La religión católica no es como las demás, sino que en ella -por medio de Cristo- está la plenitud de la salvación para cada persona. Esa vieja verdad cristiana ha sido recordada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en la declaración Dominus Iesus. El documento, fechado el 6 de agosto de 2000 y hecho público el pasado 5 de septiembre, recalca que el relativismo religioso haría estéril el diálogo con quienes no comparten la fe católica, pues lo falsearía desde su misma base. El siguiente resumen presenta los principales puntos de la declaración (las negritas son nuestras).
Desde el principio, el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) manifiesta la voluntad de la Iglesia por acrecentar el diálogo interreligioso y los esfuerzos por avanzar en el ecumenismo. «Teniendo en cuenta los valores que éstas [las tradiciones religiosas] testimonian y ofrecen a la humanidad, con una actitud abierta y positiva, la Declaración conciliar sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas afirma: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y las doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Nostra aetate, 2)» (n. 2).
Abundando en esta línea, la declaración refresca líneas maestras del Magisterio, que fueron reafirmadas por el Concilio Vaticano II. Teniendo presente el tema de la inculturación, dice la Dominus Iesus que «el compromiso eclesial de anunciar a Jesucristo, «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), se sirve hoy también de la práctica del diálogo interreligioso, que ciertamente no sustituye sino que acompaña la missio ad gentes (…). Dicho diálogo, que forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia, comporta una actitud de comprensión y una relación de conocimiento recíproco y de mutuo enriquecimiento, en la obediencia a la verdad y en el respeto de la libertad» (n. 2).
Se recuerda la doctrina católica
La oportunidad de esta declaración, ratificada por Juan Pablo II «con ciencia cierta y con su autoridad apostólica» -se señala al final-, queda patente porque «en la práctica y profundización teórica del diálogo entre la fe cristiana y las otras tradiciones religiosas surgen cuestiones nuevas, las cuales se trata de afrontar recorriendo nuevas pistas de búsqueda, adelantando propuestas y sugiriendo comportamientos, que necesitan un cuidadoso discernimiento» (n. 3).
La Congregación precisa que el documento -dirigido a los obispos, teólogos y fieles católicos en general- no pretende tratar de modo orgánico la problemática relativa a la salvación obrada por Jesucristo y al misterio de la Iglesia. Tampoco quiere proponer soluciones a las cuestiones teológicas libremente disputadas. La finalidad de Dominus Iesus es «exponer nuevamente la doctrina de la fe católica al respecto. Al mismo tiempo la Declaración quiere indicar algunos problemas fundamentales que quedan abiertos para ulteriores profundizaciones, y refutar determinadas posiciones erróneas o ambiguas. Por eso el texto retoma la doctrina enseñada en documentos precedentes del Magisterio, con la intención de corroborar las verdades que forman parte del patrimonio de la fe de la Iglesia» (n. 3).
Verdades puestas en duda
Como es sabido, la Congregación que preside el Card. Ratzinger asume la tarea de velar por la correcta interpretación del depósito de la fe, que es un don que la Iglesia ha recibido y está obligada a custodiar. Ciertas posturas y planteamientos de índole teológica han motivado esta declaración, que afirma en la introducción que «el perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no solo de facto sino también de iure (o de principio)», con la consecuencia de que se difumina «la naturaleza de la fe cristiana con respecto a la creencia en las otras religiones» (n. 4). Por ejemplo, algunos consideran superadas verdades como «el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo», «el carácter inspirado de los libros de la Sagrada Escritura» o «la unidad personal entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret». En especial, se ponen en duda ciertos aspectos básicos de la Revelación, que la Dominus Iesus subraya expresamente: «la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Jesucristo», «la mediación salvífica universal de la Iglesia», así como «la subsistencia en la Iglesia católica de la única Iglesia de Cristo» (n. 4).
