, Península, Ollero & Ramos, ArcoLibros, Maeva, Alba, Miraguano…
Adolfo Torrecilla_________________________(1) André Schiffrin. La edición sin editores. Destino. Barcelona (2000). 151 págs. 1.800 ptas. T.o.: L’édition sans éditeurs. Traducción: Eduard Gonzalo.
Un comentario