Reino Unido: sacad al Estado de mi matrimonio

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El martes 12 de junio, dos días antes de que se cerrara el plazo de la consulta vía web sobre la propuesta de legalizar el matrimonio gay en el Reino Unido, la Coalition for Marriage presentó en Downing Street 500.000 firmas contra el intento del gobierno británico de redefinir el matrimonio. Ese mismo día, los obispos anglicanos y los católicos publicaron sendos comunicados.

La Coalition for Marriage es una plataforma cívica que da voz a individuos y grupos del Reino Unido a favor del matrimonio entre hombre y mujer. Cuenta con el apoyo de políticos, abogados, profesores y líderes religiosos británicos.

Nació poco después de que el primer ministro David Cameron anunciara su propuesta de legalizar el matrimonio gay en Gran Bretaña. El principal argumento que maneja la plataforma es que las parejas del mismo sexo ya tienen –desde que entró en vigor en 2004 la Civil Partnership Act– los mismos derechos a que da acceso el matrimonio.

De ahí que no sea necesario transformar una institución que durante siglos ha sido la unión entre un hombre y una mujer. Sobre todo, añaden, porque ni este gobierno ni ningún otro tiene competencia para cambiar una institución social que no pertenece al Estado.

La cuestión puede provocar también divisiones dentro de la coalición de gobierno, pues Cameron ha dejado que los parlamentarios tories voten en conciencia, mientras que el líder liberal-demócrata Nick Clegg quiere que todos sus parlamentarios apoyen la legislación propuesta.

El Estado interviene el matrimonio
A la sociedad civil se han sumado los obispos de la Iglesia de Inglaterra y los de la Iglesia católica. En un comunicado hecho público el martes, los obispos anglicanos dicen: “El matrimonio beneficia a la sociedad en muchos sentidos; no sólo promoviendo la ayuda mutua y la fidelidad, sino también al reconocer la subyacente complementariedad biológica que incluye, para muchos, la posibilidad de procrear. La ley no debería tratar de redefinirlo prescindiendo de esa objetiva distinción subyacente entre hombre y mujer”.

“La Iglesia [de Inglaterra] ha apoyado la supresión de anteriores desigualdades legales y materiales entre parejas heterosexuales y parejas del mismo sexo. Transformar ahora la naturaleza del matrimonio para toda la sociedad no va a añadir [a las parejas homosexuales] ningún beneficio legal a los que ya les confiere la ley de uniones civiles”.

Por su parte, la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales ha publicado una nota de diez páginas en la que pide al gobierno británico que retire su propuesta de legalizar el matrimonio gay. El documento explica, con una argumentación detallada, por qué no pueden equipararse las uniones del mismo sexo con el matrimonio. El texto concluye que lo que está en juego en esta propuesta es el significado intrínseco del matrimonio y lo que es mejor para el conjunto de la sociedad.

La propuesta, advierten, pretende introducir para toda la sociedad un cambio radical en la comprensión del matrimonio, algo que perjudica sobre todo a los niños y a las generaciones futuras.

Los obispos católicos rechazan de plano la nueva definición de matrimonio propuesta por el gobierno británico: el derecho “de todas las parejas, con independencia de su género, a tener una ceremonia civil de matrimonio”.

Afán de ser como todos
Pero no son solo líderes religiosos los que se han manifestado en contra de esta iniciativa del gobierno. En la opinión que ha aportado a la consulta, el director de Spiked Brendan O’Neill critica el voluntarismo del gobierno británico, que se atribuye de forma unilateral del derecho a transformar una institución social. También aporta otros argumentos en “Por qué el matrimonio gay es una mala idea” (ver artículos relacionados).

A falta de un día para que se cerrara la simbólica consulta, O’Neill presentó un nuevo argumento en su blog del Telegraph. En esta ocasión, advierte el giro que ha dado en su mensaje Peter Tatchell, el activista gay más famoso del Reino Unido.

Hace diez años, Tatchell criticaba a los activistas del movimiento gay que centraban su discurso de ideas en el valor de la igualdad. “La mera igualdad, decía entonces Tatchell, supone abandonar la perspectiva crítica sobre la cultura heterosexual”. Por otra parte, la igualdad no debía ser para los gays el valor supremo. “Nuestra demanda es la liberación. Queremos cambiar la sociedad, no conformarnos a ella”.

O’Neill reconocía en esta postura al libertario que tenía sus ideas; luchaba por ellas; y no esperaba a que el Estado le tendiera la mano. Pero Tatchell ya no es el mismo. Ahora coordina una campaña llamada Equal Love. La igualdad, de pronto, se ha convertido en su principal demanda. Y el Estado, en su aliado número uno.

“Si antes los activistas gays luchaban para sacar al Estado fuera de sus vidas –fuera de sus camas y de sus bares–, ahora pelean para tenerlo de vuelta; lo quieren para que diga: ‘Vuestras relaciones son valiosas’. La demanda de liberación ha cedido ante la súplica del reconocimiento del Estado”, comenta O’Neill. “Que la punta de lanza de esta campaña esté formada por aquellos que antes querían sacar al Estado de la vida privada es una triste paradoja”.

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