«Las raíces de estas afirmaciones -prosigue el documento- hay que buscarlas en algunos presupuestos, ya sean de naturaleza filosófica o teológica, que obstaculizan la inteligencia y la acogida de la verdad revelada». La declaración menciona, así, la idea de que «la verdad acerca de Dios no podría ser acogida y manifestada en su globalidad y plenitud por ninguna religión histórica, por lo tanto, tampoco por el cristianismo ni por Jesucristo» (n. 6). Otras raíces son: el relativismo con respecto a la verdad; «la contraposición radical entre la mentalidad lógica atribuida a Occidente y la mentalidad simbólica atribuida a Oriente»; el subjetivismo que considera la razón como única fuente de conocimiento; «el eclecticismo de quien, en la búsqueda teológica, asume ideas derivadas de diferentes contextos filosóficos y religiosos, sin preocuparse de su coherencia y conexión sistemática, ni de su compatibilidad con la verdad cristiana». Por último, el texto señala «la tendencia a leer e interpretar la Sagrada Escritura fuera de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia» (n. 4).
Tales presupuestos conducen a «algunas propuestas teológicas en las cuales la revelación cristiana y el misterio de Jesucristo y de la Iglesia pierden su carácter de verdad absoluta y de universalidad salvífica, o al menos se arroja sobre ellos la sombra de la duda y de la inseguridad» (n. 4).
La revelación de Cristo es definitiva
Algunos especialistas consideran muy significativo que la declaración (n. 12) traiga una cita del n. 28 de la encíclica Redemptoris missio, publicada en 1990 por Juan Pablo II: «La presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones (…). Cristo resucitado obra ya por la virtud de su Espíritu (…). Es también el Espíritu quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo».
Dijo Hegel que si no hay verdad, no tienen sentido las convicciones. La Iglesia, en esta declaración, vuelve a insistir en una verdad capital: «Para poner remedio a esta mentalidad relativista, cada vez más difundida, es necesario reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo» (n. 5). Así, la CDF afirma que es «contraria a la fe de la Iglesia la tesis del carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería complementaria a la presente en las otras religiones» (n. 6). «Debe ser, por lo tanto, firmemente retenida la distinción entre la fe teologal y la creencia en las otras religiones» (n. 7).
Jesucristo no es un engranaje más de la dinámica salvadora. Al contrario, «Jesucristo tiene, para el género humano y su historia, un significado y un valor singular y único, solo de él propio, exclusivo, universal y absoluto. Jesús es, en efecto, el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos» (n. 15).
Una sola Iglesia
La Iglesia se identifica de tal modo con la misión y la voluntad de Cristo, que no es posible concebirla fuera de esta virtualidad, porque «el Señor Jesús, único salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos, sino que constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en la Iglesia y la Iglesia está en Él» (n. 16).
Aclarado el punto anterior, el documento aborda una cuestión de enorme interés para el esfuerzo ecuménico: «Debe ser firmemente creída como verdad de fe católica la unicidad de la Iglesia por él fundada. Así como hay un solo Cristo, uno solo es su cuerpo, una sola es su Esposa: «una sola Iglesia católica y apostólica» (Símbolo de la fe)» (n. 16).
Eso no significa, continúa la declaración, que los cristianos no católicos estén excluidos de la única Iglesia de Cristo. Las Iglesias que conservan la sucesión apostólica y la celebración válida de la Eucaristía (como las ortodoxas), «son verdaderas Iglesias particulares». Las «comunidades eclesiales» en que no se dan esas dos condiciones (protestantes) «no son Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautizados en estas Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados a Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia» (n. 17). Que no es otra cosa que lo afirmado ya por el Concilio Vaticano II en el decreto Unitatis redintegratio (cfr. n. 3), sobre el ecumenismo.
Deber de evangelizar
La orientación en este capítulo no puede ser más clara: «Sería contrario a la fe católica considerar la Iglesia como un camino de salvación al lado de aquellos constituidos por las otras religiones» (n. 21). «La Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad indiferentista «marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que ‘una religión es tan buena como otra'» (Redemptoris missio, 36)» (n. 22).
La conocida afirmación extra Ecclesiam nulla salus, y la presencia de las llamadas semina Verbi en confesiones no cristianas tienen en el documento un corolario de gran precisión: «Si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos». Así, «la certeza de la voluntad salvífica universal de Dios no disminuye sino aumenta el deber y la urgencia del anuncio de la salvación y la conversión al Señor Jesucristo» (n. 22).
