En tiempos pasados los príncipes tenían teólogos de Corte, para asesorarlos en cuestiones morales. Ahora, en materias de biomedicina, cuentan con Comités de Bioética, por supuesto, de ética cívica y laica. Lo importante es elegir a sus miembros teniendo cuidado de que pertenezcan a la tendencia que representa el gobierno que les ha escogido, de modo que después no den sorpresas.
Desde luego no la ha dado el Comité de Bioética español que ha avalado la reforma de la ley del aborto, dando por buena la ley de plazos y el aborto de menores sin información a los padres, y que solo se muestra exigente a la hora de pedir que se regule la objeción de conciencia, para sancionar a los que aleguen cuestiones de conciencia “fraudulentas o simuladas”. Después de un masivo fraude de ley en la vigente legislación sobre el aborto, parece que el único sospechoso habitual es el objetor de conciencia que no ha querido entrar en ese engaño.
Pero, aparte de la decisión adoptada, llama la atención el bajo nivel de argumentación que se despacha en este Comité de Bioética, presidido por Victoria Camps. “El fin de una sociedad democrática -dice el Comité- no es el de imponer un único código ético, a través de normas jurídicas, sino el de reconocer que una sociedad plural genera diferentes códigos éticos (…) y articular un sistema jurídico que permita la coexistencia de valores y principios plurales”. Este elogio del pluralismo ético cae muy bien, siempre y cuando no se trate de una reforma que atañe al Código Penal, pues en ese caso hace falta un único código ético. No es posible que coexistan los valores del ladrón y del propietario, del que injuria y del que sufre la injuria, del maltratador y de la víctima. Y lo que está en juego aquí es si la libre disposición de la madre sobre la vida del feto es o no algo indiferente para la buena marcha de una sociedad civilizada.
El Comité de Bioética zanja finalmente el asunto con una invocación a la libertad: “La regulación de la interrupción voluntaria del embarazo respeta la libertad de la mujer y no obliga a nadie a abortar”. Es el mismo tipo de argumento que utilizaban en su tiempo los partidarios de la esclavitud: hay que respetar la libertad de tener esclavos, y el que no quiera tenerlos que no los tenga. A nadie se le obliga. Afortunadamente, la sociedad ha ido comprendiendo que hay aspectos en los que la libertad de unos supone la dominación inadmisible de otros. Se ha dicho que todos los que apoyaban entonces la esclavitud eran libres, y todos los que apoyan hoy el aborto han nacido ya.
La elevación del listón ético ha permitido formular lo que hoy se llama el “deber de asistencia”. Robert Badinter, antiguo ministro de Justicia en un gobierno socialista francés y luchador contra la pena de muerte, lo expresaba así: “No dejes que hagan a otro lo que no desearías que te hicieran a ti”. Es una norma que sirve incluso para los Comités de Bioética.