Ninguna política social es buena ni eficaz si no tiene como objetivo primordial la protección de la familia. Es éste un punto que, como señala el norteamericano Michael Novak, no ha sido tenido en cuenta suficientemente en la elaboración de las leyes por parte de los Estados. Profesor de Filosofía, Religión y Política social en un centro superior de Washington, Novak presentó una ponencia en un congreso sobre doctrina social celebrado a fines de 1983, y que ha sido publicada recientemente en The Human Life Review (2º trimestre de 1984). Resumimos las ideas más relevantes.
Los partidos mayoritarios de la política norteamericana están de acuerdo –señala Novak– en que los poderes públicos deben promover el bienestar general mediante la asistencia a los menos afortunados. Las diferencias entre los partidos se refieren a los medios, no a los fines: la izquierda tiende a atribuir la asistencia social al Estado; la derecha, al sector privado.
Hay aún otro punto de coincidencia entre los grandes partidos: el actual sistema de asistencia social necesita una reforma urgente. Desde que el Estado puso en marcha sus grandes programas sociales, la pobreza ha aumentado. A pesar de los inmensos gastos, el índice de pobreza en Estados Unidos alcanzó su punto más bajo de la historia en 1973 con un 11%, volvió a subir al 13% en 1980 y en 1982 alcanzó el 15%. “Las sumas de dinero que se emplean en combatir la pobreza –establece Novak, con las estadísticas en la mano– exceden con mucho la cantidad necesaria para levantar a cada hombre, mujer y niño en los Estados Unidos por encima de la cota de pobreza. Está claro que aquí hay un absurdo”. ¿Dónde está el error?
Un derroche sin frutos
Los ingresos anuales oficialmente considerados mínimos para una familia no agrícola de cuatro personas son de 9.862 dólares. De acuerdo con el censo de 1982, unos 34 millones de ciudadanos se encuentran por debajo de ese mínimo oficial. Para que todas esas personas alcanzaran el nivel mínimo de ingresos, habría que darles unos 45.000 millones de dólares. Considerada en sí misma, tal cantidad no es excesiva. Compáresela con la partida destinada a servicios sociales en el presupuesto federal de 1982: 390.000 millones de dólares, de los que 100.000 millones fueron directamente para los pobres. Esto, sin contar los gastos hechos por los Estados y las entidades privadas.
Por lo tanto, “una ayuda anual de aproximadamente 45.000 millones de dólares bastaría para eliminar la pobreza en los Estados Unidos como una cuestión monetaria”. Pero esa cantidad ya ha sido alcanzada con creces, sin que el problema se haya resuelto.
Desintegración de la familia
“Se deduce claramente que, si la pobreza fuera una mera cuestión de dólares, con los actuales ingresos propios de los 34 millones de pobres, más la cantidad gastada en su ayuda por el Gobierno federal, la pobreza ya habría sido erradicada en los Estados Unidos. Basta abrir los ojos para comprobar que no es así”. Pero ¿quiénes son los pobres? El censo muestra que, de esos 34 millones de pobres, sólo 13 millones son capaces de trabajar. El resto son ancianos, enfermos, incapacitados, etcétera.
Es muy iluminador estudiar las condiciones familiares de ese ejército de la pobreza. En 1959, el 23% de las familias pobres corrían a cargo de la madre. En 1982, después de ingentes gastos en programas de asistencia –de 1950 a 1980 se multiplicaron por veinte–, la proporción de familias pobres sin padre se había incrementado hasta el 48%. Nunca hasta ahora había habido tal cantidad de familias encabezadas por madres solteras o abandonadas. Esta destrucción de la familia no conoce precedentes. Y, “desde luego –afirma Novak–, no se le pueden echar las culpas a la tradición católica”.
La pobreza no es sólo cuestión de dinero
Hay dos formas de pensar con respecto al problema de la pobreza. La primera habla principalmente en términos de dinero. La cuestión se reduce a inyectar dólares a los pobres y olvidarse. La otra forma de pensar considera que la pobreza no es primordialmente un problema de dinero, sino un problema que los dólares solos no pue den resolver. Es, ante todo, un problema de potencial humano. Muchos pobres, especialmente los jóvenes, necesitan ayuda para adquirir ciertas habilidades y aptitudes: saber leer, saber cómo se solicita un puesto de trabajo y cómo hay que conservarlo, saber administrarse.
La pobreza no se reduce al aspecto material del dinero (de la falta de él). La pobreza tiene también una dimensión moral y cultural, espiritual. Sería ingenuo creer que el dinero es siempre un incentivo para salir por sí mismo de la pobreza. El dinero puede fomentar hábitos que conducen a la desmoralización, a la dependencia, a la falta de confianza en uno mismo. “Disponemos de datos elocuentes sobre el hecho de que una parte importante de los pobres sufre de desmoralización y de comportamientos autodestructivos”: drogadicción, delincuencia… La solución que se busca no está en gastar más dinero. Para dar con ella, hay que saber por qué el Estado ha invertido cada vez más en asistencia social, y sin embargo los males sociales no han hecho sino agravarse.