La Dominus Iesus concluye con una exposición de motivos que es también un anhelo: «La presente Declaración, reproponiendo y clarificando algunas verdades de fe, ha querido seguir el ejemplo del Apóstol Pablo a los fieles de Corinto: «Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí» (1 Co 15,3). Frente a propuestas problemáticas o incluso erróneas, la reflexión teológica está llamada a confirmar de nuevo la fe de la Iglesia y a dar razón de su esperanza en modo convincente y eficaz» (n. 23).
Cuando el documento expone puntos de doctrina católica, usa con frecuencia a la cláusula «debe ser firmemente creída…». En esos casos, la autoridad de la declaración no proviene de ningún acto magisterial nuevo, sino de la coincidencia de lo que se afirma con la fe transmitida por el Magisterio ordinario y universal en todos los tiempos.
ACEPRENSA
Razones y reacciones ante el documento
Roma. La declaración Dominus Iesus ha suscitado un coro de protestas incluso antes de hacerse pública. Se critica la arrogancia de la Iglesia frente a otras confesiones. Paradójicamente, algunos piensan que el tono y el contenido de buena parte de esas acusaciones podrían mostrar que el documento era necesario y oportuno.
Es objetivamente difícil sintetizar en un titular de siete u ocho palabras un texto de 36 páginas, que además de un vocabulario técnico contiene 102 citas de otros documentos, a su vez también especializados. Incluso los intentos más moderados -«La salvación solo se da en la Iglesia católica», titularon varios periódicos- acaban por transmitir al lector que repasa distraídamente las páginas del diario esa idea de antipático exclusivismo católico.
A falta de tiempo para intentar una profundización en el documento que lo hiciera más comprensible y lo situara en su contexto, para parte de la prensa ha sido más tentador subrayar el aspecto polémico y dar espacio a la discusión. Lo que se manifiesta en títulos como: «La Iglesia cierra las puertas al diálogo», «Ratzinger, la ira de los protestantes», «Así el cardenal sabotea las aperturas de Wojtyla», «Los mea culpa del Papa eran solo espectáculo», o «Wojtyla se deshace de las ‘Iglesias hermanas'».
Derecho a la propia identidad
Un paso más han dado quienes interpretan el documento como parte de una estrategia de restauración dentro de la Iglesia, como un síntoma de que «más allá de las borracheras de las reuniones de masa [alusión a la Jornada Mundial de la Juventud], hay miedo».
En otros casos daría la impresión de que se discute incluso el derecho de la Iglesia católica a definir o recordar su propia identidad. Un planteamiento que se ejemplifica en las declaraciones de un representante hebreo italiano: «El cardenal Ratzinger puede hacer todas las acrobacias verbales que quiera, pero la realidad de los hechos es que para los hebreos el Nuevo Testamento simplemente no existe. Y añadir que la única mediación posible para la salvación es Jesucristo ¿no nos deja fuera de todo diálogo?». Desde luego, según se lee en el documento y según se dijo durante su presentación, nadie pretende que los hebreos estén obligados a creer lo que creen los católicos. Lo curioso es que se admita el derecho a mantener la propia identidad (rechazo del Nuevo Testamento), mientras que se priva a los demás de ese derecho.
Nada nuevo
Dejando de lado conjeturas y presuntas tramas vaticanas, es preferible centrarse en el texto. Y la primera cuestión que salta a la vista es que si el documento, como reconocen incluso los más críticos, no añade nada a la doctrina tradicional de la Iglesia, y está en línea con el Vaticano II, ¿por qué tanto nerviosismo?
Para algunos, el problema está en el tono usado por el texto, o los puntos en los que se pone el acento, con los que se correría el riesgo de hacer inútiles los esfuerzos ecuménicos. Concretamente, el aspecto más delicado está en el pasaje donde se recuerda que la única Iglesia fundada por Cristo subsiste en la Iglesia católica (ver resumen). De todas formas, tal vez en los comentarios no se ha subrayado suficientemente que el documento menciona que existen también varias verdaderas Iglesias particulares no católicas.
