África: tragedias y heroísmo

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El pasado octubre el Dr. Matthew Lukwiya lanzó la alarma al mundo por la epidemia del virus Ébola en Uganda. En los primeros días de diciembre moría, contagiado, tras permanecer hasta el último momento junto a los moribundos. Su historia ha sido recordada en la prensa mundial.

El Dr. Lukwiya, de 43 años, casado y padre de cinco hijos, había destacado en los estudios de Medicina. Tras obtener un master en el Instituto de Medicina Tropical en Liverpool (Inglaterra), trabajaba desde 1983 en el hospital misionero de Lacor, uno de los mejores del África subsahariana, en la región de Gulu (norte de Uganda).

El pasado octubre identificó la epidemia de Ébola, y condujo la batalla contra el virus. Gracias a su empeño e inteligencia, la difusión del virus ha sido contenida en Gulu. «La dedicación y eficacia del Dr. Lukwiya le ganó la admiración en Uganda y entre el pequeño grupo de médicos que en todo el mundo se ocupan de la lucha contra el Ébola», recuerda Tina Rosenberg en The New York Times (26-XII-2000). «Su muerte recuerda al mundo que África produce heroísmo además de tragedias, y a menudo ambas cosas a la vez».

Ya antes de que los laboratorios confirmaran que se trataba del Ébola, se establecieron pabellones aislados para estos enfermos, equipados con la ayuda de organizaciones internacionales. El Dr. Lukwiya «tenía gran preocupación por sus enfermos», cuenta el misionero comboniano P. Cosimo De Iaco, en Avvenire (6-XII-2000). «Se acercaba a cada enfermo y se ocupaba de él personalmente, no tratándolo como un caso sino como una persona humana. Y se interesaba también por sus problemas familiares. A menudo rezaba por todos, junto con sor Dorina. Su principal preocupación era organizar y motivar a los enfermeros y enfermeras». El Dr. Lukwiya era un protestante, que ha trabajado en un hospital católico.

Quien trabaja entre enfermos de Ébola sabe que, a pesar de todas las precauciones, corre un grave riesgo de contagiarse. «Un día terrible, tres enfermeros murieron en 24 horas», cuenta Tina Rosenberg. «Los enfermeros protestaron por la peligrosidad del trabajo. El Dr. Lukwiya les habló en una reunión: ‘Los que quieran irse que se vayan. Pero yo no traicionaré mi profesión’. Dos días después un enfermero que había caído enfermo y que estaba cubierto de sangre, se cayó de la cama. Los otros enfermeros no quisieron levantarlo. El Dr. Lukwiya lo hizo. Poco después empezó a tener fiebre».

«Antes de ser entubado —refiere el relato recogido en Avvenire—, rezó con su mujer, y alguno oyó sus palabras: ‘Tú, Señor, que has hecho prodigios, puedes hacer grandes cosas para liberarnos. Puedes salvarnos. Nos ponemos en tus manos. Hágase tu voluntad'».

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