El cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, pronunció el pasado 22 de abril un discurso en la Conferencia Episcopal Española, como preparación para la próxima Jornada Mundial de la Juventud, la número 25, que tendrá lugar en Madrid en agosto de 2011. Presentamos una selección de párrafos de su intervención.
Si cada Jornada Mundial de la Juventud es un regalo para toda la Iglesia, lo es en primer lugar para la Iglesia local que la recibe. Los frutos dependen de la generosidad del cultivo pastoral realizado antes y durante su desarrollo, y de la calidad de la atención que se dedica al cultivo cuando se regrese de la fiesta a la cotidianidad.
Una nueva generación
Por primera vez la Jornada Mundial de la Juventud regresa a un país en que ya ha sido acogida anteriormente. Ha sido precisamente en Santiago de Compostela [1989] donde se ha delineado la estructura base que la Jornada Mundial de la Juventud conserva hasta el día de hoy: triduo de catequesis, vigilia de oración, celebración eucarística. Ante la tumba del Apóstol nos ha quedado claro que el camino de los jóvenes del mundo sobre las huellas del Sucesor de Pedro debe tener un carácter de peregrinación.
Cada Jornada Mundial de la Juventud es una gran celebración de la fe joven, la epifanía de una Iglesia que no envejece, que es siempre joven, porque Cristo es siempre joven y joven para siempre es su Evangelio
El proyecto pastoral fundamental de la Jornada Mundial de la Juventud no sólo implica a los jóvenes, sino a todo el pueblo de Dios que constantemente necesita ser estimulado y fortalecido por el entusiasmo e impulso de su fe joven.
En el origen, la sorpresa de Juan Pablo II
El primero de los eventos que preparó el terreno para la institución de la Jornada Mundial de la Juventud fue el Jubileo de los jóvenes en 1984. Por invitación de Juan Pablo II llegaron a Roma miles y miles de jóvenes de todo el mundo. El asombro de muchos fue grande. El año siguiente, el Año Internacional de la Juventud establecido por la Organización de las Naciones Unidas, fue ocasión para otro gran encuentro del Papa con los jóvenes del mundo y para la publicación de un documento sin precedentes: la Carta Apostólica a los jóvenes (…), un texto extraordinario al que hay que volver a menudo, porque con los años no ha disminuido en modo alguno su actualidad y frescura.
Para el Papa Wojtyła, sensible a la lectura de los signos de los tiempos, aquellos dos acontecimientos fueron una oportunidad providencial que la Iglesia tenía que coger al vuelo. Hace veinticinco años, en diciembre de 1985, anunciando la creación de la Jornada Mundial de la Juventud, explicaba las razones de su decisión: “Todos los jóvenes deben sentirse acompañados por la Iglesia: es por ello que toda la Iglesia, en unión con el Sucesor de Pedro, se siente más comprometida, a nivel mundial, a favor de la juventud, de sus preocupaciones y peticiones, de su apertura y esperanzas, para corresponder a sus aspiraciones, comunicando la certeza que es Cristo, la Verdad que es Cristo, el amor que es Cristo, a través de una apropiada formación, que es la forma necesaria y actual de la evangelización”.
La decisión del Papa Wojtyła no sólo fue una decisión que cogió a todos por sorpresa, sino que en algunos ambientes también suscitó cierta perplejidad y resistencia. No es fácil seguir los senderos de los profetas. Ellos miran a distancia y ven más que los demás. Se necesita tiempo para entender cabalmente sus opciones, sus proyectos.
Tres opciones del papa Wojtyła
Tres opciones “estratégicas” están en la raíz del fenómeno de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
La primera se refiere a los jóvenes como tales. Juan Pablo II ha sido el Papa que en su proyecto pastoral para la Iglesia universal tuvo el valor de apostar por los jóvenes, a quienes consideraba protagonistas importantes e irremplazables de la vida y de la misión de la Iglesia. Karol Wojtyła nunca dudó de los jóvenes, incluso en los difíciles años sesenta y setenta: “En los jóvenes hay un inmenso potencial de bien, y de posibilidades creativas” (Cruzando el umbral de la esperanza). Él siempre tuvo confianza en los jóvenes y ellos lo notaron, se sintieron valorizados, reconocidos y, por encima de todo, amados.
El segundo reto es la modalidad elegida para dialogar con los jóvenes y anunciarles a Jesucristo: “La fascinación de un encuentro masivo, en el que al mismo tiempo cada uno, aunque atraído por momentos de fusión colectiva, mantiene viva su pregunta personal por el sentido de su vida y exige ser interpelado y reconocido personalmente”, lo describen algunos. Un encuentro masivo, pues, pero no de masificación. Incluso más, ¡es un acontecimiento que cambia la vida de las personas individualmente, como confirman muchos testimonios!
