En Nueva York se cometen la mitad de delitos que hace tres años y el número de homicidios es el más bajo de los últimos treinta años. ¿A qué se debe el cambio? Un reportaje de Fred Kaplan en The Globe and Mail (1-II-97), cuyas ideas sintetizamos, muestra cómo se aplicó la teoría de las «ventanas rotas» para combatir la delincuencia neoyorquina: poniendo remedio a los problemas cuando todavía son pequeños.
Dos criminólogos de la Universidad de Harvard, James Q. Wilson y George Kelling, publicaron la teoría de las «ventanas rotas» en The Atlantic en marzo de 1982. Esta se basaba en un experimento que hizo el psicólogo de la Universidad Stanford, Philip Zimbardo, con un automóvil estacionado en un barrio opulento de Palo Alto (California). Durante la semana de prueba, el coche no sufrió ningún daño. Pero cuando él mismo rompió una de las ventanas, a las pocas horas el coche quedó totalmente destrozado y desvalijado por grupos vandálicos. Según los autores, «si se rompe una ventana de un edificio y no se repara, pronto serán rotas también las demás». Y algo similar ocurre con la delincuencia.
La teoría comenzó a aplicarse en Boston. Kelling, asesor de la policía, recibió el encargo de reducir la criminalidad en el metro -un problema que costaba millones de dólares en viajeros perdidos por miedo a la delincuencia-. Mientras tanto, William Bratton, comisario de policía y admirador de la teoría de Kelling y Wilson, encuestaba a los ciudadanos para conocer sus temores. «Lo que más me sorprendió fue que aun en los barrios más problemáticos, la mayor preocupación no eran las violaciones o los robos, sino las cosas que se veían a diario: prostitución callejera, tráfico de droga, pintadas, vandalismo. Llegué a la conclusión de que lo que producía miedo -la creciente sensación de criminalidad- eran todas estas pequeñas cosas, y la gente quería que nosotros hiciéramos algo para eliminarlas». El programa no se concluyó por una reducción presupuestaria.
En 1990 Kelling y Bratton fueron destinados a Nueva York y comenzaron a trabajar de nuevo. El metro fue el primer laboratorio para probar si «arreglar las ventanas rotas» reduciría la delincuencia. La policía comenzó a perseguir los delitos menores. Los que se colaban sin pagar, orinaban o bebían alcohol en público, mendigaban de forma agresiva o hacían pintadas eran detenidos, fichados e interrogados. Y las pintadas se limpiaban inmediatamente, de manera que los «artistas» no pudieran disfrutar de su obra por mucho tiempo.
Resultó que muchos de los detenidos por estas infracciones eran también responsables de otros delitos. Por ejemplo, contra uno de cada siete de los que se colaban sin pagar había una orden de detención; uno de cada 21 detenidos iba armado. Después de unos meses de campaña, la delincuencia en el metro se redujo en un 75% y ha seguido bajando año tras año. Las pintadas han desaparecido por completo. Y miles de personas han vuelto a utilizar el metro, lo que ayuda a crear un clima de mayor seguridad.
Dan Biederman, comisario de distrito, también se inspiró en la teoría de las «ventanas rotas» para la renovación del Parque Bryant, una especie de paraíso del tráfico de drogas desde hacía muchos años. Un año antes de la remodelación se registraron 144 asaltos; el año siguiente sólo hubo un incidente, y a las dos de la madrugada.
A resultas del éxito, Biederman fue contratado para hacer lo mismo en Manhattan. Con los impuestos que pagaron los propietarios de negocios del distrito se contrataron fuerzas de seguridad privada, se ejecutaron planes de saneamiento, se iluminaron mejor las calles, se plantaron árboles y se remodelaron los parques públicos. Desde 1989 a 1992, los delitos se redujeron en un 45%. En 1993, después del éxito en el metro y los parques, se aplicaron los mismos principios a la ciudad entera.
«La gente no se siente segura por que las estadísticas muestren la reducción de la criminalidad, sino por lo que ven en la calle», dice Biederman, lo que parece ser una prueba a sensu contrario de lo que estropea un barrio. «Cuando la gente se siente segura sale por la noche, las tiendas y restaurantes permanecen abiertos más tiempo, a la gente le gusta ir y los comerciantes no se sienten obligados a cerrar». Nadie dice que la reducción de la delincuencia se deba exclusivamente a estas medidas. Antes de Bratton o Kelling, están los 38.000 nuevos policías que contrató el alcalde David Dinkins o las innovaciones informáticas que permiten a la policía acudir más deprisa a los lugares conflictivos.
Otros factores fueron la desarticulación de varias bandas importantes dedicadas al narcotráfico; un cambio general en el consumo de droga, que sustituyó el crack por la heroína; y una ligera reducción del número de jóvenes entre 18 y 24 años, el sector de la población más proclive a delinquir.
La experiencia de Nueva York ha animado a seguir luchando contra la delincuencia en todo el país. Ahora William Bratton es uno de los conferenciantes más solicitados en los departamentos de policía para contar cómo las pequeñas mejoras del vecindario y del paisaje urbano pueden ayudar a combatir la delincuencia.