John Leo critica en U.S. News & World Report (Washington, 15-V-95) la tendencia a dar por buena la fecundación artificial para engendrar niños condenados a no tener padre.
¿Por qué los bancos de esperma norteamericanos venden esperma a mujeres solas sin que esto suscite debate? Como siempre, la elite cultural norteamericana interpretará la cuestión de una manera, y el resto del país, de otra.
Respuesta de la elite: He aquí otro ataque contra la intimidad y los derechos individuales, concretamente el derecho de la mujer al control de su propio cuerpo. Además, eso es un insulto a la mujer: supone que necesita un hombre para criar un hijo sano.
Resto del país: ¿Por qué ha de ser bueno socialmente que haya un mercado libre para la producción de niños sin padre? Los estudios coinciden en señalar que los niños sin padre, en conjunto, están en peor situación, con independencia de la raza y de la clase social. Entonces, ¿no está interesada la sociedad en evitar que se creen a propósito niños sin padre?
(…) Cada año son engendrados al menos tres mil niños sin padre por medio de la inseminación artificial. ¿Por qué ha habido un serio debate moral sobre esto en otros países desarrollados pero no aquí, donde están la mayoría de los bancos de esperma que hay en el mundo? En primer lugar, Estados Unidos es la única nación que discute casi todas las cuestiones sociales en términos de derechos, con una tendencia intrínseca a otorgar derechos indeclinables a los individuos aun contra la política social más sensata. El dialecto norteamericano de los «derechos» está tan extendido, que incluso sus oponentes suelen verse forzados a emplearlo (en este caso, alegando que todo niño tiene «derecho» a tener padre).
También la polémica sobre el aborto ha tenido parte en esto. Era inevitable tanta insistencia en los derechos y la libertad de la mujer, pero una de las consecuencias ha sido la tendencia a rebajar la misión del varón, como si el padre no tuviera nada que decir sobre el destino del feto o sobre la procreación en general.
Las feministas, algunas de ellas muy hostiles a los hombres, han sido proclives a presentar todas las cuestiones en torno a la procreación como asunto principalmente femenino. (…) De aquí a considerar a los padres como inseminadores molestos, marginales y esencialmente irrelevantes, no hay más que un paso.
El libre mercado norteamericano de esperma (…) consagra esta forma de ver al varón (…). Los hombres pueden engendrar hijos sin adquirir responsabilidad alguna. Las mujeres pueden criarlos sin concurso de varón. Como observa Daniel Callahan, especialista en bioética y director del Hastings Center, en Utah Law Review, «la aparición de donantes anónimos de esperma lleva a aceptar la degradación sistemática de la paternidad… es un síntoma de la devaluación de la paternidad».
Los de la parte contraria saben bien qué nos jugamos. En un artículo publicado en Journal of Marriage and the Family, John Edwards, sociólogo del Instituto Politécnico de Virginia, afirma que la donación de esperma «intencionadamente hace problemática la paternidad… En teoría, las nuevas tecnologías reproductivas significan que el matrimonio y la familia están anticuados… implícitamente, estas innovaciones indican que la familia del futuro podría consistir simplemente en un adulto socializado y un niño».
(…) En esencia, Edwards y Callahan dicen lo mismo: la inseminación artificial no tiene que ver simplemente (…) con el ardiente deseo de tener un hijo; de hecho, es manifestación de toda una nueva política social que cambia el ideal de la familia intacta por lo que solíamos llamar una familia dañada o rota. Es el ejemplo más elocuente de lo que [el senador demócrata] Daniel Patrick Moynihan llama «rebajar los límites de la normalidad» [defining deviancy down]. Se toma un desastroso problema social -los hijos sin padre- y se lo redefine como un modelo aceptable y aun inevitable para el futuro. (…)