En plena campaña electoral, ha surgido en Estados Unidos la discusión de si habría que denegar la comunión eucarística a los políticos católicos que, como el candidato demócrata a la presidencia, John Kerry, defienden públicamente el aborto. En este contexto, la Conferencia Episcopal ha publicado una declaración en la que anima a los católicos a procurar que las leyes reconozcan el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. En cuanto al acceso a la comunión, el documento deja la decisión en manos de cada obispo.
Los obispos recuerdan en primer lugar que «dar muerte a un no nacido es siempre intrínsecamente malo y en ningún caso se puede justificar». Por tanto, legalizar el aborto es en sí mismo un mal, y «quienes intervienen en la elaboración de las leyes están obligados en conciencia a trabajar para corregir las leyes moralmente deficientes; si no obran así, se hacen culpables de cooperación al mal y de un pecado contra el bien común». Más aún cooperan al mal los políticos católicos que sistemáticamente apoyan el aborto a petición; estos, además, causan escándalo, y los obispos -dice la declaración- no dejarán de advertírselo, «con la esperanza de que cese este escándalo mediante la adecuada formación de sus conciencias».
El documento destaca algunos puntos en que los católicos deben reforzar su actuación. Así, recuerda que «la enseñanza sobre la vida humana y su dignidad debe verse reflejada en nuestras parroquias y en nuestras instituciones educativas, sanitarias y asistenciales». Una consecuencia es que las instituciones católicas no deben otorgar honores a quienes obren en contra de los principios morales fundamentales. Es necesario también que los católicos defiendan estos principios en la vida pública, cosa que atañe sobre todo a los laicos.
Luego, la Conferencia Episcopal se refiere a la recepción de la comunión por parte de políticos que apoyan el aborto. La declaración menciona en primer lugar la norma común para todos los fieles: «Debemos examinar nuestras conciencias antes de recibir el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor. Este examen debe incluir nuestra fidelidad a las enseñanzas morales de la Iglesia tanto en la vida personal como en la actuación pública». Descendiendo a la cuestión de si se puede admitir a la comunión a los políticos que apoyan el aborto, la Conferencia Episcopal dice: «Dada la amplia variedad de circunstancias que se han de considerar para llegar a un juicio prudencial sobre tan grave materia, concluimos que compete a cada obispo decidir, en conformidad con los principios canónicos y pastorales establecidos. Los obispos pueden legítimamente hacer diferentes juicios sobre cuál sea la acción pastoral más prudente».
Los obispos aclaran que ellos ni respaldan ni se oponen a candidatos políticos. Lo que pretenden es «formar las conciencias de nuestros fieles para que puedan examinar las posturas de los candidatos y tomar decisiones basadas en la doctrina moral y social católica». Esto no es injerencia clerical alguna: «La separación entre Iglesia y Estado no exige la división entre creencias y actuación pública, entre principios morales y actuación pública, sino que protege el derecho de los creyentes y de los grupos religiosos a practicar su fe y actuar en la vida pública de modo coherente con sus valores».
Por lo que respecta al caso de Kerry, no son algunos obispos los únicos que ponen en duda la coherencia católica del candidato. Según una encuesta publicada por la revista Time (21-VI-2004), solo el 7% de los votantes norteamericanos consideran a Kerry como un hombre de una sólida fe religiosa, frente al 54% que logra George Bush.
El comentarista David Brooks ve en este dato «catastrófico» un serio peligro para las aspiraciones de los demócratas (New York Times, 22-VI-2004). La mayoría de los estadounidenses, dice, son creyentes, y quieren que su presidente también lo sea. «Si los norteamericanos no perciben la fe de Kerry, no se identificarán con él y serán reacios a otorgarle su confianza con el voto».