Diagnóstico y terapia del nihilismo contemporáneo
Un libro de Giovanni Reale, La sabiduría antigua, con el subtítulo «Tratamiento para los males del hombre contemporáneo» (1), plantea una de esas cuestiones claves a las que no se puede dar la espalda: las consecuencias del nihilismo en la cultura de hoy. El remedio que propone -la vuelta a Platón- es interesante pero incompleto. También hacen falta formas nuevas, acordes con el momento cultural actual, para transmitir las verdades de siempre.
En realidad el libro es una inteligente confrontación del pensamiento de Nietzsche con el de Platón, sin duda dos de los filósofos más poderosos de la historia del pensamiento.
Platón sigue teniendo discípulos hasta hoy -y durante veinticuatro siglos no le han faltado-, quizá porque vio y enseñó que, por encima del mundo de lo sensible, hay un mundo verdadero, el de las ideas, presidido por el Bien en sí, que coincide con lo Bello y con lo Verdadero. «Lo ideal» es una expresión de origen platónico. Y es platónico el consejo de que compensa esforzarse por el ideal, que es la patria definitiva del alma inmortal. (Platón es mucho más, lleno de matices y de detalles, pero lo esencial es eso).
Profeta del nihilismo
Nietzsche, por razones complejas, es el filósofo anti-platónico por excelencia. Pero su posición deriva también de la situación a la que había llegado la filosofía racionalista alemana, desde Kant en adelante. A Nietzsche le repugna que haya algo previo a la experiencia humana de la voluntad de poder (al Superhombre): «Si hubiera dioses -escribió-, ¿cómo soportaría yo no ser Dios?». O, en otra ocasión: «Esta vida, [es] tu vida eterna».
En uno de sus fragmentos póstumos dice: «El hombre moderno cree experimentalmente a veces en este, a veces en aquel valor, para abandonarlo después. El círculo de los valores superados y abandonados es siempre muy vasto. Constantemente se aprecia con mayor nitidez el vacío y la pobreza de valores. El movimiento es incontenible (…). Ésta que les cuento es la historia de los dos próximos siglos».
Nietzsche murió en 1900, aunque había perdido la razón, aquejado de una grave enfermedad mental, en 1891. Muchos comentaristas están de acuerdo en que, de un modo o de otro, Nietzsche anticipó los horrores, físicos y mentales, que se iban a dar en el siglo XX.
En el libro de Giovanni Reale, Nietzsche sirve de anunciador y también de cómplice de ese nihilismo que, sin necesidad de llamarse así, parece estar en la raíz de los males contemporáneos.
El malestar contemporáneo
Esos fenómenos son resumidos por Reale en una lista, quizá incompleta y a la vez paradójicamente redundante, pero que puede servir de orientación:
– Cientifismo y tecnologización de la razón humana.
– Absolutización de la ideología y olvido del ideal de la verdad.
– Pragmatismo, con exaltación de la acción y olvido de la contemplación.
– Bienestar material como sucedáneo de la felicidad.
– Difusión de la violencia.
– Pérdida del sentido de la forma.
– Reducción del eros a su dimensión física.
– Individualismo llevado al extremo.
– Pérdida del sentido del cosmos y de la finalidad.
– Materialismo y consecuente olvido del ser.
En torno a estos enunciados se mueven casi todos los temas filosóficos tradicionales y que esos males significan, antes que nada, un rechazo de la metafísica, es decir, el rechazo de la existencia de realidades no tangibles, no «contantes».
Dos mensajes de Platón
En el planteamiento de la metafísica realista, en la línea que, con diferencias, va de Platón y Aristóteles hasta hoy, pasando, entre otros muchos, pero principalmente, por San Agustín y Santo Tomás de Aquino, los remedios para esos males son claros: el valor de la verdad, la primacía de la contemplación, el verdadero sentido de la felicidad, el valor de la paz, el sentido de la belleza, la verdadera dimensión del amor, el sentido del fin, y, en definitiva, la vuelta al ser sobre el parecer y sobre el tener.
Reale termina el libro con un epílogo que incluye «dos mensajes de Platón para los hombres de todas las épocas». Uno, de «conversión», es decir, de «volverse desde las puras apariencias a la Verdad. O bien, desligarse de aquellas cosas que encadenan a la dimensión sensible y girarse hacia lo suprasensible». El otro mensaje, la «oración» del filósofo, tal como se puede leer en un pasaje del diálogo Fedro. Una oración en la que se pide: poseer la belleza espiritual, saber subordinar lo exterior a lo interior, reconocer en la sabiduría la verdadera riqueza y tratar de obtenerla en su justa medida.
