Amsterdam. Después de 25 años de vender hachís y marihuana en establecimientos públicos, de premiar al mejor nederwit de cultivo casero y ser destino turístico para jovencitos que quieren fumarse un porro sentados en un café, Holanda empieza a cuestionar su política de tolerancia frente a la droga.
Holanda es mucho decir, pero al menos voces autorizadas han mostrado su voluntad de pensar si la postura de los que les critican podría ser correcta.
Socialistas y liberales holandeses quieren poner fin a los coffeeshops. El ministro de Justicia publicará en abril nuevas normas, más estrictas, sobre la política de venta de consumo de droga blanda. «Primero empezamos tolerando centros de droga para jóvenes, después criminales se adueñaron de ellos para forrarse y ahora toleramos prácticamente la organización de redes criminales», reprochaba Rob Hessink, uno de los altos cargos de la embajada de Holanda en París, a sus compatriotas.
Rob Hessink, antiguo jefe de policía de Rotterdam, luchador de primera hora por la legalización de las drogas, es actualmente diplomático en Francia, el país que más duramente ha criticado la política de drogas de los Países Bajos.
En Netwerk, un programa de noticias de actualidad, Hessink acusaba a Holanda el pasado 12 de marzo de encastillarse en su postura permisiva, sin admitir que se la cuestione. Relacionar la tolerancia de los coffeeshops con la criminalidad es tabú, según él. Para Hessink, «seguir con la misma política veinte años y considerarse encima progresista, demuestra ser reaccionario». El diplomático considera incompatible y contradictorio seguir con la mentalidad liberal del uso de drogas, por un lado, y por el otro exigir que la justicia y la policía persigan el crimen.
Cuando, hace unos veinte años, Holanda permitió el consumo y venta de drogas blandas en pequeñas cantidades, una de las razones fue tener controlados los puntos de venta. Pero, más que consumidora, Holanda se ha desarrollado como un mercado que mueve cifras astronómicas. También en Netwerk, el investigador C. Steinmetz afirmó que la droga mueve en Holanda anualmente 19 millardos de florines, mientras que se fuman menos de la mitad, 8 millardos. En los 70, nadie pensó en que este asunto iba a convertirse en un gran negocio, afirmaba T. Blom, economista de la Universidad Erasmus de Rotterdam. Otro de los argumentos en favor de la tolerancia fue que los jóvenes no buscarían la droga dura si se les facilitaba la droga blanda. Tampoco este ha sido el resultado. En Holanda no hay menos adictos a droga dura que en otros países.
Además, J. Walburg, director de la clínica Jellinek, el centro de desintoxicación más famoso del país, afirmaba que en Holanda sigue siendo tabú hablar del peligro de las drogas blandas para la salud. «Aquí se niega el problema como tal. Después de veinte años no se ha hecho ninguna investigación fiable sobre las drogas blandas», señala.
La conclusión de Hessink es que Holanda tiene que trabajar por amoldarse a la homogeneidad de leyes en Europa. Este esfuerzo le podría costar dejar de ser pionera en exportación para Europa de heroína y cocaína; la mayor productora de drogas sintéticas y de las plantas más lozanas de hennep del continente.
Carmen Montón