A medida que se hallaron más restos, se comprobó que el Neanderthal se parecía al hombre moderno mucho más de lo que se creía, y se descubrió que el famoso «viejo» de Chapelle aux Saints tenía, en realidad, los huesos deformados y engrosados por la artrosis. Por tanto, había tenido que ser cuidado por sus congéneres durante años para poder sobrevivir, lo cual revela un comportamiento típicamente humano. En consecuencia, se reconoció al Neanderthal una categoría superior y se lo elevó a la condición de Homo sapiens neanderthalensis, aunque todavía inferior al hombre actual, el Homo sapiens sapiens.
Las principales diferencias estaban en el cráneo. Los cráneos conocidos de Neanderthales suelen presentar arcos supraorbitales muy pronunciados, frente huidiza y barbilla pequeña. Un dato sorprendente es que la capacidad craneal media (1.500 c.c.) era algo mayor que la del hombre actual (1.450 c.c.).
Prejuicios materialistas
El hombre de Neanderthal fue víctima, principalmente, de dos teorías que se suponían ratificadas por los hechos, pero que en realidad no lo estaban y que, además, eran sospechosas de estar basadas en prejuicios materialistas. Se trata de la teoría neodarwinista, que intenta dar una explicación de todo el hecho evolutivo, y de la emergentista, que trata de explicar el origen de las singularidades de la especie humana.
Cuando se habla del darwinismo, se suele citar la selección natural de los caracteres más favorables y la supervivencia de los más fuertes como sus principales características. Pero el punto que se ha mostrado más débil es la suposición de que estos caracteres ventajosos aparecen por azar. Este postulado del darwinismo se menciona cada vez menos, seguramente porque ya se da completamente por supuesto. Así, los darwinistas, cuando se defienden de sus críticos, se limitan a dar ejemplos que muestran la actuación de la selección natural, sin darse cuenta de que el principal problema no es que los caracteres más ventajosos se seleccionen con mayor facilidad, lo cual es totalmente lógico, sino que para ser seleccionados, antes tienen que aparecer.
Darwin, cuando escribió El origen de las especies, no conocía la existencia de los genes, y suponía que los caracteres hereditarios, que podrían adquirir nuevas potencialidades seleccionables, se encontraban difusos en el torrente sanguíneo. Cuando se descubrió que los caracteres hereditarios estaban separados en los genes, se puso en duda que pudieran aparecer al azar mutaciones ventajosas con tanta velocidad como para haber dado origen a todo el hecho evolutivo, sobre todo por lo que atañe a la aparición de cambios no cuantitativos sino cualitativos, así como de caracteres nuevos. Pero olvidar el azar suponía admitir la causalidad, lo que siempre acaba remitiendo a una mente ordenadora. Por eso se creó la teoría neodarwinista, que trataba de hacer compatibles las ideas básicas de Darwin con los descubrimientos de la genética. Según el darwinismo, los cambios evolutivos deben ser lentos y graduales: de ahí los montajes artísticos en los que se ve el paso de simio a hombre a través de una serie de seres intermedios que se van irguiendo paulatinamente.
El otro prejuicio, el emergentismo, da por supuesto que todo lo específicamente humano es un producto de la materia y, por tanto, tuvo que surgir también poco a poco a lo largo de la evolución. Se consideran actividades específicamente humanas las que son consecuencia clara de la inteligencia reflexiva, como las manifestaciones de arte, de compasión -el cuidado de los enfermos-, de conciencia religiosa -los enterramientos-, de lenguaje, etc. Se suponía que la actividad artística surgió muy recientemente en la humanidad, hace unos 20.000 años, en coincidencia con la aparición del hombre «anatómicamente moderno» -prácticamente igual a nosotros y algo distinto de los Neanderthales-, cuyos más antiguos restos fósiles bien datados tenían efectivamente esa edad. Además, todo eso parecía encajar muy bien en la teoría emergentista, suponiendo que el Neanderthal era ya inteligente, pero menos que nosotros: había conseguido dar un impulso sin precedentes a las industrias líticas, pero no era capaz de realizar actividades artísticas.
Se acortan las distancias
Sin embargo, existían «salvedades» que no encajaban bien en esta hipótesis, entre ellas la gran capacidad craneal de los Neanderthales, superior a la nuestra: si la inteligencia es un producto del cerebro -como suponen los emergentistas-, tenían que ser más inteligentes. Pero los emergentistas alegaban que esto se podía explicar: los Neanderthales debían de tener lóbulos frontales más pequeños, ya que presentaban una frente huidiza. Pero no se ha podido demostrar que la inteligencia radique en los lóbulos frontales; además, no todos los Neanderthales tenían la frente huidiza.
