La amenaza terrorista y el radicalismo islámico han centrado los debates sobre las implicaciones violentas que puede tener el compromiso con una fe religiosa. Desde hace tiempo existe una convicción arraigada que, sin diferenciar tradiciones religiosas ni admitir excepciones, relaciona necesariamente religión y violencia. Frente a esta tesis, otros autores creen que esa identificación no es acertada y que manifiesta un prejuicio antirreligioso que puede ser nocivo tanto política como socialmente.
La historia confirmaría que la intolerancia y la beligerancia son rasgos comunes a todo credo religioso y que la verdad revelada resulta por su propia naturaleza difícil de compaginar con el pluralismo inherente a la democracia…
Contenido para suscriptores
Suscríbete a Aceprensa o inicia sesión para continuar leyendo el artículo.
Léelo accediendo durante 15 días gratis a Aceprensa.