Otra conclusión: «Mientras el hombre de hoy piensa y trabaja para el hic y para el nunc (para el aquí y el ahora), el hombre antiguo -artista o filósofo- trataba de pensar y de trabajar para siempre, y, por este motivo, su mensaje vale también para el hombre de hoy».
La dimensión religiosa
Este giro final, en el ámbito de una religiosidad natural, como era sin duda la de Platón, se prestaría a las más típicas críticas de un nietzscheano. En efecto, Nietzsche consideraba el cristianismo «como un platonismo explicado al pueblo». Ahora bien: un nietzscheano podría referirse a la postura de Reale (y a otras semejantes) «como un cristianismo explicado a los filósofos», un cristianismo sin la dimensión sobrenatural.
Es claro que las soluciones filosófico-naturales que propone Reale, apoyado en la sabiduría antigua (en una parte de la sabiduría antigua, pues también había entonces empiristas, relativistas y materialistas), son recogidas y elevadas a otra dimensión en el cristianismo: el mundo creado por Dios; el hombre, inteligente y libre, a semejanza de Dios; Dios como verdad, vida, belleza, amor y objeto de la contemplación, en lo que consiste la felicidad; la caridad como fuente de paz y de rechazo de la violencia.
En otras palabras, los males contemporáneos pueden verse también como consecuencia de la increencia y, más en concreto, de la descristianización. Baste hacer referencia, por ejemplo, al empeño del Papa actual por una recristianización, una nueva evangelización. La evangelización es la transmisión, a la vez para la inteligencia y para la voluntad y el corazón -fe, esperanza, caridad-, de esas verdades que dan sentido a la vida del hombre.
El problema de los modos
Pero quizá el aspecto más débil del intento de Giovanni Reale en este libro -una muestra más de acercamientos semejantes a los problemas de hoy- es el olvido de los modos concretos, culturales, que haría falta pensar y difundir para un avance nuevo en las verdades perennes. O, dicho en otras palabras: falta en estos planteamientos una visión histórica.
No basta decir: «Contra los males del nihilismo y del racionalismo, volver a la sabiduría antigua de la primacía de la verdad y de lo espiritual». Y no basta porque la historia, por su misma naturaleza, nunca se repite. Las formas culturales del racionalismo, del pragmatismo, del cientifismo, de la tecnologización de la sociedad han arraigado en estilos de vida, en costumbres y en modos de comportamiento que son hoy día casi generales y afectan también a personas que, por ejemplo, por su fe religiosa, no comparten los planteamientos iniciales.
En parte, esto es inevitable. Piénsese en los avances tecnológicos y, más en concreto, en medios como la televisión y, cada vez con mayor fuerza, en la universalización de las comunicaciones, también entre privados, del estilo de Internet (una realidad que está sólo en sus inicios). Son medios, con la novedad que en su día tuvo el libro, la radio u otros semejantes.
Son los modos de vida y de relación creados por estos medios los que hay que utilizar, junto a los más antiguos y no obsoletos, para difundir unos modos y enfoques culturales que estén en consonancia actual con las verdades perennes. Pero esto quiere decir, probablemente, que hay que inventar formas nuevas, históricas, para transmitir esas verdades.
Los consejos platónicos del libro de Reale no dicen mucho a la gente de hoy, y quizá de un modo especial resultan ininteligibles para una gran parte de los jóvenes, como pueden comprobar los profesores, en esa especie de laboratorio social que son los primeros cursos de la universidad. Y se explica: desde hace generaciones las formas de pensar, los métodos, las vivencias, el lenguaje están muy lejos de la cultura clásica griega. La misma noción de contemplación, por ejemplo, en su forma tradicional, queda lejana, ajena y abstrusa. Lo cual no quiere decir que haya que renunciar a la contemplación; quiere decir que hay que intentar encontrar enfoques históricos, de hoy, para llegar a ella. En una época en la que el bricolage (la primacía del hacer técnico) no es sólo una forma de entretenimiento en casa sino casi una filosofía inconsciente de la vida, lo teórico tiene que re-inventarse.
