La Alianza por los Derechos de la Vida (ADV) ha hecho un «Llamamiento europeo para la protección del embrión», que ha publicado en Internet (http://www.adv.org/petition/) con objeto de obtener adhesiones. Promueven la iniciativa la diputada francesa Christine Boutin, presidenta de ADV, y el profesor británico David Alton, miembro de la Cámara de los Lores.
El motivo del llamamiento, señalan Boutin y Alton, es que en el plano internacional se cuestiona la humanidad del embrión. En Europa, las leyes nacionales relativas a la bioética son cada vez más interdependientes, y las directivas europeas sobre la materia tienden a influir fuera de la Unión. De ahí que haga falta una acción a escala europea para proteger al embrión humano.
«El embrión humano -dice el llamamiento- está en peligro de ser considerado como una cosa, un producto eventualmente defectuoso, un material biológico de reserva, un objeto de manipulación». Así, las técnicas de fecundación artificial «crean un problema insoluble al generar embriones supernumerarios que no se podrán implantar». Otras amenazas son los bancos de embriones congelados destinados a la experimentación o a ser destruidos; la criba eugenésica; la clonación; la creación de embriones para investigación; el posible uso comercial.
Se impone decidir entre tres formas de considerar al embrión humano. «Primera, el embrión es una masa de células y se lo puede tratar como una cosa. Entonces, todas esas técnicas serían legítimas, pero ¿con qué límites? Eso nadie puede determinarlo. Segunda, si el embrión es una vida biológica, solo se le debe respetar si es objeto de un deseo parental. Pero ¿en nombre de qué principio filosófico o científico tendría un padre derecho a decidir si su propio hijo es humano? Tercera, el embrión es la primera expresión de la vida humana. Entonces, debe ser respetado como persona y no puede ser sacrificado a la investigación ni a interés colectivo alguno. El principio de su protección absoluta se impone, pues, lógicamente».
El llamamiento termina: «Tenemos la convicción de que una sola es la concepción que responde a las exigencias de la democracia y los derechos humanos: la que reconoce la plena humanidad del embrión. Esta convicción estimula una investigación científica que respeta la integridad del embrión humano. Y prohíbe toda intervención sobre el embrión que no tenga por objeto directo el bien del embrión mismo».
Reaparece la cuestión clave
Un análisis de Jean-Yves Nau (Le Monde, 15 septiembre 2000) resalta la división, a la que se refiere el llamamiento de la ADV, que existe en Europa en torno al embrión.
Según Nau, hasta ahora el embrión humano durante las primeras semanas de su desarrollo podía ser considerado de hecho, «si no una cosa, un simple conjunto de células humanas que todos los días son recogidas, manipuladas y destruidas en los laboratorios de biología del mundo industrializado». El problema comenzó hace un cuarto de siglo, con el primer «bebé probeta», que trajo consigo la creación y congelación de embriones in vitro.
Hasta el momento, según Nau, se había obviado el planteamiento de la cuestión clave, que remite a «la definición del comienzo de la vida humana, el estatuto del embrión, al igual que la confrontación de dos derechos: el que la mujer embarazada tiene sobre su cuerpo y el derecho a nacer del embrión que ella lleva en su seno o que se conserva en un laboratorio». Pero esto ha cambiado bruscamente en unas pocas semanas. El anuncio del fin de la secuenciación del genoma humano, el entusiasmo de los biólogos ante las posibilidades de clonación de mamíferos y otras vías que abre la ciencia obligan a poner fin al silencio sobre el asunto de fondo. Se han presentado al público todos estos avances como la puerta de la esperanza para muchos enfermos, aunque no se suele hablar de la presión ejercida por las grandes empresas farmaceúticas.
El gobierno británico ha autorizado la clonación de embriones humanos con fines terapéuticos (ver servicio 113/00). En Francia, aún pendiente la revisión en el Parlamento de la ley de bioética de 1994 (ver servicio 183/99), el gobierno Jospin no presentará obstáculos a la utilización de millares de embriones humanos congelados que hayan sido «abandonados» por los padres. Por el contrario, en Alemania predomina la tendencia a rechazar cualquier forma de reificación del embrión. El Parlamento Europeo ha propuesto que se prohíba la clonación de embriones humanos, e invita al gobierno británico a «revisar su postura». Esta resolución no es, en el fondo -observa Nau-, distinta de la posición expresada en agosto por la Academia Pontificia para la Vida y reiterada poco después por Juan Pablo II ante el último congreso de la Sociedad Internacional de Trasplantes.
El próximo episodio, recuerda el artículo, será el 15 de noviembre, cuando el Grupo Europeo de Bioética, que asesora a la Comisión Europea, emitirá su dictamen sobre la legitimidad de las investigaciones sobre células madre embrionarias. La Comisión Europea tendrá en cuenta este informe para decidir si financia tales experimentos.
En Europa, las divergencias en torno al embrión, según Nau, «remiten a concepciones éticas a tal punto irreconciliables, que ya no pueden no manifestarse en el marco de la construcción de la Unión Europea». Para Nau se avecina, pues, «una crisis nada trivial en la historia de las instituciones europeas».
Promesas exageradas
La polémica actual viene alimentada por las posibilidades terapéuticas que se atribuyen a las células madre de embriones. En un debate sobre clonación publicado en Diario Médico (Madrid, 27 septiembre 2000), uno de los participantes, el biólogo Alberto Martínez Serrano, advierte de que pueden ser excesivas las esperanzas puestas en esas investigaciones.
Lo más próximo al uso de células madre embrionarias que se ha logrado, señala Martínez Serrano, es el tratamiento del parkinson con células derivadas de embriones humanos abortados. «Aproximadamente hay solo 300 pacientes trasplantados en el mundo, y únicamente unos diez centros que disponen de la infraestructura, tecnología y experiencia necesarias para llevar a cabo este tipo de cirugía».
De los pacientes así tratados, «la mitad no mejora nada y la otra mitad consigue reducir un poco la medicación con levodopa, lo cual no es gran cosa, porque el enfermo sigue dependiendo de la medicación, y al final tendrá los periodos de on y off igual que si no hubiese recibido el trasplante. Y de los que ven reducida la levodopa, la mitad -20 ó 30 personas- tiene alga mejora motora, y hay uno o dos casos excepcionales en los que el paciente aparentemente ha vuelto a recuperar toda su actividad».