Un sistema con múltiples partidos aporta una oferta más variada de programas políticos, lo que es una buena noticia. Pero esa diversidad disminuye en la práctica, por la dificultad de gobernar en escenarios fragmentados. La experiencia de los dos últimos años en Europa muestra qué países consiguen capear las diferencias entre sus muchos partidos y cuáles no.
(Actualizado el 6-09-2019)
El acuerdo en Italia entre el Movimiento 5 Estrellas (M5S) y el Partido Democrático (PD) añade otro gobierno de coalición a la larga lista de los formados (y disueltos) últimamente en Europa. El nuevo reemplaza a la coalición populista del M5S y la Liga, de Matteo Salvini, surgida tras las elecciones de marzo de 2018.
El resultado es paradójico. El movimiento suscitado por Beppe Grillo para dar voz a los descontentos de izquierdas y de derechas con los partidos tradicionales, ha acabado formando gobierno con dos formaciones que bien podrían considerarse casta: el PD ha tenido su cuota de poder en gobiernos de distintos colores, mientras la Liga Norte tuvo la suya en varios de Berlusconi.
El M5S también ha hecho bandera de la participación ciudadana. Sin embargo, el programa que apoyaron sus votantes en las urnas ha sido reemplazado dos veces; la última con el respaldo mayoritario de los militantes inscritos en la plataforma online del partido, pero esos cerca de 80.000 votos están lejos de representar a sus 10,7 millones de votantes.
A esta falla de representación que se suele achacar a las coaliciones –sean de la vieja o de la nueva política– hay que sumar una crisis de gobernabilidad. No porque las democracias europeas se hayan vuelto caóticas, aclara The Economist, sino porque la debilidad con que salen de las urnas los partidos ganadores les impide afrontar grandes reformas.
El Finlandia, el gobierno encabezado por los liberales dimitió porque no lograba poner en marcha sus principales reformas
Entre las manifestaciones de esa ingobernabilidad relativa, la revista británica menciona las tensiones que añade a la vida política la formación de gobiernos con mayorías suficientes, lo que puede durar meses; el bloqueo legislativo en temas de calado; o las elecciones anticipadas (8 de las últimas celebradas en los países miembros de la UE lo han sido).
¿Acuerdos exhaustivos o de mínimos?
En el Reino Unido, Theresa May adelantó las elecciones a 2017 para ampliar la ajustada mayoría absoluta que tenía y acabó con una que le dificultó todavía más la gestión del Brexit. Finalmente, optó por gobernar en minoría con el apoyo del Partido Unionista Democrático (DUP) de Irlanda del Norte, pero sin formar coalición. Ahora Boris Johnson, que ha heredado esa escuálida mayoría, amenaza con otras elecciones anticipadas.
Desde finales de 2015, España ha tenido tres elecciones generales (con moción de censura incluida contra Mariano Rajoy). Y sobrevuela la posibilidad de una cuarta si el Partido Socialista no logra persuadir a Podemos –partidario de un gobierno de coalición– para que le deje gobernar en solitario.
Pedro Sánchez ha ofrecido a Podemos un plan de gobierno “exhaustivo”, de 370 medidas y 75 páginas. Contrasta con el firmado entre el M5S y el PD, de 4 páginas; y con el de M5E y la Liga, de 58 páginas. En Dinamarca, la líder socialdemócrata Mette Frederiksen ha convencido a los otros tres partidos de izquierdas para que le dejen gobernar en solitario. Lo logró –tres semanas después de ganar las elecciones en junio de 2019– con un programa de 18 páginas.
En Dinamarca, la líder socialdemócrata Mette Frederiksen ha convencido a los otros tres partidos de izquierdas para que le dejen gobernar en solitario
Para resultar más convincente, Sánchez ha incluido en su oferta la garantía de que el cumplimiento del acuerdo será supervisado por una oficina dependiente del Ministerio de Hacienda; por sendas comisiones en el Congreso y el Senado, e incluso por representantes de la sociedad civil. Hay que suponer que la oficina de Hacienda también controlará el gasto público, cuyo aumento es otro de los inconvenientes asociados a los gobiernos de coalición.
Para evitar este riesgo, en Holanda el Banco de los Países Bajos, la Oficina Central de Planificación y expertos independientes calculan “si los planes de los partidos son viables en términos macroeconómicos”, explica a El País Joost Sneller, portavoz de finanzas de los socioliberales del D66, uno de los socios en la coalición que dirige Mark Rutte, líder de los liberales de centroderecha; los otros dos socios de gobierno son los cristianodemócratas y la Unión Cristiana.
