Cada vez es más claro que escuela y familia han de trabajar juntos y en la misma dirección, para que el hijo reciba una educación coherente. Sin embargo, hoy día la escuela tiene que resolver problemas de aprendizaje del niño que, en bastantes casos, tienen su origen en carencias familiares. A la vez, la imagen de la familia que se transmite en la escuela puede suponer una visión contrapuesta a la que se inculca en el hogar. Este fue uno de los temas abordados en el simposio internacional sobre «Familia y educación: nuevos retos del cambio social», organizado por la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid del 20 al 22 de enero (1).
La intervención del profesor Charles L. Glenn, profesor de la Escuela de Educación de la Universidad de Boston, aportó una visión norteamericana de la situación de la familia, con rasgos que en parte coinciden con los de otros países de este entorno cultural.
«Cuando el americano regresa al seno de la familia, inmediatamente encuentra una imagen perfecta de orden y paz», escribió Tocqueville en 1830. En 1994, el profesor Glenn, deseando captar la atención del público presente en la sala del simposio, tuvo que suspirar: «¡Ay…! Cuánto han cambiado los tiempos».
Cuando falla la familia
Glenn adujo tres motivos por los que la sociedad tiene (o le conviene tener) un legítimo interés en la desarrollo positivo de las familias.
El primero es simplemente que las masivas rupturas familiares son síntomas de enfermedad social y toda enfermedad requiere curación. «Al fin y al cabo, -dijo- para la mayoría de los americanos, conseguir una vida familiar feliz es una de las metas más deseadas. Las encuestas confirman que una aplastante mayoría de gente joven todavía hoy declara como su principal y último deseo el conseguir una relación conyugal duradera, monógama y heterosexual que incluya la procreación de hijos».
La segunda razón que justifica una preocupación por la familia es que los niños viven mejor en las familias que funcionan bien, con dos padres biológicos que forman un matrimonio estable. «En este caso, como en muchos otros, la investigación ha ido confirmado últimamente lo que todo el mundo -a excepción de algunos investigadores- ya sabía. Tal como lo resume un experto en políticas de bienestar: ‘la gran mayoría de niños que se han criado en una casa con dos padres, nunca será pobre durante la niñez. Por contraste, la inmensa mayoría de niños que han pasado parte de su vida a cargo de un solo padre, experimentarán la pobreza'». Con otras palabras, «la estructura de la familia es el mejor índice de probabilidad de pobreza».
Además, la pobreza no es el único mal derivado de la falta de uno de los padres. Hay otros efectos psicológicos, como «más fracaso escolar, tasas superiores de suicidio, de problemas psicológicos, de violencia y de abuso de drogas». Y los estudios indican que los efectos nocivos no se dan en el caso de que el padre haya muerto, sino cuando se ha producido la ruptura familiar.
Un tercer motivo de interés de la política familiar es algo «menos global pero no menos importante»: el éxito o fracaso escolar. «El éxito de los niños en la escuela está directamente relacionado -aunque no de modo necesario- con el tipo de su vida familiar». Según el sociólogo James Coleman, «los colegios son un éxito principalmente para los hijos de familias estables; son sobre todo un fracaso para los niños que provienen de familias débiles y desorganizadas».
«No pueden sorprendernos -explicó el profesor de la universidad de Boston- que algunos estudios de investigadores de las universidades de Princeton o John Hopkins concluyan que el crecer en una familia con un único padre tiende a rebajar el rendimiento académico y la asistencia a clase del alumno».
Manipulación estadística
En los medios de comunicación se repite hasta la saciedad que el modelo «tradicional» de familia desaparece y deja paso a multitud de formas supuestamente familiares. No habría, pues, un modelo ideal de familia, basado en el matrimonio, sino distintos tipos tan válidos unos como otros. Esto se repite de modos diversos, siempre con el refrendo de los «datos».
Y en un país donde las radiografías sociales se hacen con números, es inevitable acabar prestándoles atención. Pero algunas estadísticas se manipulan para restar relevancia social a la familia calificada como «tradicional».
«Por ejemplo, -señaló Glenn- suele decirse que menos del 10% de las familias de hoy siguen el viejo modelo de madre ama de casa y padre que gana el pan fuera. Pero se llega a este resultado contando como ‘familia’ cada hogar de la nación, incluyendo a los ancianos y a los estudiantes que viven solos, y negando la etiqueta de ‘tradicional’ a cualquier familia en la que la madre trabaje fuera de casa alguna hora semanal en cualquier época del año».
