Forzar los límites de la naturaleza humana
La procreación asistida, que empezó como el remedio para que una pareja superara un problema de infertilidad, ha ido acogiendo deseos que ya no tratan de imitar la naturaleza sino de forzar sus límites.
Basta pensar en esas madres postmenopáusicas que gracias a la FIVET satisfacen su deseo de tener hijos a una edad más propia de ser abuelas. El récord conocido lo tiene Adriana Illescu, una profesora rumana jubilada, soltera, que en enero de 2005 dio a luz a la edad de 67 años, con óvulos y semen donados y tras nueve años de tratamientos de fertilidad. Todo un «ensañamiento procreativo».
En España la ley no marca ningún límite de edad, lo que ha permitido que una española con los 60 cumplidos alumbrara a un niño tras someterse a un tratamiento de fertilidad. La mayoría de las clínicas de reproducción asistida dicen que no suelen aceptar a mujeres de más de 50 años, por los riesgos de la maternidad tardía para la madre y el feto. Pero los datos de 2002 indican que hay un centenar de nacimientos de madres de más de 48 años y 35 de más de 50.
El aumento de la esperanza de vida de la mujer hasta más de 80 años es uno de los motivos aducidos por las clínicas para aceptar a mujeres mayores. Si una mujer es madre a los 50, aún le quedan treinta años para ocuparse de su hijo, dicen. Pero lo que la fecundación «in vitro» no puede recuperar es la energía vital de una madre antes de la menopausia, lo cual influirá en el modo de criar a su hijo; ni tampoco conviene perder de vista que cuando su hijo esté en edad de casarse, tendrá que afrontar el problema añadido de cuidar a su madre octogenaria, que además suele ser una mujer sola.
Padres gays, madres de alquiler
Puestos a forzar los límites de la naturaleza, algunos gays están realizando sus deseos de paternidad, recurriendo a una donante de óvulos y a una madre de alquiler. En Estados Unidos, donde pocos estados han regulado la maternidad de alquiler, no hay más límite que los 100.000 dólares que puede costar el proceso. Diane S. Hinston, fundadora de Creative Family Connections, una firma jurídica dedicada a poner en contacto a los que quieren ser padres y a las madres de alquiler, no ve ningún reparo: «Creo en las familias no tradicionales. Pienso que las familias tienen todas las formas y tamaños» («The Washington Post», 18-01-2005).
En España la maternidad de alquiler es ilegal, conforme a la ley de reproducción asistida recién aprobada, pero algo empieza a moverse. Un editorial de «El País» (3-08-2006) iba en esta línea de blanquear lo que hasta hace poco sonaba extraño. «La expresión «madres de alquiler» se empleaba hasta hace poco con ánimo denigratorio. Ahora el fenómeno se anuncia por Internet y ha perdido su condición aberrante, aunque siga siendo ilegal en la mayoría de los países». Da la impresión de que si algo se anuncia por Internet cobra visos de normalidad.
Para terminar señala que hay países con legislación más permisiva, lo que «está provocando un tráfico creciente y complicado. La experiencia indica que cuando esto ocurre la realidad obliga a flexibilizar la norma para adaptarla a situaciones como las derivadas de los nuevos modelos de familia, como los homoparentales». Si antes se trataba de defender el derecho de los gays a adoptar, ahora parece oportuno favorecer que puedan crearse una familia a golpe de talonario.
Cambio de sexo
Si hay alguien empeñado en forzar la mano a la naturaleza es el transexual, que no se reconoce en su sexo biológico. En España, una vez admitido el «matrimonio» entre personas del mismo sexo, son los transexuales los que han pasado a un primer plano como minoría marginada que reclama su normalización.
Es llamativa la desproporcionada presencia mediática de este colectivo en los últimos tiempos. La Sociedad Española de Endocrinología estima que en el país entre 2.000 y 3.000 personas sufren trastornos de identidad de género. Sin embargo, según las informaciones de prensa, hay no menos de siete asociaciones de transexuales, y en el PSOE existe incluso un Área Transexual, a cargo de una activista transexual, por supuesto.
Para dar satisfacción a sus reivindicaciones, el gobierno de Rodríguez Zapatero ha aprobado el anteproyecto de ley que regulará el cambio de sexo y de nombre de estas personas en el Registro Civil. Según fuentes del PSOE, se trata de la ley «más avanzada del mundo», que es lo que suele decirse cuando se trata de algo que no hace nadie. La exposición de motivos explica que la finalidad de la ley es «garantizar el libre desarrollo de la personalidad y la dignidad de las personas cuya identidad de género no se corresponde con el sexo con el que inicialmente fueron inscritas». Dicho así, parece como si todo el problema fuera un error del funcionario en el momento de la inscripción, cuando lo que ocurre es que el género con el que ellos/ellas se identifican no está de acuerdo con su sexo biológico. Y lo decisivo también aquí no es la biología sino lo que el interesado «siente».
