La brecha entre la experiencia de millones de católicos que encuentran en la Iglesia un hogar acogedor y la percepción distorsionada que la opinión pública tiene de ella, lleva al periodista estadounidense John Allen a contrastar ambas visiones. Lo hace al hilo de las conversaciones que mantuvo con el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York. El libro se acaba de traducir al castellano.
John L. Allen, Jr. ha trabajado como corresponsal en el Vaticano para importantes medios norteamericanos. Actualmente escribe para el Boston Globe y dirige su revista de información religiosa, Crux. Su estilo incisivo le ha llevado a querer informar rigurosamente sobre algunas de las controversias que han rodeado a la Iglesia católica en Estados Unidos en estos últimos años.
A People of Hope
John L. Allen
Palabra.
Madrid (2015).
320 págs.
17,50 €.
Traducción: José Gabriel Rodríguez Pazos.
Allen reconoce que este empeño por cubrir las polémicas provocadas por unos pocos no hace justicia a lo que él experimenta como católico: “Probablemente, mi mayor frustración profesional es que la Iglesia católica que yo he llegado a conocer desde dentro (…) rara vez queda reflejada en mi trabajo periodístico”.
La frustración de Allen podrían compartirla fácilmente los 67 millones de estadounidenses que se declaran católicos (de ellos, una cuarta parte va a misa todas las semanas) y que, “a pesar de los pesares, todavía creen que la Iglesia es su hogar espiritual”.
Un testimonio creíble de esperanza
En el libro Un pueblo de esperanza, publicado en 2012 en EE.UU., Allen sigue con la cantinela de las controversias: la crisis de los abusos sexuales; el lugar de las mujeres en la Iglesia; las tensiones de los obispos estadounidenses con la administración Obama… Pero esta vez deja la voz cantante al cardenal Dolan, a quien considera el portavoz más representativo de la Iglesia católica en EE.UU. y uno de los mejores exponentes de esa forma de presentar el cristianismo que Allen llama ortodoxia afirmativa.
“La Iglesia católica reafirma, fortalece e impulsa todo lo más noble, bello y sagrado que hay en el proyecto humano”
El periodista del Boston Globe usa esa expresión para describir un estilo de catolicismo que manifiesta del modo más positivo posible los elementos nucleares de la fe católica, de forma que su mensaje “se perciba más como un sí que como un no”. La elección de ese enfoque no responde a una estrategia de marketing, sino al convencimiento de que es el que mejor refleja la verdad del cristianismo.
Más que conocer a fondo al personaje, a Allen le interesa ver cómo afronta la ortodoxia afirmativa algunas de las objeciones contra la Iglesia que hoy plantean las sociedades secularizadas.
Creer y vivir en positivo
Allen empezó a hablar de la ortodoxia afirmativa durante el pontificado de Benedicto XVI. Tras su elección como Papa en abril de 2005, las expectativas de quienes le caricaturizaban como el “rottweiler de Dios” apuntaban a un magisterio de línea dura. Pero desde su primera encíclica, titulada Deus caritas est (Dios es amor), demostró que su principal preocupación parecía ser “la reintroducción sistemática de los sillares con que se edifica la ortodoxia, intentando quitar el polvo de siglos de controversias (…), a fin de que se vean las ideas positivas que hay debajo”.
Si Benedicto XVI es quien mejor representa la ortodoxia afirmativa desde el punto de vista intelectual, opina Allen, el cardenal Dolan es quien mejor ha logrado hacer visible ese estilo en la plaza pública, convirtiéndose en “la nueva cara amable de la Iglesia de Estados Unidos en los medios de comunicación”.
Mientras que en Benedicto XVI la ortodoxia afirmativa “parece el resultado de una reflexión consciente”, en Dolan “parece más una cuestión de instinto personal y de temperamento. Dicho de otro modo, no tiene que pensar sobre ello, porque su experiencia vital le ha llevado a ver el catolicismo fundamentalmente en términos de aventura, romance y compañerismo”.
