Con su nueva exhortación apostólica, Gaudete et exsultate, fechada el 19 de marzo pasado y hecha pública el 2 de abril, el Papa quiere recordar que, hoy también, todos los cristianos están llamados a ser santos. Francisco se refiere a la santidad ordinaria –a la santidad que llama de la “puerta de al lado”– para mostrar que no es un objetivo inalcanzable o exclusivo de algunos.
Con la ayuda de la gracia, todo cristiano puede vivir con amor y ofrecer “el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”, como se lee en el primer capítulo del documento. Son santos los padres que, con esfuerzo, crían a sus hijos; aquellos que afrontan la enfermedad o el sufrimiento con espíritu cristiano; quienes se compadecen del pobre y del necesitado; los que superan la tentación de la murmuración… A lo largo de toda la exhortación apostólica, el Papa ofrece ejemplos cotidianos y sencillos que muestran las oportunidades que el día a día ofrece para identificarse con Cristo y “construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos”.
El discernimiento permite “entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites”
Para comprender el sentido de la santidad, es necesario concebir la vida como misión. Porque Dios tiene un proyecto para cada uno y la santidad depende de nuestra respuesta a ese plan personal de Dios. El cristiano ha de descubrir cuál es el mensaje que “Dios quiere decir al mundo con tu vida”, y su adecuada disposición espiritual es lo que le permitirá alcanzar la santidad, es decir, llegar a ser “lo que el Padre pensó cuando le creó” y “ser fiel a su propio ser”.
Los enemigos de la santidad
En continuidad con el último documento publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la salvación cristiana, la segunda parte de Gaudete et exsultate denuncia dos “falsificaciones de la santidad”: el gnosticismo y el pelagianismo, tendencias que, cada una a su modo, esclerotizan el dinamismo de la vida cristiana, lo encorsetan y olvida lo esencial.
En el primer caso, el peligro estriba en convertir la fe cristiana en una doctrina abstracta, promoviendo una “espiritualidad desencarnada” que soslaya el misterio y la riqueza del cristianismo. La tentación pelagiana concibe la santidad como fruto del esfuerzo personal y pasa por alto que, como señala la Iglesia, “solamente a partir del don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más”. Es lo que testimonia la vida de los santos. Es más: precisamente nuestra falta de confianza en la gracia es lo que “impide que Dios actúe en nosotros”.
Ese falso camino de santidad se traduce en “una autocomplacencia egocéntrica” que somete la vida de la gracia a las “estructuras humanas” y así fosiliza los impulsos del Espíritu y empobrece la fe y la vida cristiana.
El carnet de identidad del cristiano
Pero ¿cómo se alcanza la santidad? La clave está en las bienaventuranzas: “En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas”. El Papa anima a vivirlas con plenitud, porque la “santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias”.
En el capítulo tercero de Gaudete et exsultate, el Pontífice apunta diversas formas de vivir las bienaventuranzas en nuestro tiempo. Es consciente de que el estilo de vida que propone Jesús contradice las costumbres sociales, lo fácil, cómodo o superficial. Pero recuerda que ellas constituyen el núcleo del mensaje evangélico, el “carnet de identidad” del cristiano.
La pobreza de espíritu nos invita a una existencia austera y despojada, desprendida, con el fin de facilitar la entrada de Dios en nuestro interior. La mansedumbre implica caridad y humildad: cura del engreimiento y revela el tesoro de una actitud comprensiva con la debilidad del prójimo, sanando el afán de superioridad y dominio.
“El testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien”
“Bienaventurados los que lloran”, enseña Jesús. Y el Papa explica que, en un contexto como el actual, obcecado con el placer, se suele ocultar el sufrimiento. La bienaventuranza promete el consuelo de Jesús e invita a compartir el sufrimiento del prójimo. De ese modo, continúa el Papa, se descubre que “la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás”.
La cuarta bienaventuranza nos habla del “hambre y sed de justicia”. Para Francisco, la justicia se materializa diariamente en nuestras decisiones y en nuestro afán por buscar la justicia para los pobres y débiles. Es conocida la importancia que ha dado el Papa a la misericordia en su predicación, de modo que también en este texto, al hilo de la quinta bienaventuranza (“Bienaventurados los misericordiosos”), sostiene que exige tanto ayudar a los otros como perdonarlos y comprenderlos.
El corazón limpio es fruto del compromiso del hombre con la caridad; el ser humano se ensucia cuando deja entrar “en su vida algo que atenta contra el amor”. La búsqueda de la paz se refiere a las guerras y enfrentamientos, pero tampoco quien critica a los demás, quien hace daño a los otros “construye” la paz. El cristiano es un “artesano de la paz” y su deber es sembrarla a su alrededor.