Para acordar la rectificación de sexo y nombre en el Registro, se exige que al solicitante se le haya diagnosticado un trastorno (disforia) de género y que haya sido tratado médicamente durante al menos dos años para acomodar sus características físicas a las correspondientes al sexo reclamado. En cambio, no se exige que el tratamiento haya incluido cirugía de reasignación sexual (modificación de los genitales). En esto coincide con la ley de Reconocimiento de Género que aprobó el Parlamento británico en 2004.
Por otra parte, hay psiquiatras que piensan que una operación de cambio de sexo no es la respuesta a los problemas de identidad de género. El Dr. Richard Fitzgibbons, que con treinta años de experiencia clínica dirige el equipo del Institute for Marital Healing, explica el malestar de estas personas: «Su tristeza y falta de aceptación por compañeros o por un padre les lleva a pensar que podrán huir de su dolor emocional y encontrar más felicidad, aceptación y confianza siendo del otro sexo». Pero el sexo cromosómico es inmutable: «Cada célula del cuerpo de una persona contiene los cromosomas que lo identifican como varón o mujer. No es solo una cuestión de diferencia de genitales. Antes del nacimiento las hormonas prenatales modelan los cerebros de los niños de un modo diferente al de las niñas. La cirugía y los tratamientos hormonales pueden crear la apariencia de un cuerpo masculino o femenino, pero no pueden cambiar la realidad que subyace. No es posible cambiar el sexo de una persona» (www.mercatornet.com, 14-10-2005).
Así que no cabe excluir que, tras la intervención médica, tampoco se sientan satisfechos en su nueva condición. La ley española, que no exige cirugía de reasignación sexual, podría dar lugar incluso a sexos de ida y vuelta, ya que en ningún lado se dice que solo se puede cambiar una vez. Esta sería la situación más ventajosa para los que creen que el sexo biológico es un mero accidente que puede modificarse conforme al género elegido, a su vez cambiante.
El género se construye
Esta es la perspectiva adoptada por la ideología de género. Más allá de las obvias diferencias biológicas, las diferencias entre hombres y mujeres serían puramente convencionales, una mera construcción social, que habría que «deconstruir» para liberar a la mujer.
No se trata solo de romper con la diferenciación entre profesiones masculinas y femeninas. También los roles familiares específicos de padre y madre deberían ser revisados para que no haya diferencias en el seno de la familia. Y es que no existirían propiamente dos sexos, sino variadas orientaciones sexuales. Se comprende que para la «perspectiva de género» la naturaleza estorba.
Así, Judith Butler, teórica americana de los estudios sobre gays y lesbianas, se desmarca del feminismo centrado sobre la noción de mujer, que a su juicio no deja suficiente espacio a las diferentes identidades lesbianas. «Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia, «hombre» y «masculino» podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; «mujer» y «femenino», tanto un cuerpo masculino como uno femenino», escribe en «Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity» (Routlegde, Nueva York, 1990).
Butler piensa que nuestras sociedades producen códigos implícitos de conducta, que aseguran el predominio de lo masculino y de lo heterosexual.
Por eso, las prácticas sexuales minoritarias deben servir para subvertir la norma y mostrar que no hay que dar por supuesta la heterosexualidad. Su idea es que la sexualidad puede evolucionar a lo largo de toda la vida, por lo que nada debe ser fijo. El género, como un artificio, se construye.
Según su última identidad conocida, Butler es lesbiana y educa a un hijo con su compañera, que tuvo el niño por inseminación artificial.
Rechazo a ser criatura
Paradójicamente, una sociedad cada vez más consciente del peligro de no respetar los ecosistemas, parece pensar que la naturaleza humana es totalmente maleable, pues en el fondo nada sería natural en el hombre.
El objetivo sería «liberar al hombre de su biología», según diagnosticaba el cardenal Joseph Ratzinger: «Ya no se admite que la naturaleza tenga algo que decir; es mejor que el hombre pueda modelarse a su gusto (…) Todo esto, en el fondo, disimula una insurrección del hombre contra los límites que lleva consigo en cuanto ser biológico. Se opone, en último extremo, a ser criatura. El hombre tiene que ser su propio creador, versión moderna de aquel seréis como dioses» (Peter Seewald, «La sal de la tierra», Palabra, Madrid, 1997, pág. 142).
Por ahora, no parece que el resultado sea el paraíso en la tierra.
Ignacio Aréchaga____________________Ver también La revuelta contra la biología.