Albert Shanker, presidente de la Federación Americana de Profesores -sindicato que cuenta 875.000 afiliados-, encabeza una campaña en favor de que se exija más disciplina en las escuelas públicas de Estados Unidos. Su mensaje, recogido por William Raspberry en International Herald Tribune (4-IX-95), supone un cambio notable con respecto a las demandas tradicionales de los profesores.
Albert Shanker no escatimará esfuerzos para renovar, reforzar y reorganizar nuestras escuelas. Seguirá estando con los que piden más financiación, así como mejor formación y sueldos más altos para los profesores. Pero cree que todo eso no tiene mucho que ver con las causas de que nuestros hijos aprendan tan poco. ¿Y dónde está el fallo? En el relajamiento de la disciplina.
Tal vez no es esa la respuesta que cabía esperar del presidente de la Federación Americana de Profesores (…) Pero Shanker piensa que es la respuesta acertada, y cree también que, si no afrontamos el problema de la disciplina, las otras medidas serán vanas.
«Gran parte de lo que se está viendo en la enseñanza en este país -incluido el movimiento en favor de la elección de escuela, de los centros autónomos [charter schools] y del cheque escolar [ver servicios 116/94 y 176/94]- refleja la frustración de la gente ante la incapacidad de los poderes públicos para conseguir esas cosas básicas que todo el mundo sabe que deben hacerse, como mantener la disciplina», ha dicho recientemente.
«Los padres quieren para sus hijos colegios donde estén seguros y en los que no haya tantos desórdenes que los chicos no puedan aprender. Y si no somos capaces de proporcionarles tales escuelas, dicen: ‘Denme la oportunidad de llevar a mis hijos a otro sitio’. En esto consiste principalmente el movimiento a favor de la elección de escuela».
Entonces, ¿qué ha pasado con la disciplina? ¿De dónde viene tanta violencia? (…) «En nuestras escuelas hay mucho más desorden del que debería haber, porque se tolera -explica Shanker-. Un chico de secundaria se pasa de la raya -por ejemplo, insulta al profesor, o arroja algo a un compañero-, y no ocurre nada. Llega el recreo, y provoca a los compañeros, diciéndoles qué valiente es él y qué gallinas son ellos. Un chico, y luego otro, responden a la provocación, y en un momento tenemos una clase totalmente incontrolable».
Lo mismo ocurre con los chicos mayores. «Si ven que el colegio no toma medidas serias cuando uno va a clase con una pistola, pronto habrá otros chicos harán lo mismo… para defenderse, por supuesto. Eso, al principio. Luego usarán las armas para intimidar, y para cosas peores. Una vez más, el resultado es un colegio ingobernable».
(…) Pero casi tan grave como la violencia descarada es la frecuencia creciente de desórdenes importantes. «Al menos, en los peores casos de violencia, se puede expulsar a un alumno. Pero, cuando se trata ‘sólo’ de faltas de disciplina, los profesores se ven forzados a concentrarse en un alumno o dos, y descuidar al resto».
Shanker, cuyo sindicato ha iniciado una campaña para restaurar el orden en las escuelas, reconoce que la disciplina «no es la única pieza» del rompecabezas del fracaso escolar, pero es una pieza esencial.
Es también lo único que los colegios privados son libres de exigir, y esta -explica Sanker- es una de las razones del creciente interés por las escuelas no públicas.