Como la vida cristiana supone “ir a contracorriente”, es frecuente que, en mayor o menor medida, el cristiano sea perseguido. Alude el Papa a los mártires de hoy que entregan su vida por amor a Cristo, pero también a esas otras persecuciones incruentas y más sutiles –las calumnias, el desprestigio o la burla– que resultan de la fidelidad del creyente al mensaje cristiano. Y recuerda que la cruz es “fuente de maduración y santificación”.
Entrega a los demás
Una de las ideas en las que más insiste el Papa en Gaudete et exsultate es que la santidad no puede alcanzarse al margen de la entrega a los demás. “Podríamos pensar –explica– que damos gloria a Dios solo con el culto y la oración, o únicamente cumpliendo algunas normas éticas (…) y olvidamos que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás”. De hecho, una vida espiritual auténtica, afirma, es siempre aquella que transforma la existencia humana a la luz de la misericordia y conduce a un mayor compromiso con el prójimo.
“La vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás”
El santo, pues, tiene una intensa relación con Dios, pero también una ardiente preocupación social. A juicio del Papa, la vida cristiana es una armoniosa integración de estas dos dimensiones. No dar importancia a una de ellas o privilegiarla frente a la otra adulteraría la fe. Un cristiano sin amistad con Jesús convierte la Iglesia en una “ONG”, pero quien por un mal entendido celo espiritual sospecha de la implicación social o elude luchar contra las injusticias del mundo, tampoco es fiel a las exigencias del bautismo.
Como hace en otros lugares de la exhortación, el Pontífice presenta varios modelos de santidad para iluminar la necesaria compatibilidad entre el amor a Dios y a los demás: San Francisco de Sales, san Vicente de Paúl o santa Teresa de Calcuta son ejemplos de que una intensa vida interior redunda en una caridad activa. También en este caso, como hace a menudo, el Papa denuncia alguna de esas situaciones que deberían ser especialmente hirientes para el cristiano: las condiciones de vida de los pobres, de los ancianos o enfermos y, especialmente hoy, las necesidades de los inmigrantes, a quien deberíamos acoger “como a Cristo”.
Cinco grandes manifestaciones de amor a Dios y al prójimo
El capítulo cuarto de la exhortación, bajo el título “Algunas notas de la santidad en la vida actual”, lo dedica el Papa a explicar algunas de las formas más importantes en que se manifiesta la entrega a Dios en el contexto actual y ante los desafíos que la cultura contemporánea presenta a la vida cristiana.
En primer lugar, la paciencia: “El testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien”, escribe. Esa paciencia exige domesticar la agresividad, especialmente la violencia verbal en las redes sociales o los nuevos medios de comunicación, y pacificar nuestra inclinación a la virulencia. Otro de los signos de santidad es la alegría y el sentido del humor, que nacen de la virtud de la esperanza, y que, por su fuente sobrenatural, están por encima de los reveses de la vida y el sufrimiento.
“Solamente a partir del don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más”
Repitiendo otra de las claves de su predicación, señala Francisco que la vida cristiana se caracteriza por la audacia y el atrevimiento evangelizador, la parresía. Es precisamente la confianza en Cristo nacida de la intimidad con Él lo que explica “el coraje apostólico” y obliga al cristiano a salir de sí mismo y lanzarse a las “periferias y fronteras”.
En cuarto lugar, alude a la dimensión comunitaria de la santidad. En la familia, en la parroquia y en cualquier comunidad humana, lo importante es compartir la fe y los compromisos religiosos, superando el individualismo. A la vez, es indispensable un espíritu constante de oración, pues todo santo tiene necesidad de comunicarse con Dios y de alejarse del ruido ambiental, asegurando espacios de soledad e intimidad con el Señor para profundizar en su entrega. En concreto, el Papa recomienda frecuentar los sacramentos, las prácticas de piedad, los sacrificios y la lectura de la Sagrada Escritura.
La vida como combate y discernimiento
En la última parte de la exhortación –“Combate, vigilancia y discernimiento”–, el Papa expone la santidad, en sintonía con la tradición cristiana, como un combate contra las inclinaciones humanas y nuestra fragilidad, pero también contra el maligno. El cristiano debe acudir a Dios para afrontar las “asechanzas del diablo” y no sucumbir a sus tentaciones.
Como afirma al comienzo de esta exhortación, la santidad es ser fiel a los planes de Dios. De ahí que dedique las páginas finales al discernimiento, es decir, “que se ha vuelto particularmente necesario” en un entorno rico en distracciones y en el que nos encontramos expuestos “al zapping constante” y a la sed de novedades.
El discernimiento no es solo imprescindible cuando se trata de tomar una decisión transcendental en la vida. Nos hace falta siempre, pues constituye “un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor”. Es una disposición, fruto de una gracia, que permite “entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites”. En este sentido, supone estar atentos a la palabra de Dios, preparados para escucharle. Y termina el Papa con una petición: “Pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero ‘examen de conciencia’” para descubrir lo que Dios quiere de cada uno.