Allí donde el Estado pone a disposición de las personas un buen sistema de cuidados paliativos, la mortalidad por suicidios desciende, especialmente entre las personas mayores. Así lo aprecia The Economist, particularmente en el caso británico, en un artículo sobre la caída de la tasa de suicidios en el mundo.
El gasto en servicios de salud, particularmente en aquellos dirigidos a los mayores y los enfermos, “puede marcar la diferencia: el temor al dolor crónico es uno de los factores que lleva a la gente a buscar una salida rápida. La notable caída en los índices de suicidio entre los ancianos británicos puede explicarse en parte porque el sistema de cuidados paliativos del Reino Unido es el mejor del mundo”.
Pero no solo allí hay buenas noticias. El nivel de suicidios ha caído en el conjunto del mundo un 29% desde 2000, lo que implica que de entonces acá se han salvado unas 2,8 millones de vidas, tres veces más que las que se han perdido en conflictos bélicos.
La excepción a la regla es EE.UU., donde los suicidios se han incrementado un 18% desde el año 2000, principalmente entre los hombres blancos, de mediana edad y con bajos niveles de educación, residentes en zonas empobrecidas por la crisis económica. Pero allí influye, además, el fácil acceso a las armas. “La mitad de los norteamericanos que se suicidan lo hacen por disparos”; de hecho, hay una correspondencia entre las tasas de posesión de armas y las de suicidios de los diferentes estados.
En cambio, en países donde los números altos eran la norma se ha dado un notable descenso. Por ejemplo, han ido a menos las muertes de mujeres jóvenes en China y la India. Entre ellas había más tendencia al suicidio que entre hombres mayores, al contrario que en el resto del mundo. Además, ha decrecido entre los hombres rusos de mediana edad, un sector en el que el suicidio y el alcoholismo –que también suelen ir en paralelo– se dispararon tras la caída de la Unión Soviética. Y asimismo ha descendido el número de suicidios de ancianos, y más rápidamente que entre otros grupos.
Entre los factores que han incidido en esta positiva tendencia está la urbanización, particularmente para las mujeres asiáticas, pues cuando se trasladan a las ciudades tienden a zafarse de tradiciones que las atan a esposos violentos y a sus familiares, y tienen más opciones para encaminar sus vidas. Además, alejarse del entorno rural implica de igual modo hacerlo de medios como los pesticidas o las armas, que facilitan culminar el intento suicida.
Para ilustrar esto último también en un país del entorno asiático, se menciona el caso del paraquat, un potente pesticida. Cuando Corea del Sur lo ilegalizó en 2011, comenzó a verse un descenso de los suicidios, no así de la producción agrícola.
Un factor que viene a sumarse es la estabilidad social. Episodios como el colapso del régimen soviético y la crisis financiera de 2007-2008 dejaron a muchas personas sin empleo o sin fuentes de ingresos seguros, lo que influyó como catalizador hacia el suicidio (durante la crisis, hubo un extra de 10.000 suicidios entre EE.UU. y Europa occidental). La llegada de unos tiempos económicos más benignos, y el descenso de los niveles de pobreza, particularmente entre los ancianos, han incidido en la tendencia positiva.
Constatadas estas realidades, The Economist apunta algunas recomendaciones para que se mantenga lo logrado hasta ahora. “Los gobiernos –dice– pueden ayudar a limitar las consecuencias de las turbulencias socioeconómicas con políticas activas de empleo, o formando a los trabajadores que han quedado en el paro y facilitándoles su regreso al mundo laboral”.
También los medios de comunicación pueden ayhudar, añade la revista, que pone como ejemplo el suicidio del actor Robin Williams en 2014: el método que escogió y sus motivos fueron revelados con gran detalle. En los cuatro meses siguientes, hubo 1.800 suicidios más que los que podían esperarse, “a menudo usando el mismo método”.
The Economist , por último, se declara partidario del suicidio asistido en algunos casos de personas con enfermedades muy graves, siempre “con firmes salvaguardas” para asegurar que la decisión es libre y deliberada. Pero admite que la gran mayoría de las 800.000 personas que se quitan la vida cada año actúan impulsivamente, y se podrían salvar con mejores servicios de salud, mejores políticas laborales, y restricciones al alcohol, las armas, los pesticidas y las píldoras. Se ha comprobado, por ejemplo, que una medida tan simple como limitar el número de comprimidos de aspirina y otras medicinas corrientes que se puede comprar de una vez, y servirlos no en frascos sino en blisters, para que haya que extraerlos uno a uno, reduce los suicidios.