Christopher Reeve y las prioridades de la investigación médica

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Análisis

La muerte de Christopher Reeve ha suscitado comprensibles muestras de admiración y respeto en todas las zonas del espectro político estadounidense. Para John Kerry, el actor tetrapléjico era «un auténtico héroe americano». El presidente Bush, por su parte, alabó «su coraje, su optimismo y su empeño».

Valiente. Brillante. Decidido. Reeve tenía todas esas cualidades. Pero empleó estas virtudes, su fortuna personal y su red de admiradores en favor de la discutible experimentación con células madre embrionarias.

En las elecciones de noviembre, los californianos se pronunciarán sobre la Proposición 71, un plan para financiar investigaciones sobre células madre embrionarias con 3.000 millones de dólares en los próximos diez años. El mal momento que atraviesan las finanzas del estado no favorece las posibilidades del sí. Pero una ola de nostálgica simpatía por Reeve podría cambiar las tornas. Reeve alentó a algunos famosos con limitaciones físicas y dinero en abundancia, que están haciendo campaña a favor de los experimentos con embriones.

Ahí está Mary Tyler Moore, estrella de telecomedias, que tiene diabetes y asegura que la investigación con embriones es necesaria para curar esta enfermedad. Ahí está Michael J. Fox, aquejado de parkinson, que este mes ha salido en un anuncio a favor de Kerry pidiendo financiación federal para experimentar con células madre embrionarias. Ahí está Michael J. Kinsley, el antiguo niño prodigio que fue director de «The New Republic» y de la revista digital «Slate», de Microsoft. Padece parkinson temprano y publica artículos en los que fustiga a quienes se oponen a la manipulación de embriones.

La Proposición 71 es una criatura de tres celebridades de Hollywood: Douglas Wick, productor de «Gladiator»; Jerry Zucker, director de «Ghost», y su esposa Janet, también productora. Todos ellos tienen hijos con diabetes juvenil y creen que la clonación «terapéutica» los curará.

Por desgracia, si de la clonación «terapéutica» se obtiene algún día una cura para la diabetes, probablemente será tan cara que solo estará al alcance de las celebridades. Y fijar las prioridades de la investigación médica en función de las enfermedades de los famosos es una insensatez.

Así piensa Arthur Caplan, norteamericano, conocido especialista en bioética. «El problema de las campañas de los famosos -dice- es que no son equitativas. Los famosos que intentan presionar al Congreso no siempre tienen los conocimientos científicos suficientes para saber cuál es la mejor manera de emplear el presupuesto público para investigación. De modo que el presupuesto se puede gastar mal, en perjuicio de enfermos que tendrían posibilidades reales de obtener cura si se gastara el dinero necesario». Además, ciertas dolencias tienen poco gancho. «Es difícil imaginar a J-Lo o a Jennifer Anniston a la cabeza de una manifestación en Washington para exigir más investigación en incontinencia urinaria», bromea Caplan.

Por otra parte, la ruidosa campaña de Reeve y otros famosos apenas deja oír las voces discrepantes de minusválidos de base. El año pasado, cuando Reeve visitó Sydney para promover la investigación con células madre embrionarias, no tuvo una acogida calurosa. ¿Células madre?, preguntaban los tetrapléjicos Erik Leipoldt y Maurice Corcoran. ¿Y qué hay de rampas para sillas de ruedas? Lo que hace tan difícil la vida de un tetrapléjico, decían, no son las restricciones a la experimentación científica, sino «servicios inadecuados, instituciones asistenciales deshumanizadas, trabas para conseguir empleo y no poder acceder a la educación formal».

Reeve no pensaba -lo negó siempre- que no valiera la pena vivir si se está incapacitado. Pero si se acepta su mensaje, no se está muy lejos de concluir que no vale la pena vivir incapacitado si no hay esperanzas de curación. Y eso está próximo a la clase de utilitarismo que considera a los minusválidos una pesada carga para la sociedad.

Michael Cook

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