La pasión por publicar

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No todo lo que se publica como descubrimiento científico está suficientemente comprobado. El Mercurio (Santiago de Chile, 22-X-95) explora los motivos y ocasiones de los fraudes. Para ello pregunta a dos científicos chilenos.

No son precisamente los tontos ni los ignorantes los que hacen trampa. Tanto Tito Ureta [médico y biólogo] como Luz María Pérez [bioquímica] concuerdan en que normalmente un científico que comete fraude es un individuo inteligentísimo, y lo hace deliberadamente. «Por lo general, se trata de personas que no necesitan hacer fraudes para brillar», comenta Luz María Pérez.

Hurgando en los móviles del investigador deshonesto o poco diligente, surge un problema aparentemente ajeno al experimento: la fuerte presión por publicar que existe en la actualidad. «Hoy en día el científico se mide por lo que publica», explica Tito Ureta; «el investigador se ve atrapado en un círculo vicioso, pues si no publica, pierde estatus, le limitan su espacio, no le conceden becas ni fondos para investigar. Por otra parte, los alumnos son los que hacen los experimentos y dotan al profesor de datos que más tarde se publican. Entonces, cuantos más alumnos, mejor; pero a la vez, menos tiempo de dedicación a cada uno en el laboratorio. Y el profesor se convierte en un productor no de conocimientos sino de papers, que no es igual».

En este mismo sentido, Luz María Pérez estima que la competencia originada en el mundo económico ha permeado a la investigación científica y universitaria. «La presión del medio ambiente, de tener éxito a costa de lo que sea, lleva a que el ser humano crea que ya no sirve sino por lo que produce. En este momento están dadas las condiciones de competitividad para tentarse por los fraudes».

– Pero los profesores ¿no revisan exhaustivamente los experimentos de sus alumnos?

– Ahí está el problema -responde Tito Ureta-. No es así como generalmente funciona. Cuando uno es joven, está en el laboratorio; pero a medida que van aumentando la edad y las obligaciones, el tiempo en el laboratorio es menor. Para evitar trabajo al profesor, los estudiantes entregan los resultados cocinados, vale decir con los cálculos listos. Se empieza a perder la noción de lo que es el experimento real. Y eso hace que se vaya perdiendo el sentido de las proporciones y se vaya perdiendo el control de las investigaciones.

(…) Ocurre también que hay alumnos que quieren obtener el resultado que ellos creen que quiere el profesor. «A mis alumnos siempre les repito que la medición es sagrada. Lo que pase más adelante no importa, siempre se puede volver a la medición original y reconstruir desde esa base», dice Ureta. «Todos cometemos errores: por eso los experimentos se hacen por lo menos dos veces, y más cuando el resultado es negativo», agrega la profesora Luz María Pérez.

(…) La apropiación de ideas ajenas puede revestir también otra forma bastante aterradora. Un científico presenta a concurso un proyecto de investigación. Para evaluarlo, la institución solicita la asesoría de expertos en el tema. Y ocurre que los peritos rechazan un proyecto, lo copian y dos años más tarde lo desarrollan o lo presentan a otro concurso con nombre distinto.

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