Otra salvedad es que había más pruebas de actividad religiosa en los Neanderthales que en los primeros hombres anatómicamente modernos: se conocían enterramientos de Neanderthales -con objetos personales y otros signos de respeto por los muertos- de hasta 60.000 años de antigüedad.
Cada vez se fueron reduciendo más las distancias entre los Neanderthales y el hombre moderno. En 1980, Erik Trinkaus, uno de los mayores expertos en el tema, publicó un artículo (1) en el que reducía las diferencias a cuestiones accidentales, y situaba a los Neanderthales como una subespecie de nuestra propia especie, Homo sapiens. En los años siguientes, tras nuevos estudios, llegó a la conclusión de que las diferencias se debían únicamente a costumbres necesarias para la adaptación de los Neanderthales al clima frío europeo. Debían de ser costumbres similares a las de los actuales esquimales, pero vividas durante mucho más tiempo y con menos medios, lo que podía explicar las diferencias anatómicas del cráneo. En 1986 la mayoría de los especialistas consideraban al Neanderthal como una simple raza de la especie Homo sapiens sapiens (2).
Así pues, el Neanderthal pertenecía a nuestra especie; pero, como era tan antiguo, sería menos inteligente: según algunos, no podía hablar; según la mayoría, tenía un lenguaje rudimentario; para otros «ilusos», tenía las mismas capacidades lingüísticas que nosotros. La mayoría alegaban que no se había encontrado en ningún resto de Neanderthal el hueso hioides característico del hombre moderno, con la forma que se considera necesaria para el lenguaje articulado; pero, en realidad, no se había encontrado ningún hueso hioides de Neanderthal.
Otro problema era el de la desaparición del Neanderthal. Aunque se tenían pocos datos, la hipótesis más extendida es que había desaparecido a causa de la irrupción en Europa, hace menos de 20.000 años, del superior hombre moderno, o que el Neanderthal se había ido transformando dando lugar al hombre moderno; algunos creían posible que hubiera existido cierta hibridación.
La gran sorpresa
A finales de los años ochenta, los datos de la biología molecular comenzaron a indicar que todas las razas actuales confluían en una población africana de hace unos 100.000 años. A la vez, nuevos estudios lingüísticos sugieren que todas las lenguas actuales proceden de una ancestral que debió de existir hace también 100.000 años. Esta última hipótesis ha sido objeto de recientes confirmaciones, aunque tiene aún muchos detractores. Este conjunto de investigaciones multidisciplinares inclinan a pensar a cada vez más científicos que, en contra de lo que los emergentistas siguen manteniendo, la inteligencia reflexiva surgió de repente con todas sus potencialidades, aunque éstas se hayan ido actualizando paulatinamente con el progreso cultural. Son muchos los que dicen que si pudiéramos educar a un Neanderthal en nuestra sociedad, desde su nacimiento, su capacidad intelectual sería exactamente igual a la nuestra.
Pero la mayor sorpresa aún estaba por llegar. En Israel se descubrieron enterramientos, muy próximos entre sí, de hombres de Neanderthal y de hombres «anatómicamente modernos». Los científicos empezaron a contemplar la posibilidad de que unos y otros hubieran convivido. Todos los restos resultaban tener más de 40.000 años, fuera del límite de fiabilidad para la datación con carbono 14. Habría que esperar algo más para poder datarlos con métodos adecuados. Entre tanto se pensaba que lo más probable era que los enterramientos de Neanderthal fueran anteriores a los del hombre moderno y que, por tanto, una y otra población no habrían llegado a encontrarse. Pero se descubrió también algo muy interesante: una mandíbula de Neanderthal conservaba en perfecto estado el hioides, el hueso solitario que controla la lengua, y era exactamente igual al nuestro.
En 1993 se publicaron los resultados de las dataciones (3). Efectivamente, aquellas dos poblaciones no habían coincidido; pero, para sorpresa, esta vez, de todos, la razón era que los esqueletos de hombres modernos eran mucho más antiguos que los de Neanderthales. Concretamente, algunas de las tumbas de hombres modernos databan de hace 100.000 años, es decir, antes de que existieran los Neanderthales. Aquellos restos de hombre moderno eran, pues, 80.000 años más antiguos que todos los del mismo género que se habían encontrado antes. Esto apoya los resultados de los cálculos moleculares, que muchos habían calificado de disparatados. Por su parte, los Neanderthales de Israel son de hace 40.000 años, cuando el clima en Europa se enfrió más: probablemente por eso emigraron hacia el sur.
