En una entrevista publicada en The Catholic World Report (marzo 2002), el Dr. Richard Cross, laico casado, doctor en Psicología por la Universidad de Indiana, que ha practicado esta profesión durante 13 años, explica algunos conocimientos sobre la tendencia a la pederastia y saca consecuencias sobre la formación del clero. Sus comentarios vienen a propósito de los casos descubiertos entre sacerdotes de Estados Unidos (ver Aceprensa 42/02).
«Quizá los mejores datos sobre la materia, resumidos en el compendio de 1994 del National Opinion Research Center, muestran que la forma más frecuente de pedofilia es la de hombres que abusan de niñas. La segunda es la de una chica mayor o una mujer que abusa de niños. Luego está la tercera forma, que es la que está apareciendo en la prensa últimamente: el pederasta, el varón adulto que abusa de un chico (este puede ser un impúber o un preadolescente). De los tres tipos, el más difícil de tratar es el tercero: el pederasta, el hombre con orientación homosexual que abusa de niños».
¿Es más probable que este tercer tipo de desorden vaya unido a la creciente aceptación de la homosexualidad en nuestra cultura?, le preguntan. Cross matiza que, según las estadísticas, «el abuso por parte de heterosexuales es más común que el abuso por parte de homosexuales o pederastia. Sin embargo, el porcentaje de heterosexuales que abusan es mucho menor que el de los homosexuales que lo hacen. Cerca de un tercio de homosexuales tienen tendencias pederastas. Por eso, si (y subrayo el si) hubiera un número relativamente amplio de homosexuales entre el clero, cabría esperar un nivel anormalmente elevado de conducta pederasta en el conjunto de los sacerdotes».
Cross opina que el problema de la pederastia en la Iglesia católica de EE.UU. indica que otras cosas han ido mal. «Un aspecto clave es que el proceso de selección de los candidatos al clero funciona mal, de modo que se ha permitido que entren en el seminario personas que desde el principio eran problemáticas».
Además, existe el problema de «una estructura administrativa que permite que estas cosas se enconen durante largo tiempo». Los obispos han tendido a ayudar a los sacerdotes con estas tendencias mediante tratamientos psicológicos y han confiado en las evaluaciones que hacían los expertos. ¿Pero la perspectiva psicológica es suficiente? Cross piensa que «algunos de estos problemas tienen que ser considerados como espirituales en el sentido tradicional del término, además de ser psicológicos, en el sentido moderno del término. Pienso que los obispos se han fiado demasiado de los psicólogos. No es que no debieran recurrir a ellos, pero no deberían pensar que solo los psicólogos son capaces de penetrar en el alma humana para abordar este tipo de problemas».
«Los psicólogos saben bastante sobre qué ocurre en ciertos tipos de alteraciones, y han tenido bastante éxito al tratar algunas de ellas. Pero han sido poco efectivos para tratar trastornos de personalidad. Y es precisamente en las cuestiones de trastornos de personalidad donde la Iglesia tiene una comprensión mejor, en su propia tradición. Los trastornos de personalidad son fundamentalmente desórdenes morales, con problemas psicológicos añadidos».
«Por lo que yo sé respecto a estos casos de pederastia, algunos de los equipos que han estado tratando o diagnosticando a sacerdotes estaban completamente imbuidos de una concepción que tiende a prescindir de la parte de la existencia humana que trasciende el mundo sensible». En estas condiciones, «el consejo que podían proporcionar a un obispo era singularmente malo». «Si los psicólogos están influidos por este tipo de pensamiento, y a su vez están influyendo en hombres cuyas vidas se supone que se dirigen hacia el orden espiritual, era inevitable un choque de culturas».
Por otro lado, The Economist (6 abril 2002) puntualiza que «la Iglesia católica no es la única institución que debe afrontar abusos sexuales contra niños».
«Ahora que salen a la luz casos de abusos de menores en la Iglesia católica, es preciso alumbrar también algunos otros rincones». Los pederastas van adonde están los niños: escuelas, equipos deportivos, grupos scout, guarderías…, como señala Ernie Allen, presidente del National Center for Missing and Exploited Children. The Economist cita también a Charol Shakeshaft, que próximamente publicará un libro sobre abusos de menores en las escuelas: dice que en Estados Unidos el 15% de los alumnos sufren abusos, por parte de profesores o personal de otro tipo, en algún momento de su vida escolar, y que el 5% de los profesores abusan de sus alumnos.
En el caso de la Iglesia católica, ha provocado estupor saber que muchas veces los superiores no aplicaron las medidas necesarias: no prestaron atención a los indicios o se limitaron a trasladar a los sacerdotes culpables de un destino a otro. Por desgracia, señala The Economist, eso mismo es lo que suelen hacer otras instituciones. Así sucedió, por ejemplo, con un rabino que este mes ha comparecido ante un tribunal de New Jersey, acusado de abusos contra dos alumnas de una escuela judía, donde él era director. También se pide cuentas a los superiores, porque ya antes, cuando el rabino era responsable de una sinagoga para jóvenes, había pruebas de que abusaba de chicas, y aquellos no hicieron nada.
En particular, la táctica de mirar a otro lado es común en las escuelas. «Se manda al culpable a otro sitio, sin otra cosa que alabanzas en el expediente personal. Tales casos son tan frecuentes, que los profesores han acuñado el término pasar la basura [a otro] para referirse a este método. Un estudio, realizado en 1995, de 225 casos de abusos de alumnos por parte de profesores o personal no docente descubrió que solo en el 1% de los casos el superintendente del distrito escolar inició gestiones para expulsar de la profesión al culpable». Solo desde hace poco, «padres y víctimas han empezado a ganar querellas contra escuelas que no despidieron a profesores con antecedentes de abusos o, sabiendo que los cometían, se deshicieron de ellos mandándolos a otra parte. Aun así, se sigue pasando mucha basura».
¿Por qué tanta resistencia a reconocer el problema? Estos pederastas, apunta The Economist, tienen contacto con niños por motivos legítimos, y además suelen destacar por su dedicación a ellos, de modo que gozan de la confianza de padres y superiores. Un experto que trabajó para el FBI recuerda un caso reciente, de un profesor condenado por abusar de alumnos: veinte colegas testificaron en el juicio a favor de él. Además, rara vez las víctimas denuncian los abusos, y durante mucho tiempo a los responsables de la institución solo llegan rumores, a los que tienden a no hacer caso. Por todo ello, las autoridades de las instituciones que trabajan con menores tienen que aprender a identificar los indicios. Los padres, por su parte, deben tener presente que «el problema de adultos que se aprovechan de puestos de confianza y autoridad para abusar de menores no está confinado a la Iglesia católica».