La figura del eterno estudiante está llamada a desaparecer en los países de habla alemana. Los ministros de Finanzas no pueden solucionar la crisis de identidad de las universidades pero, entretanto, han decidido empezar a sanear sus finanzas, cobrando más al usuario.
La actual Ley de Universidades alemana no permite cobrar tasas a los alumnos que estudian su primera carrera. Esta política fue confirmada por la actual coalición de gobierno de socialdemócratas y verdes, a pesar de que las universidades se quejan de la escasez de recursos (cfr. servicio 13/04). Pero 9 de los 16 Estados han introducido tasas académicas para las segundas carreras o para los alumnos retrasados en los estudios. Uno de ellos, Baden-Württemberg, introdujo en 1997 el pago de mil marcos (500 euros) para quienes llevaran estudiando cuatro semestres más de los previstos para terminar la carrera. En Renania del Norte-Westfalia, donde gobiernan socialdemócratas y verdes, acaba de entrar en vigor una medida por la que deben pagar 650 euros por semestre (aparte de los 130 euros que ya se pagaban como «contribución social») los estudiantes de doctorado, los que hacen dos carreras y los «de largo plazo», los que llevan matriculados una vez y media el tiempo normal que dura la carrera.
Los gobiernos democristianos de seis Estados alemanes presentaron en 2003 una demanda ante el Tribunal Constitucional para levantar la prohibición de cobrar tasas (ver servicio 131/03). El Tribunal Constitucional presentará a fines del verano unas normas para armonizar las leyes de tasas aprobadas o por aprobar en los parlamentos regionales. En todo caso, la constitucionalidad de las tasas está fuera de duda. Los Estados serán de momento los principales beneficiarios de esta medida, ya que las universidades dejan de recibir el subsidio social por los estudiantes que no se matriculen.
Los estudiantes «de largo plazo» aprovechan los descuentos que se conceden a los universitarios en los transportes, espectáculos, comedores, etc. Pero el pago de tasas académicas será suficiente para que no compense matricularse a cambio de esos beneficios. Hay quien, con todo, seguirá «estudiando». Así, según relataba Die Welt (20-IV-2004), en la Universidad de Bochum hay un estudiante de 76.º semestre (38.º año), al que, por ser padre de familia numerosa, le sigue compensando matricularse, al menos dos años más, hasta que su hijo menor cumpla 18 años.
Las tasas en Renania del Norte-Westfalia han tenido un efecto mayor de lo esperado. Tan sólo en la Universidad de Colonia -la mayor de Alemania- son 13.500 los universitarios que se han dado de baja (un 22% de los casi 61.000 estudiantes que tenía antes de introducir las tasas) y se cuentan por miles los que han recurrido contra el pago. Una reducción semejante -18.400 estudiantes menos- ha registrado la escuela de formación profesional superior de la capital renana (Fachhochschule Köln). El Land cuenta con 33 universidades y 488.000 universitarios.
En Austria (8 millones de habitantes) se introdujeron las tasas universitarias (363 euros por semestre) en el semestre de invierno de 2001. En consecuencia, el número de estudiantes bajó un 21% hasta el semestre de verano de 2003 (de 242.598 a 190.977). Ninguna universidad ha sufrido una crisis grave e incluso la Universidad de Economía de Viena, tras una reducción inicial, ha visto aumentar su número de alumnos.
La masificación es una realidad en la universidad alemana. En la facultad de ciencias políticas de la Universidad Humboldt de Berlín, un profesor debe «afrontar» cada semestre 90 exámenes, otras tantas tesinas de licenciatura, un número semejante de trabajos de alumnos, y atender a 26 doctorandos. En la Universidad Libre de la misma ciudad no van las cosas mucho mejor. A la entrada de su instituto de estudios islámicos (Otto-Suhr-Institut) hay un cartel que advierte: «Aquí se está derrumbando todo. A pesar del 11 de septiembre no hay dinero en Alemania para estudios islámicos».
Peter Glotz, portavoz de educación y ciencia de los socialdemócratas alemanes, publicó en 1996 un libro en el que lamentaba la «doble vida» de los dos tercios de universitarios que estudiaban al tiempo que trabajaban: ni podían acceder a un auténtico trabajo, ni estudiaban con entusiasmo. Georg Picht -miembro durante muchos años de la comisión alemana de educación- calificaba de «catástrofe educativa» la decisión, tomada a fines de los años cincuenta en Alemania, de considerar las universidades y escuelas técnicas superiores como un servicio público gratuito.
Santiago Mata