Políticas contraproducentes
Llegado a este punto, Novak muestra que, si los inmensos gastos sociales han tenido un efecto contrario al pretendido, es por una razón clara: la política social del Estado en las últimas décadas ha sido cómplice del debilitamiento de la familia. Lo que ha ocurrido desde la puesta en marcha de los grandes programas sociales en los años 50 hasta hoy es que se ha disparado el número de familias a cargo de madres solteras o abandonadas. Estas familias constituyen hoy el sector más nutrido de la población pobre. De 1970 a 1980, los porcentajes de nacimientos ilegítimos han subido del 5,7 al 11% entre los blancos y del 37,6 al 55,2% entre los negros. Cada vez que nace un niño en una de estas familias anómalas, aumenta en uno el número de los pobres.
Mientras la tradición social católica ha puesto el énfasis en la familia, a la que considera la célula básica de la sociedad, el pensamiento político anglosajón se ha centrado desproporcionadamente en el individuo (los conservadores) o en el Estado (los liberales). La política se ha olvidado de la familia. La cuestión de la ayuda social al sector más importante de la población pobre ha sido tratada simplemente de modo que el Estado daba dinero a los individuos (en este caso, a las madres solteras o abandonadas). Pero la asistencia monetaria a las madres solteras o abandonadas ha fomentado la dependencia de éstas con respecto al Estado y eliminado los incentivos para que los padres irresponsables atiendan sus deberes. “El Estado, considerando que las cuestiones de moralidad no son asunto suyo, simplemente se limita a enviar un cheque”. Sin embargo, al no querer meterse en problemas de moral, el Estado se ha creado un problema social y financiero.
Utilidad de la doctrina social católica
Novak destaca los tres puntos de la doctrina social de la Iglesia que más pueden ayudar a delinear una política social justa y eficaz. El primero es que se debe ayudar a cada cual a adquirir las capacidades precisas para mantenerse honestamente por sí mismo. Por tanto, toda política social ha de empezar por facilitar a esa parte de los menos afortunados que pueden valerse por sí mismos la adquisición de las aptitudes laborales que necesitan.
El segundo punto clave de la doctrina social católica es que la sociedad tiene la obligación de favorecer y proteger la familia, puesto que “cuidando de sus propios hijos, los padres sirven al bien común”, dice Novak. Y, en tercer lugar, la Iglesia insiste en el principio de subsidiariedad: la función del Estado no es sustituir a los particulares, sino sólo intervenir allí donde los particulares no llegan. Para cumplir estos puntos, una política familiar correcta debe atender a los siguientes criterios: 1º, eliminar los posibles incentivos para que las familias se tambaleen; 2º, ayudar a las madres solteras o abandonadas a salir de su situación de dependencia; 3º, evitar que el Estado asuma responsabilidades que corresponden al padre.
En suma, la normalidad familiar ayuda a formar ciudadanos con las condiciones necesarias –morales y psicológicas– para valerse por sí mismos. Hasta ahora, los poderes públicos han atacado el problema de la pobreza por sus síntomas (la falta de dinero), pero sin ir a su principal raíz (la desintegración familiar). Novak tiene sus propias propuestas concretas para una política familiar. En primer lugar, que el Estado proporcione subsidios a las familias en proporción al número de hijos. Tales ingresos se considerarían como renta imponible a efectos fiscales, pero las familias por debajo del nivel de pobreza estarían exentas de impuestos. Segundo, que se proporcione asistencia a las familias desintegradas no directamente, sino a través de organizaciones civiles voluntarias que puedan prestar una ayuda personal. De esta última forma, se evita crear una situación permanente de dependencia. Además, según Novak, este procedimiento posee una ventaja adicional: no precisa de la creación de burocracia estatal.
La clave buscada
Al menos desde la Rerum novarum de León XIII, los principios de la justicia social estaban explícitamente establecidos dentro de la moral católica. Tales principios se revelan hoy como la clave que el liberalismo y el conservadurismo políticos no han sabido encontrar. “La doctrina social católica –concluye Novak– difiere del conservadurismo político tradicional en sostener que el Estado tiene una función que desempeñar en la ayuda a los necesitados. Difiere también del liberalismo tradicional en sostener que la asistencia estatal que genera dependencia viola el principio de subsidiariedad; en que la familia tiene prioridad sobre el Estado; y en que la familia tiene prioridad sobre el individuo a la hora de establecer los objetivos de la política social. En todos estos aspectos, la doctrina social católica tiene la oportunidad de marcar nuevas orientaciones, en un momento en que se buscan nuevas orientaciones en todas partes”.