“Hola. Soy Carrie Ivette Fischer. Tengo 50 años, vivo en EE.UU. y estoy casada con Richard, mi maravilloso esposo, con quien pronto celebraré nuestro octavo aniversario”.
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Parece un mensaje corriente sin más: una mujer que nos cuenta algo de su vida. Solo que esta vida es una en la que, si el aborto al que se sometió su madre hubiera salido según lo planeado, ella no debería estar.
Carrie es escritora, bloguera y una incansable activista provida. Según narra a Aceprensa, en 1968 su madre, que ya tenía dos hijos pequeños, quedó embarazada nuevamente. La economía del hogar atravesaba serias dificultades, por lo que decidió someterse a un aborto en el primer trimestre. Salió de la clínica convencida de que el médico había puesto punto final a esa situación, pero tiempo después se dio cuenta de que aún estaba encinta, y entonces decidió continuar con el proceso y dar a luz, lo que ocurrió en junio de 1969.
La intervención del abortista, sin embargo, había dejado secuelas importantes en el feto; marcas físicas que acabaron por influir negativamente en la autopercepción de Carrie y en su relación con el mundo –“la vida no ha sido un cuento de hadas para mí”, nos confiesa–. Ha habido en su existencia mucho dolor, que algunos políticos y médicos estadounidenses prefieren no escuchar, pues la imagen de esta mujer no casa con lo que ellos venden, irónicamente, como una “conquista” de las mujeres. Su sola presencia deja muy descolocados a los defensores de ciertos “derechos reproductivos”.
“Traté de quitarme la vida, pero Dios tenía un plan para mí”
— ¿Cuándo te enteraste de que habías sobrevivido a un aborto fallido?
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— Cuando era adolescente, aunque yo ya sabía que había ocurrido algo. Cuando era pequeña, a veces soñaba con una niña que luchaba por su vida en el vientre de su madre. Era como si estuviera tratando de alejarme de algo. Cuando crecí un poco más, un miembro de mi familia me dijo que mi madre había tratado de matarme. Estuve bregando con estas cosas durante un tiempo, hasta que un día le pregunté a mi madre. Ella se echó a llorar y me contó lo del aborto.
— ¿Cómo ha afectado este episodio a tu vida?
— De muchas maneras. Primeramente, nací con problemas físicos. Tengo una parálisis facial, estoy sorda de un oído y apenas oigo del otro, y padezco además problemas de la vista.
En segundo lugar, está la parte emocional. Mi familia me amaba, pero los muchachos de mi edad y el resto de la gente me trataban como si yo fuera una enfermedad. No tenía amigos. Estaba sola, enfadada y deprimida. Traté de quitarme la vida, pero sobreviví. Dios tenía un plan para mí.
— ¿Pudiste estudiar alguna carrera, trabajar…?
— Para mí era muy difícil obtener un empleo. El gobierno de Texas tuvo que ayudarme y conseguirme uno, pero era muy aburrido, por lo que quise ir a por más, y fui a estudiar a un college, donde cursé un grado de dos años en Administración.
Luego de graduarme, quise encontrar un buen trabajo, pero eso no ocurrió. Tengo una discapacidad, pero quiero trabajar; necesito el dinero. Mi esposo trabaja, pero yo quiero ayudar.
Al boicot demócrata, un claro mensaje
— ¿Cuáles son, en este momento, los principales obstáculos que debes enfrentar para desarrollar plenamente tus habilidades? ¿Cuáles, por otra parte, tus mayores logros?
— Mi obstáculo principal surge al tratar de mostrarles a las personas que soy capaz de alcanzar grandes cosas si me dan la oportunidad. Estar discapacitado es duro, pues la gente te menosprecia.
Pero no dejo que eso me detenga. Soy conferenciante, escribo, he estado en la televisión, en la radio, en los periódicos, me han citado en libros… Adoro ayudar a los demás y defiendo a los no nacidos, porque el aborto es un crimen terrible contra bebés que merecen la vida y la oportunidad de realizarse.
— Por último, he visto que tú y otras víctimas de aborto acudieron en marzo a testificar en un comité del Congreso de Texas en un debate sobre una ley a favor de la vida, y que cuatro representantes demócratas se ausentaron para intentar boicotear la exposición…
— Eran proabortistas, y nos dijeron que escucharnos era para ellos una pérdida de tiempo. Intentaron que nuestras historias no se dieran a conocer. Pero finalmente hablamos.
Mi mensaje es que todas las vidas importan. Que el aborto es un crimen, y que no hay derecho a quitar la vida a un no nacido. El aborto no es en modo alguno un “cuidado de salud”.
— Y en casa, ¿cómo va todo?
— Como te comenté, estoy felizmente casada hace ya ocho años. ¡Mi marido es mi mejor amigo! Hemos perdido dos bebés por abortos espontáneos, pero tenemos la esperanza de que un día adoptemos uno.
— En cuanto a tu madre, sé que la has perdonado…
— Mi madre y yo estamos muy unidas. Al principio fue muy duro para mí perdonarla, pero Dios me dio un corazón para amar, y lo he hecho. Ahora vive conmigo.
Decenas de miles de sobrevivientesSegún la Abortion Survivors Network (ASN, Red de Sobrevivientes al Aborto) de EE.UU., se calcula que en ese país viven actualmente 44.000 personas que sufrieron procedimientos abortivos mientras estaban en el vientre materno. Datos de otros países sugieren que sobrevivir a una intervención de este tipo –particularmente en la última etapa del embarazo– es más común que lo que se piensa. Un informe del gobierno canadiense, de 2012, reveló que entre 2000 y 2009, 491 no nacidos escaparon a la muerte por abortos fallidos. Entre 2012 y 2018, la ASN –a la que pertenece Fischer– pudo contactar con 260 sobrevivientes, o con familiares de estos que llamaron a la asociación. “Sabemos –apunta la web– que esto es solo la punta del iceberg, pues muchos no comparten sus historias con nadie o, incluso, muy probablemente ni siquiera conocen que sobrevivieron, pues se les ha mantenido en secreto”. |