Hay que tener en cuenta que el libro de Allen se publicó antes del “efecto Francisco”. Gracias a los gestos y a las palabras del actual pontífice, hoy la opinión pública está más familiarizada con la visión de una Iglesia acogedora. El estilo de Francisco conecta con ese empeño de presentar al cristianismo como un gran sí. Cuando Dolan afirma que la Iglesia no es “una especie de club social para la élite”, sino “un hospital para pecadores”, es fácil acordarse de la imagen de la Iglesia como “un hospital de campaña”, empleada por Francisco.
La visión católica de la vida
Una idea central de la ortodoxia afirmativa es que “la Iglesia católica reafirma, fortalece e impulsa todo lo más noble, bello y sagrado que hay en el proyecto humano”, sostiene Dolan. La Iglesia dice sí a los deseos del corazón humano. Y “solo cuando el sí de la humanidad está amenazado, dice la Iglesia no, para proteger el sí”.
Para Allen, el cardenal Dolan es “la nueva cara amable de la Iglesia de Estados Unidos en los medios de comunicación”
Inspirado en unas meditaciones del padre George Rutler, a Dolan le gusta explicar la misión de la Iglesia como un “tremendo y bello acto de restauración”. La Iglesia continúa la obra redentora de Cristo, y aspira a devolver al mundo parte de la felicidad y de la paz que reinaban en el jardín del Edén antes del pecado original.
“En cualquier aspecto de nuestra cultura o de nuestra sociedad que contribuya a restaurar la belleza de la vida humana –sea la educación, la reforma cívica, el servicio público, la promoción de actividades para la comunidad– puedes estar seguro de que la Iglesia se va a remangar y va a estar ahí”.
Los sábados por la mañana, cada dos semanas, Dolan va a una parroquia de franciscanos para confesarse. Y allí, explica, es cuando experimenta de forma más intensa a la Iglesia: “Veo a los indigentes que están esperando a que abra el comedor social; veo a la mamá que enciende una vela y reza una oración con su niña; veo dentro de la iglesia a docenas de fieles rezando en silencio ante el Santísimo expuesto; veo a una pareja de jóvenes que sale del salón parroquial donde han tenido los cursillos prematrimoniales; en la capilla de Nuestra Señora hay una anciana llorando; en una esquina está la mesa para dejar ropa de bebé para embarazadas con dificultades… Y aquí estoy yo, un pecador a la cola con otros pecadores, esperando para tomarle a Jesús la palabra y que me acoja y me perdone”.
Una Iglesia con las puertas abiertas
Allen no es nada complaciente con Dolan: ni en las preguntas que le hace –duras, directas– ni en el retrato que de él ofrece. Pero no tiene inconveniente en reconocer que se encuentra ante “un hombre bueno: un ser humano con sus defectos, pero con una sincera preocupación por los demás y deseoso de salirse de su pellejo para considerar las cosas desde el punto de vista del otro”.
“En una época de comunidades valladas”, Dolan es “un constructor de puentes”. Su carácter afable y campechano ayuda. Lo mismo que su especialización en Historia de la Iglesia, una disciplina que le da perspectiva ante los problemas cotidianos y le hace sensible a los matices.
Pero hay mucho más. Dolan está convencido de que el diálogo es mucho mejor que los portazos: “Yo crecí en un ambiente –explica– en el que uno consideraba que no hay demasiadas cosas en esta vida que no se pueden resolver o, al menos, suavizar, con un par de cervezas y una hamburguesa con queso en el jardín de tu casa”.
“En cualquier aspecto de nuestra cultura o de nuestra sociedad que contribuya a restaurar la belleza de la vida puedes estar seguro de que la Iglesia se va a remangar y va a estar ahí”
Se declara “fan número uno del diálogo”, y lamenta que algunos vean esa apertura como una amenaza a la identidad católica. De hecho, para él, la identidad y la acogida van juntas: es la caridad cristiana la que le lleva a buscar el equilibrio entre ambas. Su mentalidad es la de “mantener la puerta de la Iglesia lo más abierta posible”, lo cual no excluye la firmeza cuando es necesaria.
