Precisamente cuando los líderes políticos están debatiendo sobre las medidas para luchar contra el calentamiento global, resulta que la temperatura real del planeta permanece estable en la última década.
¿Cómo concienciar así al mundo sobre la necesidad de recortar las emisiones de CO2 , con los sacrificios que eso impone sobre el crecimiento?
Sin duda, los trabajos de científicos razonables han avalado el convencimiento de que la actividad humana está contribuyendo al calentamiento del planeta. Pero la investigación también confirma que las predicciones más catastróficas, que son las que copan los titulares, no gozan del mismo consenso y en muchos casos resultan bastante improbables. No hay que perder de vista que, por muy cuidadosa que sea la investigación, estas proyecciones a decenas de años vista se basan en modelos, en interpretaciones de los anillos de los árboles, en registros del hielo de zonas polares, y en otras medidas indirectas que no son infalibles.
Lo que no admite discusión es la medida de las temperaturas del pasado reciente. Durante la década de los 90 hubo unas temperaturas inusualmente cálidas, con un máximo en 1998. Pero desde 1999, la temperatura media mundial ha subido un casi imperceptible 0,006 grados Celsius en toda la década. Y nadie piensa que eso haya dependido de la aplicación del tratado de Kyoto.
Algunos científicos piensan que la Tierra sigue enferma, aunque no haya aumentado su temperatura. La estabilidad de la última década la atribuyen a las variaciones cíclicas de las condiciones de los océanos -los fenómenos de El Niño y La Niña-, y aseguran que eso no desmiente el calentamiento a largo plazo producido por las emisiones de gases de efecto invernadero. Así lo cree el Met Office -la agencia del clima británica- , que hace notar que, a pesar de todo, todos los años del 2000 al 2008 han estado entre los 14 más cálidos. Otros científicos, más cautelosos, subrayan la dificultad de hacer predicciones sobre las fluctuaciones de las temperaturas a corto plazo.
En cualquier caso, estas buenas noticias ponen en cuestión por lo menos los métodos con que se transmite a la opinión pública el problema del cambio climático. Si en la pasada década las temperaturas hubieran seguido subiendo se habría dicho que esta elevación anormal confirmaba la realidad del calentamiento global y la inminencia de la catástrofe. Pero, como se han mantenido estables, se nos asegura que se trata de fluctuaciones normales y que no hay que dejarse engañar por ellas. Es más, esta incómoda noticia puede tener efectos daniños, si da ánimos a los que no quieren hacer suya la cruzada del recorte de emisiones. En fin, por lo menos, parece que el apocalipsis se ha retrasado diez años.
Yacimientos para el fin de la era del petróleo
También se abre paso la idea de que se está acabando la era del petróleo, por su impacto medioambiental y por tratarse de una energía no renovable. Sin duda, hay razones muy válidas para impulsar fuentes de energías renovables, para favorecer el coche eléctrico y depender menos de los humores de la OPEC. Pero, justo cuando estábamos ya casi convencidos, los descubrimientos de nuevos yacimientos de petróleo y de gas han marcado en el último año un récord que no se alcanzaba desde 2000.
En este año se ha informado de más de 200 descubrimientos en una docena de países. Los premios gordos han ido a parar, en primer lugar, al Golfo de México, donde BP ha anunciado lo que puede ser el mayor yacimiento de petróleo de la zona. Otro yacimiento importante, perteneciente a la británica BG, la brasileña Petrobras y la española Repsol, se ha detectado en la zona marítima de Brasil. La propia Repsol dice haber identificado”el mayor yacimiento de gas natural de Venezuela”. Y Anadarko Petroleum ha descubierto en aguas de Sierra Leona un yacimiento de petróleo “excitante y que promete alto rendimiento”. Parece que llevamos una racha de buena suerte, pues los expertos dicen que las prospecciones encuentran petróleo entre el 30 y el 50% de las veces.
Pero la buena suerte se explica en primer término porque las técnicas de perforación y los estudios del terreno se han hecho más eficaces. La segunda razón es que, con un precio del petróleo a 70 dólares por barril, vale la pena hacer exploraciones costosas en aguas profundas, que no hubieran estado justificadas a los precios bajos que predominaron en la década de los 90. El petróleo y el gas están esperando bajo tierra. Pero solo pasan a ser “reservas” si su precio en el mercado hace rentable su búsqueda.
Es verdad que los descubrimientos de este año, aunque importantes, no alcanzan los yacimientos gigantescos de los años 70. Tampoco cambian los equilibrios petroleros mundiales, pues más de las tres cuartas partes de las reservas mundiales pertenecen a países de la OPEC. Pero no dejan de ser una buena noticia.
Algunos dirán que esto es como la buena racha del jugador empedernido que le anima a seguir jugando hasta que lo pierde todo. Así los nuevos yacimientos de petróleo animarían a seguir consumiéndolo como si fuera eterno, en vez de buscar otros medios de aprovisionamiento energético. Pero también pueden darnos un respiro y aumentar el plazo que necesitamos para reconvertir nuestras fuentes de energía.