Políticos y misioneros ante el SIDA en África

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Roma. Tras un viaje de seis días por tierras africanas, el político italiano Walter Veltroni, secretario general del Partido Democrático de la Izquierda, heredero del Partido Comunista, ha lanzado un llamamiento a Juan Pablo II. Para salvar la vida de millones de personas, víctimas del SIDA, ha dicho en una rueda de prensa, la Iglesia debería cambiar su postura sobre la prevención y los métodos contraceptivos.

La secuencia de la argumentación no puede ser más elemental: el SIDA se transmite por contagio sexual, la Iglesia se opone al uso del preservativo, luego la Iglesia está colaborando con la difusión de la epidemia, a no ser que cambie de opinión. No es la primera vez que alguien hace ese razonamiento. La novedad es que Veltroni equipara ese mensaje con otros «altamente significativos» ya propuestos por el Santo Padre, por ejemplo sobre la deuda externa o la pobreza.

El llamamiento del líder italiano, que ocupó las primeras páginas de los periódicos, sigue un esquema ya visto en otras ocasiones. El personaje en cuestión (da igual que sea un político o un cantante: en cualquier caso, su fama no le viene por ser experto en la materia de la que habla) ofrece una solución simple para resolver lo que, en realidad, es un problema muy complejo. Es una receta, además, que no admite alternativas (o esto o nada) y que se presenta con un tono razonable, altruista, ajeno a «fanatismos religiosos».

En algunos casos, el planteamiento puede incluir un toque «ético», como fue el caso que nos ocupa: «SIDA, que el Papa elija la vida», tituló La Repubblica (28 de febrero); «Contracepción, que la Iglesia cambie. Llamamiento de Veltroni: se podrían salvar millones de víctimas del SIDA» (Corriere della Sera, 28 de febrero).

A estas alturas, parece una paradoja pedirle al Papa que «elija la vida»: pero es que hay que comprender que lo que se espera suscitar en el público es una respuesta emotiva. El sentimiento se refuerza si, como ocurrió, se ilustra la información con una fotografía de un niño pequeño escuálido y desnutrido.

Por fortuna, el testimonio de algunas personas ayudó a que se rompiera el hechizo. Misioneros que han transcurrido sobre el terreno no seis días de visitas blindadas sino toda una vida, dicen que la realidad es distinta. No argumentaron, como podrían haber hecho, con que el preservativo es mucho menos «seguro» de lo que algunos piensan. Simplemente dijeron que la epidemia del SIDA es más fuerte en zonas donde el cristianismo está poco radicado y donde, por tanto, la Iglesia no influye en los comportamientos.

Más que promover aparentes «soluciones mecánicas», que tienen la ventaja de comprometer poco a quien las sostiene, parece más convincente la receta de quienes gastan su vida en primera línea. Esa gente asegura que los resultados sólo vienen por la vía de la educación, que eleva el nivel de vida, la conciencia de la propia dignidad, la valoración de la mujer, aspectos que están en la base del problema, como han subrayado en numerosas ocasiones observadores imparciales (ver servicio 22/00). La presencia de misioneros ha llevado hospitales y escuelas. Las soluciones a lo Veltroni son una funda llena de agujeros.

Diego Contreras

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