Pero, sobre todo, hacen hincapié en la vitalidad de la Iglesia y su extraordinaria capacidad de movilizar y unir a las jóvenes generaciones también en la sociedad postmoderna, aunque ampliamente secularizada. Las Jornadas Mundiales de la Juventud han sido para los jóvenes una escuela donde aprender a vincularse a la fe con serena adhesión; de hecho, actualmente los jóvenes no se sienten incómodos manifestando públicamente su fe.
La tercera opción de Juan Pablo II es la decisión de poner en el centro de la Jornada Mundial de la Juventud la cruz de Cristo. Él entendió enseguida que es a Jesucristo a quien los jóvenes buscan, y al Señor se le encuentra sobre todo en el corazón del misterio pascual, es decir, en su muerte y resurrección. Juan Pablo II no tuvo miedo de poner a los jóvenes delante del misterio de la Cruz; nunca temió plantearles todas las exigencias de la fe. Él les decía: “Cristo es exigente con sus discípulos, y la Iglesia no duda en volver a proponeros también a vosotros su Evangelio sin rebajas”. Los que quieren seguir al divino Maestro abrazan con amor su cruz, que lleva a la plenitud de la vida y de la felicidad.
En base a estas tres grandes opciones de Juan Pablo II se ha ido delineando progresivamente la estructura fundamental de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que refleja en cierto modo el esquema clásico de la traditio-redditio: anuncio de Cristo (las catequesis), celebración de Cristo (la reconciliación sacramental y la eucaristía), envío misionero. La persona clave de las Jornadas Mundiales de la Juventud es el Papa (“persona faro”, como dicen los sociólogos), sucesor de Pedro, testigo y maestro de la fe, catequista por excelencia.
Una saludable provocación
El mundo juvenil es un mundo en continua y rápida transformación y las Jornadas Mundiales de la Juventud se han convertido en una especie de sismógrafo sensible que registra las tendencias emergentes en este complejo y colorido “planeta” en general y entre los jóvenes cristianos en particular.
La Jornada Mundial de la Juventud es una saludable provocación para la pastoral. (…) Interpela a los responsables de la pastoral juvenil y a todos los educadores para que se replanteen continuamente el tema y no se detengan nunca en la búsqueda de formas nuevas y cada vez más efectivas para educar a las generaciones jóvenes, y en particular para comunicarles el Evangelio. (…) Les enseña a osar, a no tener miedo de ofrecer a los jóvenes opciones y actitudes que van contracorriente, como la adoración eucarística en Colonia y Sydney. Los jóvenes responden positivamente.
Una nueva etapa con Benedicto XVI
El Papa Benedicto XVI recibió el legado de su predecesor sólo tres meses después de su elección a la cátedra de Pedro. En julio de 2005, encontró a los jóvenes del mundo en Colonia y los conquistó con su sonrisa llena de amor, con el gesto de los brazos extendidos y con palabras claras y profundas que penetraron en lo más íntimo de sus almas. Un nuevo Papa, pero siempre el mismo corazón de padre.
En Colonia, en 2005, y en Sydney, en 2008, hemos observado que la esencia de este evento sigue siendo la misma. Y, sin duda alguna, la Jornada Mundial de la Juventud representará también en el futuro un fuerte estímulo en el proceso de evangelización de las generaciones jóvenes. De hecho, a pesar de que han pasado veinticinco años, no se ha revelado aún todo su potencial misionero. En su discurso a los obispos alemanes en Colonia, refiriéndose a los jóvenes, el Papa dijo: “Debemos aceptar la provocación de los jóvenes”, de manera que la Jornada Mundial de la Juventud pueda ser siempre “un nuevo comienzo para la pastoral juvenil”.
Benedicto XVI insiste en que la Jornada Mundial de la Juventud no se puede reducir a los momentos festivos. La preparación de estos grandes acontecimientos y las medidas que deben adoptarse en la pastoral ordinaria constituyen una parte integrante y decisiva. La fiesta, el evento, tiene lugar como una especie de catalizador que facilita el proceso educativo ya en marcha.
El Papa hace constantemente referencia a que este evento -en su trascurso- no pierda nunca de vista su objetivo final, y advierte a los organizadores, a los responsables y a los participantes, de los riesgos reales de que se convierta en una “variante de la cultura juvenil moderna, como una especie de festival de rock modificado en sentido eclesial”, en un “gran espectáculo, incluso hermoso, pero de poca importancia en relación con la cuestión de la fe y la presencia del Evangelio en nuestro tiempo”, un “éxtasis festivo” que después deja todo como antes.
Estas palabras de Benedicto XVI deberían hacer reflexionar seriamente a los responsables de la pastoral juvenil sobre la manera de preparar a nuestros jóvenes para participar en tales eventos.
|
(Resumen de Cristina Abad Cadenas).