Rivalidades salvables
Rutte tardó siete meses en formar gobierno tras ganar sin mayoría suficiente las elecciones de marzo de 2017. Y eso que tenía experiencia negociadora: en la anterior legislatura encabezó otra coalición, esa vez con los socialdemócratas.
El caso de Alemania también muestra que los antagonismos ideológicos no tienen por qué ser un obstáculo para formar un gobierno de coalición: en febrero de 2018 reeditó por cuarta vez la gran coalición entre democristianos y socialdemócratas. Además, en la mayor parte de los Länder hay coaliciones de varios colores: los verdes, por ejemplo, han pactado con unos y otros.
También hay diversidad de colores en Finlandia, donde los socialdemócratas encabezan desde junio de 2019 una coalición con el Partido de Centro, los Verdes, la Alianza de Izquierda y el Partido del Pueblo Sueco de Finlandia; y en Suecia, donde los socialdemócratas gobiernan con los verdes desde enero de 2019, gracias al apoyo externo de liberales y centristas, y a la abstención de última hora de los excomunistas.
Lo que sí es un obstáculo para lograr acuerdos es la polarización afectiva. En España ha cobrado fuerza a nivel nacional bajo los vetos cruzados entre partidos que se consideran indecentes o ilegítimos. En comunidades autónomas y ayuntamientos, en cambio, la flexibilidad es mucho mayor y han prosperado bastantes pactos.
Desgaste de meses
En la República Checa hicieron falta ocho meses tras las elecciones de octubre de 2017 para formar un gobierno en minoría entre la populista Alianza de Ciudadanos Descontentos (ANO) y los socialdemócratas, con el respaldo externo de los comunistas. El pasado junio, la suma de los tres logró salvar la segunda moción de censura contra el primer ministro y líder de la ANO, Andrej Babis.
La inmensa mayoría de los votantes del Movimiento 5 Estrellas no han votado los dos programas reemplazados
La marcha checa sin gobierno queda todavía lejos del récord mundial que batió Bélgica en 2010-2011, cuando estuvo un año y medio sin ejecutivo; y algo más de nueve meses en 2007-2008. Casi cuatro meses después de las elecciones de mayo de 2019, los representantes belgas siguen haciendo encaje de bolillos para formar un nuevo gobierno de coalición. El reto principal es encontrar una fórmula que satisfaga a los nacionalistas de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA) y a los populistas de derechas de Interés Flamenco (Vlaams Belang), primero y segundo respectivamente en Flandes, de un lado, y a los socialistas francófonos, vencedores en Bruselas y Valonia, de otro.
Un ejemplo de coalición fallida se ha dado en Austria. Desde diciembre de 2017, el Partido Popular (ÖVP), liderado por Sebastian Kurz, de centro derecha, formó gobierno con el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), populista de derechas. Pero, tras 18 meses, la coalición se rompió por un vídeo en el que se veía a Heinz-Christian Strache, entonces vicecanciller y líder del FPÖ, ofrecer adjudicaciones públicas a la presunta hija de un millonario ruso a cambio de apoyo electoral. Strache dimitió de ambos cargos, y Kurz dio por rota la coalición. Finalmente, Kurz fue destituido por una moción de censura. A finales de septiembre habrá elecciones anticipadas.
El relevo de coaliciones de este año en Finlandia responde a un motivo bien distinto: el gobierno encabezado por el liberal Partido del Centro dimitió en marzo porque no lograba poner en marcha sus principales reformas; al frente de la nueva coalición está el Partido Socialdemócrata, en la que han entrado los liberales con otros tres partidos.
La variedad de situaciones en Europa hace difícil sacar demasiadas conclusiones que valgan a todos los países. Una posible es que, para que no se frustre el mayor pluralismo que han traído los sistemas con múltiples partidos, haría falta más tolerancia con el rival. Pero el camino que siguen algunos países es el inverso. Y eso a pesar de la paradoja que señalaba Eva Anduiza, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Barcelona: crecen las diferencias entre los partidos, también porque la polarización “se vuelve sobre todo emocional”, pero al mismo tiempo “la capacidad de los gobiernos para llevar adelante los programas electorales con los que ganan las elecciones se topa cada vez con mayores dificultades”.