Contrapunto
En los últimos tiempos, para que se hable con respeto de la religiosidad de algún personaje popular, tiene que ser una estrella de Hollywood que se ha hecho budista, un jugador de fútbol que ha abrazado creencias orientales o una top model que descubre las ventajas de la meditación trascendental. El Oriente se ha convertido así en la reserva espiritual del Occidente materializado, adonde se acude para buscar un suplemento de alma exótico. También Glenn Hoddle, el seleccionador del equipo nacional de fútbol inglés, era conocido por haberse acercado a las creencias hindúes, lo que explicaba su fervorosa adhesión a la doctrina de la reencarnación. Una creencia que tampoco es ya tan extraña a la mentalidad occidental, si, como dicen las encuestas, al menos un 20% de los europeos y norteamericanos aseguran admitirla, entiendan o no sus implicaciones.
Pero Hoddle tuvo la ocurrencia de explicar al corresponsal deportivo de The Times una de estas implicaciones: «Tú y yo hemos nacido con dos brazos, dos piernas y un cerebro más o menos decente. La gente que no ha nacido así es porque ha habido una razón. El karma viene de otra vida. No tengo nada que ocultar al respecto. Se cosecha lo que se ha sembrado». Él cosechó una tempestad de críticas. Los seis millones de minusválidos británicos, tratados como la reencarnación de pecadores, clamaron al cielo. La prensa se le echó encima. Blair le dejó caer. La Federación de fútbol le sacó tarjeta roja y finalmente le obligó a dimitir, permitiéndole que se reencarnara en otro equipo.
Pero no hay por qué pensar que Hoddle tenga algo personal contra los minusválidos. En realidad, no ha hecho más que divulgar una faceta poco «políticamente correcta» de la doctrina de la reencarnación. Al menos unos mil millones de personas -hindúes, budistas, jinistas, así como distintas sectas difundidas en Occidente- profesan más o menos lo mismo.
Según esta concepción, el alma iría pasando de cuerpo en cuerpo al final de cada existencia, hasta alcanzar una total purificación que le permita fundirse con la divinidad (Brahmán, Krisna, la conciencia cósmica…). La reencarnación sería el resultado del karma o acumulación de méritos y deméritos, como consecuencia de la bondad o malicia de las acciones de cada persona a lo largo de la vida. La carga positiva o negativa determina el nivel de la reencarnación, el traspaso del alma a un cuerpo humano o animal, de categoría superior o inferior.
La reencarnación proporciona así una explicación del origen del mal y del sufrimiento humano. Cada uno es responsable del mal que padece en cuanto la malicia de sus acciones en existencias pasadas tiene una expresión punitiva en su vida actual. Aunque aparentemente inmerecidos, tanto el infortunio del inocente como el éxito del malvado son la consecuencia justa del karma acumulado en existencias precedentes. Quizá esto explique también que estas religiones orientales no se hayan caracterizado especialmente por la atención a los pobres y enfermos.
El escándalo ante las palabras de Hoddle demuestra o bien la ignorancia de las implicaciones de una doctrina cada vez más aceptada, o bien la tendencia tan occidental a hacerse una «religión a la carta». De la reencarnación atrae la idea de que uno no abandona definitivamente esta vida. Es una doctrina que casa bien con la alergia del hombre occidental a jugarse todo a una carta, a lo que no admite marcha atrás, y a la vez permite tener la sensación de que uno se redime a sí mismo por sus propias fuerzas.
Pero el corolario es que la existencia humana queda presidida por la inflexible ley del karma, que obliga a pagar toda la deuda acumulada en las sucesivas reencarnaciones. Y en esas condiciones, la minusvalía sólo puede aparecer como un paso de la implacable purificación. Tal mentalidad desconoce la misericordia de Dios, la redención de Jesucristo y la posibilidad de alcanzar el perdón divino por el arrepentimiento. Ideas cristianas que nos han llevado también a considerar el respeto y cuidado de los minusválidos como algo exigido por la dignidad humana.
Para otros movimientos religiosos de corte occidental y sincretista como Nueva Era, en la reencarnación no hay posibilidad de retroceso: es cada vez más perfeccionada. Pero esto responde más bien a la idea occidental de progreso y de ausencia de culpabilidad. El adepto occidental de la reencarnación desearía tenerlo todo: reencarnación y compasión por los minusválidos; mil vidas después de la vida, pero cada vez mejores; y la no remota posibilidad de que en alguna de sus reencarnaciones le toque la habilidad y la fortuna de Michael Jordan o la belleza de Nicole Kidman.
Pero las religiones de la India son lo que son, y no podemos pretender que el espíritu oriental se reencarne en un cuerpo de doctrina políticamente correcto.
Ignacio Aréchaga