“Laudate Deum”: nuevos argumentos para combatir el cambio climático

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“Laudate Deum”: nuevos argumentos para combatir el cambio climático

Seguramente a muchos habrá sorprendido que el Papa Francisco vuelva a dedicar un documento de alto rango en el Magisterio pontificio, la exhortación apostólica Laudate Deum, a la cuestión ambiental. Parece que no se convencieron de que el asunto era más relevante de lo que ellos pensaban. Esperemos que con este nuevo texto, quede más claro todavía que el Papa tiene, y quiere transmitirnos, “una sentida preocupación” por el cuidado de la casa común.

El nuevo texto de Francisco sigue un esquema similar a la encíclica Laudato si, publicada hace ocho años, incluyendo el estado de la cuestión, las raíces del problema y la necesidad de abordar compromisos más efectivos para solucionarlo, enlazando finalmente con las motivaciones espirituales que sustentan un acercamiento católico a la “cuestión ambiental”.

Sin embargo, hay dos elementos nuevos: por un lado, que se centre –casi exclusivamente– en el cambio climático (CC) y, por otro, que incluya, creo que por vez primera en un documento pontificio, varias citas extraídas de referencias científicas. La orientación climática del documento la justifica por la gravedad del problema, el impacto global que genera y el momento en el que se presenta, pocas semanas antes de iniciarse una nueva cumbre del tratado de cambio climático de la ONU, a celebrar en Dubái en el mes de noviembre, para el que Francisco propone a los gobiernos acuerdos vinculantes y eficaces: “Necesitamos superar la lógica de aparecer como seres sensibles y al mismo tiempo no tener la valentía de producir cambios sustanciales” (Laudate Deum, 56).

El segundo aspecto, que fundamenta la primera sección del documento (“La crisis climática global”) llamará la atención a algunos, a los más escépticos, por incluir varias citas del informe más reciente del Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC), en donde se presentaron múltiples evidencias científicas de lo que está pasando en nuestro planeta. Obviamente, la existencia del CC y su origen antrópico no es una cuestión de fe, pero parece razonable que el Papa recoja la mejor ciencia que hay disponible sobre esta cuestión, sin entrar en polémicas estériles. Es importante recordar que el IPCC no genera su propia ciencia, sino que recoge en sus informes la que se publica en las revistas especialidades en las diversas cuestiones que analiza, sintetizando la ingente información que tenemos disponible. Baste indicar que en el vol. 1 de los tres que componen el último informe, dedicado a las bases físicas del CC, se incluyen más de 14.000 referencias de artículos publicados en revistas científicas, en un volumen de síntesis que cubre casi 4.000 páginas.

Polémicas

De esta primera sección el Papa concluye: “Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes” (Laudate Deum, 5), y recuerda que los que más sufren sus consecuencias negativas son los pueblos más vulnerables. Lamenta el Papa escepticismo que todavía se mantiene en algunos ambientes: “Me veo obligado a hacer estas precisiones, que pueden parecer obvias, debido a ciertas opiniones despectivas y poco racionales que encuentro incluso dentro de la Iglesia católica” (Laudate Deum, 14). El ruido mediático que se sigue manteniendo en torno al CC es sin duda uno de los principales obstáculos para que tomemos las medidas necesarias que permitan mitigar el problema (1). Como ya ocurriera con otros temas de impacto social –por ejemplo, la legislación antitabaco (2)–, las medidas se retrasan o se minimizan por una supuesta polémica científica que es más mediática que real.

Afrontar el cambio climático no es una cuestión de fe, sino de confianza en la mejor ciencia disponible y, sobre todo, de caridad con los más pobres

Ninguno de los centros de predicción meteorológica mundial es escéptico con el CC., y aunque, como en toda cuestión científica, hay incertidumbres, aspectos que todavía no conocemos bien, la inmensa mayoría de los científicos aceptan lo sustancial de la narrativa sobre CC. Desde luego, no hay dudas científicas sobre el incremento de las temperaturas globales, ni sobre los impactos que ya está teniendo en el sistema terrestre; tampoco sobre el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que siguen creciendo pese a la ratificación del Acuerdo de Paris, hace ahora ocho años. Tampoco se duda en esencia sobre el papel protagonista que estas emisiones tienen en ese calentamiento.

