Análisis
En la cruzada antitabaco emprendida en la Unión Europea se ha recurrido a las campañas sanitarias, las restricciones a la publicidad y al humo, y los avisos alarmantes en las cajetillas. Sin embargo, la medida más disuasoria siempre ha sido el aumento del precio del tabaco, que además tiene la ventaja de mejorar la salud del Fisco. Pero, en contrapartida, amenaza la supervivencia de cultivadores de tabaco y estanqueros y estimula el contrabando.
Las contradicciones de la política antitabaco en la UE muestran la dificultad de erradicar una droga /estimulante (táchese lo que no guste) cuando está hondamente arraigada por una tradición de consumo legal. El gobierno francés volvió a aumentar el pasado octubre las tasas sobre el tabaco y tiene previsto un nuevo tirón fiscal el próximo enero (las tasas suponen el 79% del precio del tabaco). Ahora el paquete de una de las marcas más vendidas de rubio cuesta ya 4,65 euros y subirá a 5,50 el próximo año. Suficiente para que el tabaco se confunda con un artículo de la industria del lujo parisino.
Los 34.000 estanqueros franceses, que temen perder su clientela por abandono del hábito o aprovisionamiento en el extranjero, desenterraron el hacha de guerra con una huelga el pasado octubre. Un estanquero es más que un voto, pues puede atizar el descontento desde su importante posición en el barrio. Así que el gobierno les ha ofrecido fumar la pipa de la paz, con dos medidas: bloqueo de la fiscalidad del tabaco durante los próximos cuatro años y ayudas para aquellos cuyas ventas hayan bajado un 5% o más en 2003.
También les ha ofrecido aumentar la presión contra los vendedores informales de tabaco de contrabando y mejorar la seguridad de los estancos. Pues otro de los efectos perversos del encarecimiento del tabaco es que empieza a haber asaltos a los estancos como si fueran joyerías (249 atracos en los diez primeros meses de este año). Para evitarlo, los estancos se incluirán ahora en los trayectos de las patrullas de vigilancia de la policía, aunque estas corran el riesgo del fumador pasivo.
Bien, pero ¿y los productores? Pues en la UE el sector de la producción de tabaco crudo emplea a 22.960 personas, el 80% en pequeñas explotaciones familiares. Con derecho a subvención, por supuesto, como cualquier agricultor. De modo que el presupuesto comunitario financia con una mano las campañas antitabaco, mientras con la otra subvenciona a los cultivadores (1.000 millones de euros anuales).
El lobby de los cultivadores acentúa su papel de productor económico, ajeno a la adicción: «Defendemos el cultivo del tabaco, no el tabaquismo». Y hacen ver que el descenso de la producción no impediría a la gente fumar, pues ya ahora Europa importa el 70% de sus necesidades de tabaco. No niegan que el tabaco sea nocivo para la salud, pero dejan caer que «una producción de calidad, muy controlada bajo el punto de vista sanitario, es una de las condiciones para una lucha eficaz contra el tabaquismo». Quizá el argumento no impresione a la Organización Mundial de la Salud, pero se advierte aquí el eco de que más vale la droga legalizada porque ofrece menos riesgos para la salud que la clandestina. Solo les falta descubrir que el tabaco tiene también efectos terapéuticos, que alguno tendrá, de lo contrario no sería tan utilizado como estímulo para las neuronas.
Florece el contrabando
Sin embargo, las protestas de los cultivadores no han impresionado a la Comisión Europea, que en nombre de la coherencia quiere eliminar las subvenciones al tabaco. Para que el cambio sea menos traumático, la Comisión acaba de proponer un plan en tres etapas, según el cual una parte importante de la subvención a los cultivadores se dedicará a reestructurar el sector, con cultivos alternativos o proyectos de desarrollo rural. Algo así como las ayudas a los cocaleros bolivianos para que se pasen a otros cultivos.
Pero a medida que la fiscalidad y las restricciones legales acorralan al tabaco legal, florece el mercado negro… y el mercado del vecino más barato. A falta de una armonización del precio del tabaco, se comprende que el turista o el habitante de zonas fronterizas se aprovisione donde es menos prohibitivo. Por ejemplo, un francés, en vez de pagar 4,65 euros por un paquete de tabaco en su país, preferirá comprar en España, donde puede llevarse legalmente 4 cartones al precio de 2,50 el paquete; o, si es fronterizo con Luxemburgo, comprar a 2,85 en el Gran Ducado, donde la venta de tabaco creció un 40% este año.
Por esta razón competitiva, Dinamarca decidió el pasado octubre lo nunca visto: bajar el precio del tabaco 50 céntimos de euro, para dejarlo en 3,85. Y es que el 10% de los cigarrillos fumados en el país se compran en el extranjero, sobre todo en Alemania, donde como media cuestan 3,20.
Junto al mercadeo fronterizo, está el contrabando industrial. El mercado negro del cigarrillo fluctúa según la fiscalidad de los países. Allí donde el precio del paquete es más disuasorio, más florece el mercado negro. Actualmente el paraíso del contrabando es Gran Bretaña, donde el precio medio del paquete es 7,05 euros, lo que puede garantizar un buen margen a la venta clandestina. Se calcula que cerca del 20% del tabaco fumado en Gran Bretaña es de contrabando, lo que supone que para el Fisco se van en humo 4.000 millones de euros. Pero el gobierno puede tener la satisfacción de que el consumo de tabaco está bajando.
La lucha contra el tabaquismo es complicada, pero puede proporcionar interesantes experiencias cuando se plantean las «ventajas» de legalizar drogas hoy ilegales. Entre otras, que la legalización no elimina el mercado negro, mientras haya una diferencia de precio que proporcione una ganancia al clandestino.
Ignacio Aréchaga