Trasfondo cultural
Pero buena parte del documento está más centrado en aclarar algunos temas de fondo del debate contemporáneo sobre las relaciones entre el cristianismo y las otras religiones. Así lo explicó el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante la rueda de prensa de presentación. El punto de partida es la constatación de que se está abriendo paso la idea de que «todas las religiones son para sus seguidores vías igualmente válidas de salvación».
Es la «teología del pluralismo religioso» que tiene diversas manifestaciones, descritas en el n. 4 del documento (ver resumen). Según tales concepciones, dijo Ratzinger, «mantener que hay una verdad universal, vinculante y válida en la misma historia, que se cumple en la figura de Jesucristo y es transmitida por la fe de la Iglesia, se considera una especie de fundamentalismo que constituiría un atentado contra el espíritu moderno y representaría una amenaza contra la tolerancia y la libertad». El cardenal observa que el mismo concepto de diálogo adquiere ahí «un significado radicalmente distinto del que se entiende en el Concilio Vaticano II. Se sustituye el diálogo, o mejor, la ideología del diálogo, a la misión y a la urgencia del llamamiento a la conversión«.
El diálogo no es ya una vía para descubrir la verdad, sino que -según esas «concepciones ideológicas, que han entrado por desgracia dentro del mundo católico y en ciertos ambientes teológicos y culturales»- el diálogo es la esencia del dogma relativista y lo opuesto a la misión y a la conversión. «En un pensamiento relativista, diálogo significa poner en el mismo nivel la propia fe y las convicciones de los demás, de modo que todo se reduce a un intercambio entre posiciones fundamentalmente equivalentes y por eso entre ellas relativas, con el objetivo de alcanzar el máximo de colaboración y de integración entre las diversas concepciones religiosas».
Tolerancia y relativismo
El cardenal Ratzinger subrayó que «el hecho de que el relativismo se presente luego, bajo el estandarte del encuentro entre las culturas, como la verdadera filosofía de la humanidad, capaz de garantizar la tolerancia y la democracia, lleva a arrinconar ulteriormente a quien se obstina en la defensa de la identidad cristiana y en su pretensión de difundir la verdad universal y salvadora de Jesucristo».
En realidad, el principio de tolerancia como expresión de respeto de la libertad de conciencia, de pensamiento y religión, defendido y promovido por el Vaticano II, se manipula cuando se extiende al ámbito de los contenidos: «como si los contenidos de las diversas religiones y de las concepciones arreligiosas de la vida se pudieran poner en el mismo plano, como si no existiese ya una verdad objetiva y universal». En el fondo, «sin una seria pretensión de verdad, incluso el aprecio a las otras religiones se hace absurdo y contradictorio».
«Es comprensible que en un mundo que crece cada vez más al unísono, también las religiones y las culturas se encuentren. Eso no lleva solo a un acercamiento exterior de personas de religiones diversas, sino a un crecimiento del interés hacia mundos religiosos desconocidos. Pero ese enriquecimiento mutuo que produce el conocimiento recíproco no tiene nada que ver con el abandono de la pretensión, por parte de la fe cristiana, de haber recibido como don de Dios por medio de Cristo la revelación definitiva y completa del misterio de la salvación. Es más, se debe excluir esa mentalidad indiferentista marcada por un relativismo religioso que lleva a pensar que todas las religiones son iguales«.
Como algunos comentaristas han puesto de relieve, la declaración Dominus Iesus no está contra el diálogo sino contra lo que Ratzinger llama «ideología del diálogo», según la cual todas las religiones serían complementarias, porque en el fondo no hay ninguna verdad. Si así fuera, Cristo habría ofrecido una revelación incompleta. El documento recuerda, además, que para que exista diálogo es preciso manifestar la propia identidad y que es necesario el reconocimiento de una verdad incluso para saber valorar a las otras religiones. Parecen ideas nuevas, pero es lo que la doctrina cristiana defiende desde hace veinte siglos. El problema es que algunos tal vez han identificado diálogo con sincretismo.