Parece obvio recordar que el CO2 no es un gas contaminante, es un gas natural, imprescindible para la vida, gracias a que retiene parte de la radiación térmica terrestre hacia el espacio exterior, calentando el planeta a los límites que permiten la vida. También es obvio recordar que incrementar la densidad de este gas supone retener más energía térmica en el sistema terrestre, de ahí el efecto de calentamiento que observamos, a una escala temporal inaudita en la historia geológica del planeta. Como he indicado previamente, no se trata de que el CC pase a formar parte del depósito de la fe, sino de que aprovechemos la mejor ciencia disponible para tomar medidas que alivien el dolor actual y futuro de las personas más afectadas por la gran variedad de anomalías climáticas que lleva y llevará consigo el CC. No es una cuestión de fe, sino de confianza en la mejor ciencia disponible y, sobre todo, de caridad con los más pobres del planeta.

“Paradigma tecnocrático”

De la negación del problema a la confianza ciega en las medidas tecnológicas, las posturas obstruccionistas que evitan adoptar medidas más contundentes para mitigar el CC parece que no menguan. En la línea de lo que Francisco denomina el “paradigma tecnocrático”, sigue habiendo personas que fían todo a una solución tecnológica, que podría incluso suponer bajar artificialmente la temperatura del planeta, mediante aerosoles o espejos orbitales. El Papa advierte sobre la posible gravedad de esas medidas. La tecnología ciertamente es un aliado, pero no puede ser el motor del cambio: se trata más bien de una conversión personal y colectiva, de un cambio de valores, que lleve a un modelo social y económico más justo, donde la comunidad internacional pueda afrontar este reto aceptando que las responsabilidades son globales, pero diferenciadas.

Ciertamente, China es ahora el principal emisor de GEI, pero en emisiones históricas su contribución es muy inferior a la de los países occidentales. En las negociaciones globales sobre CC es clave contar con el acuerdo de las nuevas potencias (China, India, Brasil, Indonesia…), pero también es preciso que los países ricos disminuyan su consumo superfluo y contribuyan a financiar las medidas de mitigación y adaptación en los países más pobres.

El cuidado de la casa común consiste en un cambio de valores, que nos lleven a vivir más frugalmente, reduciendo el impacto ambiental negativo de nuestras actividades

El Papa recuerda en la Laudate Deum que la transición hacia energías de baja emisión es necesaria y urgente. No se trata de cambiar el modelo económico, aunque obviamente sí sus excesos, sino el modelo energético, hacia energías no sólo más limpias, sino más seguras, porque reducirán el riesgo que lleva consigo nuestra dependencia de países muy inestables, como ha evidenciado la invasión de Ucrania. Es preciso que nos convenzamos de que cuidar la propia casa es la más obvia de las decisiones: no tenemos otra, y hay muchos seres humanos, y no humanos, que dependen de ella. Debemos actuar ya; antes de que los procesos sean irreversibles. “Hace falta lucidez y honestidad para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos se vuelven contra nosotros mismos” (Laudate Deum, 28).

Reconocerse criaturas

La exhortación apostólica concluye recordando las bases teológicas del cuidado ambiental, que para un creyente son el reconocimiento y admiración ante la Creación, de las que brota nuestra responsabilidad ante Dios de cuidarla según sus designios, el valor sacramental del mundo, imagen de Dios y vehículo de su Gracia, y la propia vida de Jesucristo, “quien estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de cariño y asombro” (Laudate Deum, 64). Dios nos ha creado del barro de la tierra, no solo para mostrar nuestra fragilidad, sino también para que seamos conscientes de que estamos unidos a las demás criaturas. Nuestro saber ecológico actual nos permite entender todavía mejor esa unión: somos fruto del soplo de espíritu que Dios ha infundido en una materia que procede de la evolución de otras especies, dependemos de ellas para respirar y alimentarnos, para alabar juntos a nuestro Creador, para conocerle mejor.

El cuidado de la casa común no consiste en tirar cada cosa en el cubo que le corresponde, sino en un cambio de valores, que nos lleven a vivir más frugalmente, aprovechando los bienes que tenemos y reduciendo el impacto ambiental negativo de nuestras actividades cotidianas. Pero, sobre todo, el cambio implica reconocernos como criaturas, no como propietarios de esta casa común. “Porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo” (Laudate Deum, 73).

Emilio Chuvieco
Universidad de Alcalá y Universidad de Oxford

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(1) Bain, Paul G., et al. (2012), ‘Promoting pro-environmental action in climate change deniers’, Nature Climate Change, 2 (8), 600-03.

(2) Es interesante leer en este sentido el libro de Oreskes, N. y Conway, E.M. (2011): Merchants of doubt: How a handful of scientists obscured the truth on issues from tobacco smoke to global warming: Bloomsbury Publishing USA.

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