“Tengo la impresión de que llevo 45 años escribiendo el mismo libro”, ha dicho el escritor francés Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945), Premio Nobel de Literatura de 2014. Autor de más de treinta novelas, este hijo de un hombre de negocios judío y de una actriz belga, que no tuvo una infancia muy feliz, ha sido fiel a unos mismos temas que se repiten, con diferentes máscaras, una y otra vez en su literatura. Publicó su primera novela en 1968, El lugar de la estrella, y las últimas que han aparecido son La hierba de las noches (2014) y hace unas semanas, en Francia, Pour que tu ne te perdes pas dans le quartier, que será publicada en breve en España por la editorial Anagrama, que ha traducido bastantes de sus obras.
Dos son sus principales obsesiones literarias, muy relacionadas además con su propia biografía. Una es la ocupación alemana de Francia y el régimen colaboracionista de Vichy, con sus dramáticas consecuencias para muchos de los judíos franceses y múltiples y secretas historias que se alargan en el tiempo. Así puede verse en su denominada Trilogía de la Ocupación, formada por tres de sus novelas más apreciadas, escritas en diferentes décadas, El lugar de la estrella (1968), La ronda de noche (1969) y Los bulevares periféricos (1977).
El otro tema es el desencanto personal y generacional después del parisino mayo del 68. Este enfoque aparece desde diferentes perspectivas en algunas de sus novelas más logradas, como En el café de la juventud perdida (2007, ver Aceprensa 17-12-2008) y en Una juventud (1981).
Junto con la fidelidad temática hay que destacar su continuidad formal y también ambiental. Muchas de sus novelas transcurren en el mismo distrito de París, el 16, una zona anodina y gris que Modiano describe una y otra vez, en diferentes épocas, en sus narraciones. A la vez, la misma atmósfera formal: Modiano, como su compatriota Jean Echenoz, emplea una reconocible sobriedad estilística que se manifiesta en novelas breves, despojadas de adornos, con pocos mimbres, muy depuradas, que van a lo esencial. Un buen ejemplo de su peculiar manera de contar es El horizonte, de 2010 (ver Aceprensa 8-03-2011).
Con ese estilo marca de la casa aborda no solo sucesos dramáticos que tienen que ver con las persecuciones judías durante la ocupación nazi de Francia, como sucede en otra de sus novelas más valoradas, Dora Bruder (1997), sino que también escribe con su personal estilo aséptico sobre su misma persona, como hace en Un pedigrí (2004), su intensa y sobria biografía, y la complicada vida de su padre y su compleja relación con él, tema de El libro de familia (1977).
Este estilo ligero y depurado, más el toque biográfico, es el que añade a sus tramas una singular extrañeza que las hace ganar en profundidad, a pesar de escribir de asuntos muy utilizados en la literatura. Así, sus obras transitan en ocasiones entre la novela, la crónica y el testimonio personal, lo que da a su literatura un toque de autenticidad imperturbable nada impostada. No son, sin embargo, ni novelas fáciles ni comerciales ni políticamente correctas. Como ha escrito el nuevo Nobel –el número quince que consigue la literatura francesa–, su poética consiste en “traducir la angustia contemporánea”, lo que se convierte en argumentos que, en su obsesión por reflexionar sobre la propia identidad, provocan una cierta desazón vital.
Con Los bulevares periféricos (1977) consiguió el Gran Premio de la Academia Francesa, y con Calle de las tiendas oscuras (1978), dedicada a su padre, se alzó con el Premio Goncourt en 1978. Algunas de sus novelas también han sido llevadas al cine. Muy leído en Francia, a pesar de ser un escritor minoritario, en España, ha sido muy traducido.