De hecho, según estadísticas oficiales de 1987, entre las familias con hijos en edad pre-escolar sólo en el 28,8% de los casos trabajaban ambos padres a jornada completa; en el 33,3% de esas familias, la madre no tenía un empleo remunerado; el 15,8% eran familias donde la madre trabajaba a tiempo parcial; otro 10,1% eran familias a cargo de una madre sola que trabajaba.
En el fondo, la discusión sobre las estadísticas «esconde un desacuerdo sobre cómo definir la situación de la familia en Estados Unidos. Si la mayoría de las familias son claramente ‘tradicionales’, en el sentido de que están dirigidas por dos adultos casados que comparten en cierto modo sus sueldos y el cuidado de los hijos, las políticas públicas deberían sostener este modelo mediante subsidios por hijo y otras compensaciones para que las madres permanezcan en el hogar durante los primeros años de vida de sus hijos. Pero si, por el contrario, el matrimonio y la educación de los hijos compartida no son la norma, ya es hora -así argumentan algunas feministas- de descartar expresiones como ‘single-parent family’, que implican una situación de anormalidad».
Precisamente refiriéndose a la situación de las familias a cargo de un solo padre, el profesor Glenn citó las palabras de un influyente político republicano, William Bennett, que fue educado sólo por su madre: «Tiene que ser obvio -era obvio para mí, y lo era para mi madre- que es mucho más difícil que un solo padre críe un hijo a que lo hagan entre dos… No, no es una vergüenza, ni son de segunda categoría los que educan a un hijo en solitario. Es un honor para los que lo logran. Pero también hay que decir que es preferible que sean marido y mujer los encargados de la educación a dejar todo el trabajo a uno solo. Es mejor para el niño, y mejor para los padres. Esto es algo en lo que no podemos ser neutrales».
El papel de la escuela
El tercer motivo que aportó Glenn para sostener una política familiar trata de la mutua influencia entre la escuela y la familia, sin duda importante. Pero un estudio dirigido por el psicólogo Paul Vitz a mediados de los años ochenta, descubrió curiosos silencios en las referencias a la familia en los libros de texto de los escolares estadounidenses: «En cuarenta libros de texto sobre ciencias sociales para los cuatro grados 1º a 4º, no aparece ninguna referencia al matrimonio como fundación de la familia. De hecho, ni siquiera la palabra matrimonio o casamiento aparece una sola vez en los cuarenta libros (…) ni aparecen tampoco las palabras marido y esposa… Los profesores de las escuelas públicas pueden lamentar constantemente los embarazos de adolescentes o la frecuencia de hijos ilegítimos, pero sus propios libros de texto promueven la noción de familia sin matrimonio en los cuatro primeros cursos… Ninguna de las muchas familias descritas en estos libros presenta un ama de casa -esto es, una esposa y madre- como un modelo…No hay ninguna mención que indique que la ocupación de la madre o esposa representa un trabajo importante, con integridad, con satisfacciones reales…».
Glenn dio razones para que profesores y responsables de la política educativa reflexionen seriamente sobre la influencia de las escuelas en la salud familiar. «Hay, al menos, tres modos en que los colegios contribuyen positivamente (…) a) asegurándose de que comunican a sus alumnos el mensaje de que la vida familiar es importante, b) mostrando respeto al derecho de los padres de tomar decisiones sobre sus hijos y c) promoviendo lazos y colaboración entre los hogares y la escuela».
Pero la buena educación escolar queda baldía si no se suma el reconocimiento por parte del Estado del derecho y obligación paternos a la educación de los hijos. Este derecho está asegurado por el artículo 2 de la Convención Europea para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales, citado por Glenn que, a continuación, añadió: «algunos aseguran que el gobierno debe tomar decisiones sobre la educación de los hijos porque algunos padres -y normalmente son padres pobres- son incapaces de hacerlo y de hecho simplemente se desentienden. Por supuesto que hay padres incapaces e irresponsables, en todas las clases sociales, y la sociedad deber organizar los medios de intervención para proteger a los niños en situaciones de claro abuso y negligencia, incluyendo su necesidad de educación. Pero la política dirigida a la mayoría no debe guiarse por la necesidad de tratar los casos excepcionales».
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(1) Las Actas del simposio ya han sido editadas en la Revista Española de Pedagogía, nº 196 (IX-XII 1993).