Estos datos dejaron perplejos a muchos estudiosos y han echado por tierra muchas teorías, entre ellas la de que el arte nació con la aparición del hombre moderno. Parece que con el tiempo el hombre ha ido logrando progresos culturales cada vez más rápidos, lo que por otro lado no resulta extraño. Pero nadie piensa que los filósofos griegos fueran intelectualmente inferiores a nosotros, aunque no inventaron los ordenadores.
Uno de los nuestros
Al final, parece que la realidad es al revés de como se pre-suponía. Una hipótesis aceptable es que el Homo sapiens surgió hace algo más de 100.000 años en África. Hace 40.000 años se produjo una gran emigración, de la que derivan la mayoría de las poblaciones geográficas actuales. Pero, según parece, casi al principio de su existencia un grupo de Homo sapiens emigró a Europa. Ahí, a causa del clima hostil y de su aún primitiva cultura, a lo largo de milenios fue adquiriendo ligeros cambios anatómicos provocados por un gran esfuerzo de su ingenio y de su cuerpo para vencer al frío. Así surgió la raza de los Neanderthales, que después se vio obligada a emigrar hacia el sur. Es posible que esta raza no desapareciera, sino que se mezclara con otras poblaciones. Tal vez estos cruces, y los avances culturales, hicieran que aquellos cambios adaptativos, que ya no eran necesarios, fueran difuminándose.
Muchos científicos ya pensaban que había sucedido algo parecido, y veían rasgos heredados de los Neanderthales en los actuales europeos. También afirman que los rasgos característicos de los Neanderthales entran dentro de los límites de variación de la población actual. Dicen que no nos sorprenderíamos en absoluto si viéramos por la calle un Neanderthal vestido como nosotros, y mencionan tipos humanos actuales cuyos cráneos encajarían perfectamente en una tumba de Neanderthales de hace 60.000 años.
El primero que se puso de pie
El origen de la marcha bípeda se fue llevando más atrás en el tiempo hasta llegar a la conclusión de que incluso los homínidos más antiguos, los Australopithecus afarensis -entre los que se encuentra el esqueleto de la famosa «Lucy», descubierto en 1974-, ya andaban totalmente erguidos. Los restos más antiguos de esta especie de australopiteco llegan hasta los tres millones y medio de años. Así pues, había una laguna de más de un millón de años sin ningún indicio fósil de ancestro humano, ya que, según los resultados de la biología molecular, se suponía que el ancestral común al hombre y al chimpancé había existido hace unos cinco millones de años.
Por eso causó gran revuelo entre la comunidad científica la publicación en la revista Nature, en septiembre del año pasado, del descubrimiento de unos restos fósiles de cuatro millones y medio de años. Consistían principalmente en unos fragmentos de distintos huesos y algunos dientes. Los dientes eran similares a los de los actuales chimpancés, pero los demás fragmentos parecían indicar que el animal andaba erguido. Posteriores descubrimientos, publicados a principios de 1995, confirmaron esta suposición, aunque se piensa que ese homínido debía de permanecer con frecuencia en los árboles. A esta especie se ha dado el nombre de Australopithecus ramidus. Ramidus es la latinización de una palabra del idioma utilizado en el lugar de Etiopía donde se ha realizado el descubrimiento, y que significa «raíz». La razón de tal denominación es que se da por sentado que esta especie es el ancestro común al hombre y al chimpancé, o una especie muy próxima y similar.
Se ha dicho que éste es el descubrimiento científico más importante del año, que el Ramidus se puede considerar como el «eslabón perdido», y muchas cosas más. Habrá que esperar a nuevos estudios y hallazgos para sacar conclusiones más sólidas. Pero, por ahora, hay un dato claro: nuestro más antiguo antecesor ya caminaba en una postura similar a la nuestra, no se fue levantando poco a poco.
Mariano Delgado_________________________(1) Cf. E. Trinkaus y W. Howells, «Neanderthales», Investigación y Ciencia, febrero 1980.(2) Cf. E. Trinkaus, «Los Neanderthales», Mundo Científico, noviembre 1986.(3) Cf. O. Bar-Yosef y B. Vandermeersch, Investigación y Ciencia, junio 1993.