Lo que traen los tiempos
San Agustín, en La Ciudad de Dios, al tratar de explicar por qué en la Biblia parecen, en tiempos antiguos, justificarse comportamientos que en el cristianismo no serían admitidos (como, por ejemplo, que algunos patriarcas tuvieran varias mujeres), escribe que eran cosas permitidas por Dios en otros tiempos, porque los tiempos «no en vano son tiempos».
Hay realidades traídas por los tiempos y justificadas casi completamente entre los que viven en esos tiempos. La Inquisición no fue, en su tiempo, un fenómeno tan negativo como ha aparecido después. Gente muy sabia, así como el pueblo en general, ha tomado como normal, en muchos tiempos, la esclavitud. Hoy, en estos tiempos, muchos consideran un derecho algo tan, por lo menos, problemático como un aborto provocado. En tiempos pasados, la jerarquía social, los privilegios, se consideraban naturales, incluso por los no privilegiados.
Los tiempos traen de todo, bueno, malo, indiferente, pero con la característica común de «entrar» fácilmente en las mentes y en las conductas. No se trata de simple moda. La moda es un fenómeno menor y menos duradero que estos modelos traídos por el tiempo. En ellos y desde ellos hay que moverse si se quiere re-inventar las verdades y las virtudes que por otro lado, en sí, tienen un valor perenne.
Un caso: el voluntariado
Para que estas reflexiones no parezcan tan «teóricas» como la posición del libro que aquí se critica, aconsejo que se advierta cómo ha crecido, precisamente en estos tiempos, el fenómeno del voluntariado social. Es algo humano y puede pensarse que está ahí desde el principio. Casi todas las religiones lo han puesto como precepto o al menos como consejo. En el cristianismo, en concreto, es una consecuencia inmediata de la ley central, la del amor.
Es nuevo, sin embargo, que en una época considerada pragmática, materialista y tecnologizada, crezca el número y la calidad de las personas que ayudan a los demás con acciones prácticas y no pragmáticas; materiales, pero no materialistas; técnicas, pero no despersonalizadas. Es decir, de algún modo la actual forma de ayuda al otro tiene algo que ver, por contraste y como respuesta, con los aspectos peores de estos tiempos. Nadie, por ejemplo, criticará que se use Internet para encontrar voluntarios que ayuden en un centro para niños subnormales, por más que la misma red se haya usado para buscar clientes de prostitución infantil.
Y tampoco sería de extrañar que el voluntariado fuera, sobre todo, temporal, porque estamos en los tiempos del «trabajo temporal», de los cambios de profesión.
Es probable que el bagaje teórico, indispensable siempre en una completa formación humana, tenga que venir hoy de la mano de acciones, de comportamientos, de elección de un estilo de vida. Aunque parece que el esquema «primero, lo teórico; después, lo práctico» es teóricamente el más correcto, en la realidad puede darse el camino inverso y eso es lo que parece que están trayendo estos tiempos.
Una visión más positiva
Nietzsche aborrecía la humildad, la caridad, la misericordia, la solidaridad: para él, eran cosas propias de una «moral de esclavos». La clarividencia de Nietzsche, su inteligencia afilada, su pensamiento cortante eran compatibles con la dureza de corazón. Él era partidario de una «moral de señores», que afirmara la vida, el poder, lo superior, sin debilidades, sin enfermedades. Cuando Cristo dice que «quien ama su vida la perderá», Nietzsche se subleva: «¡Dios, degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar de ser su transfiguración y su eterno sí!». Nietzsche ignora que Cristo es el que muere y el que resucita, un sí eterno.
Es probable que sea propia de estos tiempos una visión del hombre más positiva, más optimista, más clara que la que han dado en los últimos siglos tanto algunos filósofos como algunos maestros de moral y de religión. Mientras el mundo iba por otro lado, ha continuado vigente un puritanismo que en el cristianismo no tiene gran arraigo, y es un fenómeno que arranca de finales del XVII. Para intentar por lo menos contrastar algunos de los males de estos tiempos, hay que dejar a un lado formas históricas que ya cumplieron su ciclo.
En un ambiente más clarificado, la sabiduría antigua, en toda su complejidad, volverá quizá a descubrirse. Por eso nunca están de más libros como éste de Giovanni Reale, a pesar de estar escrito un poco a desfase de este tiempo.
Rafael Gómez Pérez_________________________(1) Giovanni Reale. La sabiduría antigua. Herder. Barcelona (1996). 255 págs. 2.800 ptas. T. o.: Saggezza antica. Raffaello Cortina Editore. Milán (1995).