Acercarse a los heridos
Otro aspecto que hace creíble su voluntad de tender puentes son los numerosos encuentros que mantiene con personas que han tenido una experiencia negativa de la Iglesia, como las víctimas de los abusos de menores cometidos por sacerdotes (cfr. Aceprensa, 10-03-2004). Dolan define aquel escándalo como “la mayor crisis a la que se ha enfrentado nunca la Iglesia católica en los Estados Unidos”.
En junio de 2001, Dolan es nombrado obispo auxiliar de la ciudad de San Luis, donde recibe el encargo de lidiar con las primeras revelaciones de los abusos (la mayoría se referían a casos de hace décadas). Un año después, en pleno auge de la crisis, es nombrado arzobispo de Milwaukee, “probablemente el cargo más delicado de la Iglesia americana”, según Allen. Allí se reúne con las víctimas para escuchar sus historias, y poco a poco va llevando seguridad y confianza a una Iglesia herida.
Desde el punto de vista histórico, para Dolan “el problema fue la inmoralidad y el pecado de los curas acosadores”, un poco más del 4% del total de sacerdotes activos entre 1950-2002. Sostiene que en todos los casos que le tocó revisar, los obispos habían tomado las medidas que juzgaron serias de acuerdo a la mentalidad de la época. Lo trágico es que lo que entonces se entendía –dentro y fuera de la Iglesia– por tomárselo en serio, hoy día resulta insuficiente.
“Lo que fue un tremendo error fue permitir que algunos [sacerdotes acosadores] volvieran a ejercer su ministerio, incluso en aquellos casos en que los ‘expertos’ [se refiere a los psicólogos y psiquiatras a los que consultaron los obispos] consideraban que podían hacerlo sin peligro alguno”.
Esto contrasta con la actual política de “tolerancia cero”, instaurada en 2002 por los obispos estadounidenses, por la que se aparta definitivamente del ministerio a los sacerdotes en cuanto hay una sola acusación creíble.
Un pueblo de esperanza
Dolan concluye sus reflexiones pidiendo una “nueva apologética” de la esperanza, que pasa por reafirmar la fe en que “la Iglesia es la encarnación (…), la presencia visible de Jesucristo en el mundo de hoy”.
“La esperanza debe provenir de la fe. La fe tiene que formar parte de ella. El motivo por el que soy un hombre de esperanza, el motivo por el que la Iglesia es un pueblo de esperanza, es precisamente, la fe. Mi fe me dice que hay un Dios que nos ama, que nos sostiene en la palma de su mano, que nos envía a su Hijo unigénito para salvarnos y para prometernos la eternidad, que nos ha asegurado que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos (…)”.
Este acto de fe le ha mantenido firme ante la constatación de “las heridas de la Iglesia”, que le llevan a mirar a aquel que las cura. “Del mismo modo que la mayoría de la gente no percibía la divinidad de Jesús por su condición humana, así la mayoría de la gente no percibe a Jesús en la Iglesia por nuestra terrenidad, por nuestra tosquedad, por nuestro pecado, por nuestra torpeza. Pero es así como Jesús continúa irradiando su gracia y su misericordia a través de la Iglesia. Hoy hay que dar el salto de la fe”, desde la convicción de que “Dios cuida de su Iglesia”.
Es la visión de fe que observa en el pueblo cristiano cuando, a pesar de todo, sigue creyendo en el origen divino de la Iglesia. ¿Cómo se explica que el Miércoles de Ceniza pasen por la catedral de San Patricio cerca de 50.000 personas? “Una interpretación mundana –dice Dolan– se mofaría de esos autómatas chalados que, una vez al año, tienen la extraña costumbre de ir a la iglesia a que les marquen con ceniza”.
“Sabemos que no es así. Sabemos que, en algún lugar de lo profundo de su ser, la gente está diciendo: ‘Vuelvo a coger la mano de mi madre para cruzar la calle, porque va a cuidar de mí y me va a llevar al otro lado sano y salvo’”.