Contrapunto
Hay dos modos de que el Protocolo de Kioto contra el cambio climático no afecte a la economía. El primero es no ratificarlo, que es la opción de Estados Unidos. Pero el rechazo tiene un coste en términos de imagen política: «una vez más la América de Bush se aparta del consenso internacional y se desentiende de la lucha contra el cambio climático». El segundo y más sabio es el método español: se acata pero no se cumple. Según el protocolo que hemos ratificado, las emisiones de gases de efecto invernadero en España deberían crecer como máximo un 15% hasta 2012 respecto a las de 1990; sin embargo, hoy por hoy España es el país desarrollado que más se aleja de sus compromisos, pues en 2004 las emisiones habían crecido ya un 45%, el triple del tope pactado para 2012. Pero nadie podrá decir que no nos preocupa el cambio climático.
Ante nuestra incapacidad para frenar las emisiones, el Gobierno ha lanzado un proyecto para capturar y almacenar bajo tierra el dióxido de carbono. Se trata de tomar el CO2 que sale de las chimeneas de las centrales térmicas y de muchas fábricas y, en vez de lanzarlo a la atmósfera, licuarlo sometíéndolo a alta presión e inyectarlo bajo tierra. Todavía no está claro si esta tecnología es suficientemente rentable para que interese a las empresas, ni tan siquiera está decidido si este «secuestro» del CO2 se puede admitir como mecanismo limpio dentro del Protocolo de Kioto.
Los detractores de esta técnica dicen que la verdadera alternativa es limitar el uso de los combustibles fósiles, y favorecer el ahorro y la eficiencia energética. Pero esto exige medidas difíciles de aceptar por la opinión pública. Sin ir más lejos, las emisiones de gases debidas a los automóviles son un tercio del total y son las que más rápido aumentan. Sin embargo, mientras se hace hincapié en la reducción de gases en la actividad productiva, nadie se ha atrevido a poner coto a lo que sale por el tubo de escape de los coches.
El mismo día en que se anunciaba el plan para «secuestrar» el CO2 industrial, se daba la noticia de que en España «las ventas de coches cierran el mejor agosto de la historia». En los ocho primeros meses del año se han vendido 1.069.480 coches, un 2,3% más que en el mismo periodo del año anterior. Se espera que al final del año se bata el récord de ventas, que en 2004 se situó en más de 1,5 millones de coches.
Ciertamente, una parte de las ventas corresponde a la renovación del parque automovilístico, y hasta es posible que los nuevos coches mejoren la eficiencia energética de los anteriores. Pero no es muy alentador saber que el mercado de los todoterrenos mantiene una pujanza espectacular. Este año se superarán por primera vez las 100.000 unidades vendidas en este segmento. Los vehículos más voluminosos, gastadores y contaminantes hacen así un corte de mangas al Protocolo de Kioto, sin que la fuerte subida del precio de la gasolina afecte a las compras. En algún momento se habló de poner limites al uso de estos vehículos en ciudad o gravarlos con una tasa especial, pero enseguida la industria automovilística dio la voz de alarma y todo quedó en nada.
Pero ante cualquier encuesta diremos que el cambio climático nos quita el sueño, y no como a ese tejano adicto al petróleo.
Ignacio Aréchaga